El presidente iraní, Hasán Ruhaní (izq.), y su ministro de Exteriores, Javad Zarif (dcha.). La apariencia civilizada de ambos ha bastado para persuadir a la vanas, ilusas y codiciosas elites occidentales de que el cambio por fin ha llegado a Irán.
Traducción del texto original: Iran’s Mirage: More Humiliation to Follow
Traducido por El Medio
Al final importa poco qué creen el Gobierno, el pueblo o incluso las instituciones teocráticas que es lo mejor para Irán a largo plazo. Desafortunadamente para los diplomáticos norteamericanos de carrera, los políticos esperanzados y los hombres de negocios, los incentivos previsibles, como el dinero, el levantamiento de las sanciones y unas mejores internacionales, ocupan un lugar secundario en un régimen como el de la República Islámica. Un régimen donde un individuo, el Líder Supremo Alí Jamenei, apoyado por su claque de militantes, toma todas las decisiones críticas.
Aunque parezca que la revolución evoluciona hacia un orden más gentil y amable, se está produciendo una rápida regresión. Lo mismo sucedió cuando la mayoría de los analistas de la CIA y de los oficiales británicos de inteligencia, luego de verse sorprendidos por la elección presidencial de Mohamed Jatamí en 1997, insistieron en que el cambio evolucionario era inevitable (se resistieron un par de analistas de la Agencia de Inteligencia de Defensa). Aunque el régimen reformista había arrestado a más de una docena de judíos tras acusarlos falsamente de traición, matado a varios intelectuales y suprimido las masivas manifestaciones estudiantiles de julio de 1999, sólo nueve meses después la Administración Clinton decidió permitir a Irán vendernos alfombras y pistachos.
Más recientemente fue el Movimiento Verde el que conmovió los pilares del sistema, luego de la presuntamente fraudulenta reelección como presidente del duro Mahmud Ahmadineyad, en 2009. Una vez más, la reaccionaria junta de mulás y los Guardianes de la Revolución, que controlan todos los niveles del poder, así como la mayor parte de la economía, se las apañaron para salir adelante. Una vez más, esta alianza fascista-teocrática fue más hábil deteniendo y ejecutando a los cabecillas progresistas de la rebelión, mientras simultáneamente aislaba de sus seguidores a los políticos del régimen más moderados, como Karrubi y Musavi.
Finalmente, tenemos el espejismo de Ruhaní y Zarif, que el régimen ha desplegado ante Occidente. La apariencia de civilidad de ambos fue suficiente para persuadir a las vanas, ilusas y codiciosas élites occidentales de que por fin el cambio había llegado a Irán. Sin embargo, a John Kerry y Javad Zarif el falaz fraude del Plan de Acción Omnicomprensivo no les ha durado ni un té persa. Antes de que se secara la tinta, el ayatolá Jamenei y sus servicios de seguridad anunciaron que el acuerdo no tenía lugar en Irán.
Recientemente se anunció que la denominada «economía de resistencia iraní» no permitirá la importación de bien americano alguno; y para remachar el punto Teherán arrestó a un prominente hombre de negocios irano-americano, Siamak Namazi, así como al libanés-americano Nazar Zaka, que se suman a la colección de rehenes iraníes apresados con acusaciones espurias: el periodista del Washington Post Jason Rezaian, el exmarine Amir Hekmati, el pastor Said Abedini y el agente retirado del FBI Robert Levinson.
Y por si EEUU necesitaba una patada simbólica más, el régimen clausuró el primer restaurante de KFC en Teherán justo un día después de su inauguración.
A la Administración Obama le esperan más humillaciones. Este presidente ha sido pésimamente asesorado por sus expertos en Irán y sus diplomáticos no tutelados.
Como cualquier estado soberano Irán puede decidir con que naciones se relaciona y con cuales no y ante el históricamente largo prontuario criminal de EEUU y su «aliado» de la zona es totalmente lógico y hasta necesario evitar cualquier fraternización y la infiltración económica y cultural de parte quien es el mayor peligro para la humanidad como el imperialismo de EEUU y su secuaz.