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| jueves abril 25, 2024

Vaigash


 

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Iehuda se acerca a Iosef para pedir por la liberación de Biniamín, ofreciéndose a así mismo como esclavo al líder Egipcio en lugar de su hermano. Luego de presenciar la lealtad de sus hermanos unos a los otros, Iosef revela su identidad diciendo «Yo soy Iosef. ¿Mi padre aún está vivo?»

Los hermanos son invadidos por la vergüenza y el remordimiento, pero Iosef los reconforta. «No fueron ustedes los que me enviaron aquí,» les dice, «sino Di-s. Todo fue ordenado desde el cielo para salvarnos, y a toda la región, de la hambruna.»

Los hermanos se apresuran a volver a Canaán con las noticias. Iaacov viaja a Egipto con sus hijos y sus familias, setenta almas en total, y es reunido con su amado hijo luego de 22 años. Camino a Egipto recibe la promesa Divina: «No temas en descender a Egipto; porque allí te haré una gran nación. Yo descenderé contigo a Egipto, y con seguridad, Yo te sacaré de allí»

Iosef reúne toda la riqueza de Egipto vendiendo comida y semillas durante los años de hambruna. El Faraón le da a la familia de Iaacov la fértil tierra de Goshen para establecerse, y los hijos de Israel prosperan en el exilio en Egipto.

SE LE ACORTARON LOS DÍAS

Honra a tu padre y a tu madre. Entonces vivirás mucho sobre la tierra que Dios tu Señor te da.(Éxodo 20:12)

Cinco veces los hermanos se refirieron ante Iosef con respecto a su padre como “Tu siervo”, y otras cinco veces Iosef oyó las mismas palabras a través de un intérprete (no nos olvidemos que frente a sus hermanos simuló ser un extraño que ignoraba la lengua santa). Por esta violación del mandamiento de honrar a los padres se le acortó la vida a Iosef en diez años, uno por cada vez que oyó las palabras “Tu siervo”.

Tengamos siempre presente esto cuando se trate del respeto debido a nuestros padres.

No Estamos Solos

Por Yossy Goldman

¿Cuántos judíos entraron a Egipto? En el momento del Éxodo, había 600.000 hombres en edad militar (y, según todas las estimaciones, un total de varios millones de personas) en el incipiente pueblo. Pero el número que originalmente llegó a Egipto en los días de José era solamente, según la Torá, «setenta almas». Sin embargo, si uno examina el texto con detenimiento, los hijos de Jacob y sus respectivos hijos —incluyendo a José y sus hijos que ya estaban en Egipto —llegamos a un total de solamente sesenta y nueve. Los comentaristas ofrecen varias explicaciones. Algunos dicen que la Torá redondea hacia la decena más cercana. Otra explicación es que la persona número 70 era Iojeved, nacida mientras la familia de Jacob entraba a Egipto. Otros cuentan a Jacob mismo como número 70.

Para mí, el Midrash que más me llega es: ¿Qué hizo Di-s? Él mismo se sumo a la cuenta, totalizando setenta, para cumplir la promesa hecha a Jacob (Génesis 46, 3-4), «no tengas miedo de bajar a Egipto, porque te estableceré como gran nación allí. Descenderé con ustedes a Egipto y te traeré nuevamente…»

¡Que inspirador! Di-s está con nosotros en Egipto. En medio del sufrimiento, del dolor y la persecución, Él está con nosotros. En todas nuestras peregrinaciones y exilios, Él está allí. Como Él nos asegura en el Salmo 91, «Estoy con él en su aflicción». En toda nuestra angustia, en todas nuestras tzores, ¡Él esta allí con nosotros!Fue esta convicción de que la Presencia Divina invisible pero tangible estaba con nosotros en el Galut y en los ghettos que sostuvo a nuestro pueblo a través de la historia. Ésta era la promesa que nos llenó de una fuente inagotable de fe, valor y fuerza para sobrevivir a nuestros enemigos y prosperar nuevamente. Muchos se preguntan: ¿Dónde estaba Di-s durante el Holocausto?» No podría ni siquiera intentar responder esta pregunta a un afligido sobreviviente que perdió su fe. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a estas santas almas atormentadas? Pero mi padre, y muchos como él, sobrevivieron con la fe intacta. ¿Cómo mantuvieron su creencia a pesar del sufrimiento? Una respuesta posible es: «¿Cómo sobreviví? ¿Cuántos milagros hicieron falta para sacarme de Polonia? ¿Y de los campos? ¿Y para escapar de Lituania, Rusia, Japón o Shangai? ¿Cómo puedo negar que la mano de Di-s me libero del peligro una y otra vez?» El milagro más grande de nuestra generación es que después de Auschwitz los judíos todavía quieran ser judíos. Que nuestro pueblo renació y reconstruyó sus familias, sus comunidades y su patria. Para muchos, la certeza de que una energía superior los guiaba a la supervivencia los sostuvo en los momentos más oscuros y les dio la confianza para reagruparse y regenerarse.

Pronto observaremos el ayuno del 10 de Tevet, conmemorando el sitio de Jerusalén por parte de los Babilonios. ¿Quién rió último? ¿Usted o algún nieto de Nebujadnezar, rey de Babilonia? Todo lo que quedó de aquel poderoso imperio son algunas estatuas. Todos nuestros enemigos, del tercer Reich, desaparecieron. Los judíos siguen aquí, haciendo lo mismo que hicieron durante los últimos 2.500 años.

La promesa de Di-s a Jacob: «Iré con ustedes» nos permitió continuar. Y la conclusión del versículo nos asegura un final feliz. «Y te traeré nuevamente» —de Egipto y de nuestro exilio. Pronto en nuestros días. (www.es.chabad.org)

Puertas y murallas

En este día se rodearon las murallas de Jerusalem

Las murallas encierran, separan, aíslan. Las murallas te cortan del mundo.

Pero una muralla rota significa peligro. Si está conteniendo un río, va a comenzar a entrar agua. Si está asegurando una frontera, enemigos o extranjeros infiltrarán sus brechas. Una muralla rota significa vulnerabilidad, exposición, pérdida de identidad.

Entonces ¿qué es lo que necesitamos? Necesitamos murallas con puertas.

Necesitamos murallas fuertes, con puertas que se abran y cierren. Puertas que estén abiertas durante el día y cerradas en la noche. Puertas que se abran para permitir a la gente entrar y salir para intercambiar ideas y mercaderías; puertas que también se cierren, para salvaguardar la ciudad y repeler fuerzas dañinas y destructivas.

Cuan bueno es si tu ciudad, tu comunidad, tu familia, tu propio cuerpo y tu propia alma, tienen murallas fuertes con puertas que funcionen apropiadamente, de forma que estés seguro en tu propia identidad, protegiendo lo que es lo mejor y más preciado dentro de ti mismo, y abierto al mundo para dar y recibir, aprender y enseñar.

El 10 de Tevet del año judío 3336 (425 AEC), los ejércitos del Rey Nabucodonosor de Babilonia sitiaron las murallas de Jerusalén, brechando eventualmente los muros que protegían la ciudad santa, destruyendo el Templo Sagrado y enviando al pueblo judío al exilio.

Cada año, observamos el 10 de Tevet como un día de ayuno, arrepentimiento y retorno, un día dedicado a salvaguardar las murallas de nuestra identidad, reparando sus brechas, y asegurándonos que sus puertas funcionen apropiadamente… (www.es.chabad.org)

 
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