Crédito: Ruth Gvili
Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld
Hoy en día los tomadores de decisiones están operando en un mundo en el que las organizaciones son más fuertes que los países, la economía está brincando, y EE.UU. está eludiendo sus responsabilidades «policiales» • Las viejas reglas ya no se aplican, e Israel sería prudente en aceptarlo.
La gente suele preguntar cómo es que los expertos en asuntos mundiales, y en particular en asuntos de Medio Oriente, fueron tomados con la guardia tan baja. Nadie vio venir los acontecimientos de la Primavera Árabe. Nadie predijo el ascenso del grupo Estado Islámico. Nadie anticipó que Europa sería inundada con refugiados. Ningún experto podría haber imaginado lo que está sucediendo actualmente en Estados Unidos. No hay escape de la única conclusión posible: algo profundo ha ocurrido y convirtió al mundo en casi incomprensible.
La última vez que el mundo estuvo en un tal estado fue después de la Primera Guerra Mundial, cuando el viejo orden mundial desapareció y surgió uno nuevo. La Conferencia de Paz de Versalles de 1919 carecía de herramientas para lidiar con el nuevo mundo, en el que la revolución industrial alcanzó nuevas alturas, el transporte motorizado reemplazó a los carros tirados por caballos y aviones hacían mucho menos significativas las distancias. Hasta cierto punto, la conferencia de Versalles representó un intento de los viejos líderes mundiales, principalmente Gran Bretaña y Francia, de conservar su estatus económico y salvaguardar las reglas del juego que habían comenzado un siglo antes.
A este intento de poner en práctica viejas herramientas en un mundo nuevo no le fue bien. Veinte años después del Tratado de Versalles, que se suponía iba a traer la paz mundial, una guerra terrible descendió sobre el mundo. Hasta cierto punto, Adolf Hitler entendió las reglas del nuevo juego mejor que nadie (pero no tuvo en cuenta la ventaja industrial de Estados Unidos). La rendición de Alemania y dos bombas nucleares de Estados Unidos sobre Japón trajeron e final de la guerra, y se establecieron nuevas normas que, desde hace más de 70 años, hasta ahora impidieron que estallara una guerra seria.
En el mundo resultante de doble potencia, estaba claro que ninguna de las partes iría tras regiones de poder pertenecientes a la otra, y los líderes aprendieron a vivir en un sistema con dos puntos focales – uno en Washington y otro en Moscú – cada uno de los cuales podría destruir el mundo siete veces con armas nucleares que nadie quería realmente utilizar después de Hiroshima y Nagasaki.
Una cultura de rabia
Pero el mundo surgido después de la Segunda Guerra Mundial ha desaparecido. El acontecimiento más significativo que contribuyó a este cambio fue el colapso de la Unión Soviética a principios de los años 1990. Este colapso, visto entonces como una victoria estadounidense pura y la prueba del fracaso del sistema comunista, estaba conectado a Medio Oriente, aunque nadie se dio cuenta de la conexión en ese momento. Su importancia se hizo evidente en retrospectiva.
Después de que los rusos invadieron Afganistán en 1979, las fuerzas locales, con la ayuda de EE.UU., pudieron derrotarlos, y los soviéticos se retiraron avergonzados en vísperas del colapso soviético. En el mundo musulmán, esta derrota fue vista como una victoria islámica sobre una superpotencia y la principal razón del posterior colapso de la Unión Soviética. Este éxito llevó al mundo musulmán a verse de manera diferente, y precisamente entonces se sembraron las semillas para renovar los esfuerzos para cultivar la rama del Islam político, sunita, fundamentalista, violento, inflexible. Los movimientos que surgieron en diversas formas a partir de estos esfuerzos se extendieron por todas partes a partir de la Hermandad Musulmana, a través de al-Qaida y todo el camino hasta el Estado Islámico.
Alrededor de una década antes del colapso de la Unión Soviética, un clérigo chiíta tuvo éxito en encabezar una revolución y obtener el control de Irán, el mayor país chiíta del mundo. Los chiítas representan alrededor del 15% de todos los musulmanes, y durante siglos fueron una minoría oprimida que desarrolló una cultura del victimismo y rabia. Pero no más – el Ayatollah Khomeini cambió la actitud completamente y, liderados por Irán, los chiítas se convirtieron en una fuerza dinámica en Medio Oriente.
En ciertos momentos de la historia trataron de extender su influencia a países no chiítas como Argelia y Sudán (todo lo que queda ahora es su vínculo con grupos palestinos sunitas como Hamas y la Jihad Islámica). Pero básicamente, se centraron en la construcción de un arco chiíta que se extiende desde Teherán a través de Bagdad hasta Damasco y Beirut. Su mayor éxito hasta la fecha en «exportar» la revolución ha sido Hezbollah en Líbano.
Minorías se convierten en mayoría
Hoy en día, la dinámica de Medio Oriente es el resultado de tres factores: el Islam político que lucha contra las características del estado moderno; la fricción hasta el punto de guerra en cualquier lugar donde haya sunitas que viven junto a chiítas; y las condiciones locales que se derivan del hecho de que ninguno de los gobiernos de la región han podido proporcionar esperanza de un futuro mejor. En la mayoría de los países de la región, los ciudadanos sienten que sus gobiernos no se preocupan lo suficiente por ellos – ya sea sólo salvaguardando su propios intereses, o siendo activamente injustos, si no crueles.
Los avances tecnológicos han hecho que la situación sea aún más complicada, porque las redes sociales permiten la difusión de grandes cantidades de información, y permiten que las voces latentes u oprimidas se levanten repentinamente e influyan en las masas. Los gobernantes han perdido su control exclusivo sobre la información, y con ello han perdido su largamente mantenida capacidad para manipular y mantener el control en todo Medio Oriente.
Mientras tanto, EE.UU. también ha cambiado. Las minorías están en camino de convertirse en mayoría, la economía está brincando, y la brecha de riqueza es cada vez más amplia. El precio pagado con sangre en Irak y Afganistán ha hecho que el pueblo estadounidense sea receloso de entrar en nuevas guerras. La dependencia estadounidense de las fuentes de energía de Medio Oriente ha disminuido significativamente, y el foco se ha desplazado ahora hacia Asia.
Como resultado, con el «policía» de la región ya no presente, todos los centros de poder ahora están cambiando. Los iraníes y el Islam radical están tomando ventaja de la ausencia estadounidense para establecer poder a expensas de los países que se mantuvieron intactos después de la Primavera Árabe. Mientras tanto, estos países sunitas están buscando reforzar el statu quo.
Pensar diferente
Los tomadores de decisiones se enfrentan ahora a un nuevo mundo, uno en el que las organizaciones son más fuertes que los países. Un mundo en el que EE.UU. no está funcionando con su papel anterior y muchos estadounidenses están hartos del sistema político de su propio país. Un mundo en el que los chiítas tienen éxito porque son la fuerza dinámica, el precio del petróleo está cayendo, los ricos estados del Golfo están nerviosos, y el Islam radical sunita controla una amplia franja de tierra entre Irak y Siria, en el Sinaí y en Libia. Un mundo en el cual el tema más acuciante de Europa es frenar la afluencia masiva de refugiados.
En un mundo como éste, las viejas reglas ya no funcionan, pero no hay nuevas reglas que se hayan establecido aún. Es por ello que el pasado no siempre es relevante para entender el futuro, y la lógica no siempre funciona (el viejo adagio que indica que el enemigo de mi enemigo es mi amigo ya no es aplicable, por ejemplo). Cuando todo es diferente, es el momento de pensar de forma diferente y actuar de manera diferente.
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