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| miércoles noviembre 20, 2024

Isaac Luria de Egipto


 

Aunque se lo conoce como ha-Arí, el León Sagrado, por causa de sus iniciales ha-elohi rabi Ytzjak , ése fue un epíteto tardío ya que su verdadero nombre fue Isaac Luria Askenazi. Algunos sefardíes escriben su nombre como Loria, pero todos están de acuerdo en señalar que fue uno de las mentes más preclaras de su siglo, el XVI.   Su padre, miembro de los Luria de Polonia o de Alemania- no se sabe aún-, emigró a Jerusalén y al parecer se casó allí con una mujer de la familia Frances,  familia que tan importante habría de ser para la formación ulterior del pequeño Isaac. Como su padre murió siendo él niño, la viuda decidió irse a vivir a Egipto, en donde moraba su hermano Mardoqueo Frances. Un rico recaudador de impuestos que además amaba con pasión el estudio. Por lo todo lo cual, y aunque nació en Jerusalén, Luria está asociado a Egipto.

 

En las riberas del Nilo Luria comenzó sus estudios kabalísticos bajo la tutela, cuenta Scholem, de David ben Salomón ibn Abi Zimra, y de su sucesor Bezalel Askenazi. Pero también se destacó en el comercio de la pimienta y de los cereales. Poco antes de los treinta años, y se piensa que bajo los efectos de una crisis mística, Luria se retiró con el fin de llevar una vida apartada en la isla de Jazirat al-Rawda, en el Nilo, cerca del Cairo; isla que era propiedad de su tío, quien-entretanto-se había convertido en su suegro. Ese retiro duró aproximadamente siete años y en ellos profundizó sobre todo en el Zohar y en las obras de los primeros kabalistas. De entre sus coetáneos se sentía muy cerca del trabajo de Moisés Cordovero, ecos de cuya obra habían llegado de Safed a Egipto. De esa época data, también, la única obra escrita de su mano: un comentario al Sifrá di-seniuta, El libro del ocultamiento, que en realidad es una sección zohárica que lleva ese título, pero no se vislumbra, en ese trabajo, ninguna de las ideas que expondría más tarde en Safed.

 

Hacia 1570 se estableció en la ciudad galilea con su familia, convirtiéndose en discípulo de Cordovero. Cuando éste murió, Luria pasó a ser en cierto modo la estrella de Safed pues reunió en torno a la luz de su enseñanza a dos decenas de discípulos, quizás hasta treinta, cuyos nombres nos han sido conservados por Jaím Vital. Aunque predicó un par de veces en la sinagoga askenazí de la ciudad, su método consistía en lo que hoy llamaríamos, apoyándonos en la historia de la filosofía griega, peripatético. Es decir que enseñaba a sus alumnos en los largos paseos que hacían juntos por las montañas galileas. El Arí o León Sagrado creía que era posible entrar en contacto con los tzadikim y beber de sus enseñanzas mediante unos ejercicios de concentración sobre las primeras sefirots del Arbol de la Vida, esto es sobre la tríada Keter-Jokmá- Bináh, Corona, Sabiduría y Entendimiento respectivamente. En especial por medio de la intención dirigida o kavanáh , cuyo equivalente numérico, 81, era el anoji o el Yo divino, vocablo que también puede leerse como anejí , que significa vertical.  En efecto, Luria creía que existe, de hecho, un sólo yo del que todos somos reflejos, y que, ascendiendo rectamente hasta él, se perciben las auras lúcidas de  todos aquellos que nos precedieron en esa subida. Como, por otra parte, el Yo mayestático del Creador puede leerse, también, de este modo:ein ani, no yo, Luria explicaba que, de hecho, tampoco hay ego real, sino y apenas un kan o soporte  mediante el cual lo infinito aléfico de la primera letra alfabética se convierte en el punto que origina la conciencia, la yod de la que el Zohar dice que es ´´el más pequeño signo del misterio más grande.´´ Considerando, entonces, que la Creación o el tzimtzum sigue la pauta del relámpago, hay una catábasis o descenso del anoji hasta ese punto tras pasar por el vacío para articular la mera identidad social del ego (es decir del aní que procede del ain o vacío, no, negación), para que  luego, y en el aprendizaje del ken o  sí , en la afirmación y en la revelación luminosa de lo oscuro negativo, se pueda producir un ascenso o anábasis, un regreso desde cada punto de la vida oyod  otra vez hasta el Yo del Creador.

 

Luria vivió tan sólo dos años en Safed,  lo suficientemente intensos como para marcar a toda una generación de kabalistas. Sus discípulos lo describieron como un hombre altamente seductor, gentil y entusiasta, de facciones claras y ojos azules. Sostenía que si el tzimtzum o la contracción  genésica seguía las huellas del relámpago, la Creación entera estaba herida y necesitaba, por tanto, un tikún , una reparación cuya equivalencia numérica comenzaría por el guigul mejilot o el retorno de los judíos a su solar natal. El hombre, creía este maestro, puede sanar las roturas de la Creación, puede y debe hacerlo. Su método, aparte de la conexión con los maestros ascendidos, consistía en ´´juntar chispas´´, hacer que las luces ocultas en las cosas y los seres se pusieran en relación, de tal modo que lo incoherente se volviese coherente, lo disperso se unificara, lo lejano se acercara y lo elevado bajara a la tierra. Por supuesto que ese proceso podía ser doloroso, pero también la mujer, al parir, pasa por contracciones y dificultades extrayendo del vacío de su matriz algo totalmente nuevo e inédito. Luria, qué duda cabe, se adelantó en mucho a su época. Pero ese es el trabajo de los místicos, anunciar en enigmas y parábolas de hoy lo que sucederá o será evidente mañana.

 

 

 
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