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| martes mayo 7, 2024

Niza Ayer y Hoy


¡Oh Niza! Ir a Niza como parte de un viaje a Europa era un sueño.
Para las que veraneábamos en Mar del Plata, Miramar, Mar de Ajó y otras playas menores, ir a Niza era como llegar a Hollywood sin ser artistas.

Ir a Niza era el gran salto social de veraneo como hijos de inmigrantes que hacíamos el camino inverso de nuestros abuelos y padres al volver a Europa como turistas.
Era volver e Europa como ciudadanos de los países que les dieron refugio a los emigrados que buscaban tanto en la Primera como la Segunda Guerra Mundial un lugar para vivir sin persecuciones.

Era pensar en el Hotel Negresco que veíamos en las revistas, en la costa y el Paseo de los Ingleses, en los Museos donde estaba la obra de Chagall y su hábitat y taller en Saint Paul de Vence.

En la aventura de conocer esa privilegiada geografía por la Haute, la Moyenne y la
Basse Corniche las tres rutas que recorren la famosa Costa Azul desde Hyères a Menton de un espectáculo único.

Alternar con los artistas que veraneaban allí, así como los millonarios en sus mansiones frente a las vistas del Mediterráneo era cosa de película. Ver a las mujeres más hermosas del mundo y a los aristócratas y sus extravagancias caminando con sombreros, bastón, atuendos blancos por la rambla era pasar de la fantasía a la realidad de sus elegantes visitantes veraniegos. A todo este contenido de un cuadro enmarcado por el mar y las montañas, al estilo impresionista por su luz, se sumaba la fama y la curiosidad de ver el strip tease de las sin corpiño en Saint Tropez.
La gastronomía provenzal también era parte de esa aventura regional para comer sus patés, sus panes, sus vinos y otras especialidades más sus construcciones típicas, sus callejuelas y sus artesanías…

Niza, la ciudad más grande de la costa Azul es la séptima de Francia.
Con toda esa información, más el haber visto películas con su geografía, arquitectura y vida social muchos llegábamos y sentíamos que el paraíso estaba entre nosotros y más allá de la otra meca del cine: Cannes con sus festivales.

Pero también había datos que se iban sumando a nuestro paseo. Por ejemplo: la cantidad de árabes en los lugares más caros. Eran jeques que con sus familias y séquitos de decenas de personas se instalaban en todo un piso del Hotel Negresco. Sus chóferes al pie de sus Mercedes Benz los esperaban en la explanada de día y de noche. Sus esposas ataviadas con sus caftanes y velos iban a la playa a mojarse sólo los pies. Sus yates estaban anclados en algún puerto de las cientos de marinas o bien en Montecarlo hasta que ordenaban su salida a navegar.
La fastuosidad de todo ese movimiento hablaba de riquezas incalculables redituados por el precio del petróleo mientras sus súbditos en sus países de origen vivían en la pobreza y el subdesarrollo. Con el paso del tiempo ese primer paso del turismo árabe en la Costa Azul y en toda Francia pasó luego a ser los compradores de lugares estratégicos, de casinos, propiedades y grandes negocios.

Yo había visto a los árabes en Medio Oriente pero nunca con tanto despliegue de Las Mil y una Noches en Europa Occidental. Eran parte del folclore del verano de la Costa Azul, pero también había otro folclore que rondaba a los turistas. quienes advertidos por la policía debían estar alertas. Se trataba de los gitanos, de los rumanos, de los yugoslavos y de sus niños que simulando pedir limosna los rodeaban hasta robarles sus dineros apoyados por adultos que se sumaban al alboroto y pillaje… Escuchar “Police”, “Police” era frecuente. Esto pasaba hace más de 40 años.

Hoy, aquello, la antesala de la presencia árabe en Francia era pintoresco porque se trataba de placer y lujuria. Actualmente todo es más peligroso y a la vez más simple. No es robo sino asesinato imprevisto, incalculable, inesperado ya que el factor sorpresa no se puede controlar. No es con armas. No son los gitanos ni sus niños. Son musulmanes extremistas. Son cuchillos. Son coches bombas, cinturones explosivos y fanáticos entregados al suicidio al servicio de matar a los que son infieles a esa fe. Eso pasó en Niza el 14 de Julio del 2016, ayer no más, día en que se recuerda y celebra el inicio de la Revolución Francesa. Un camión con uno de esos fanáticos apretando a fondo el acelerador se precipitó contra una muchedumbre que celebraba la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. Mató a 80 personas en esa ese Paseo de los Ingleses, en esa Costa Azul de belleza, de tiempo libre, del bon vivant. Y el hall del lujoso Hotel Negresco con su cúpula rosada volvió a ser un hospital para atender a los heridos como lo fue en la Primera Guerra Mundial.

Lujo, placer y belleza se transformaron en odio, sangre y muerte

 
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