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| lunes diciembre 23, 2024

Al Aqsa: desmontando el peligroso mito antisemita de la Unesco


Mucho se ha escrito sobre la deplorable resolución de la Unesco sobre Jerusalén y sus santos lugares; en concreto, sobre su negación implícita de cualquier vínculo judío (o cristiano) con el Monte del Templo. Pero es lo que afirma esta resolución sobre la “Palestina ocupada”, más que lo que niega, lo que debería preocuparnos. Se trata de una teoría conspirativa paranoide que sostiene que los judíos están planeando dañar los lugares sagrados islámicos. Esto no tiene ningún fundamento real, pero ahora cuenta con el visto bueno de una de las organizaciones internacionales más importantes.

En las largas secciones de la resolución sobre la Mezquita de Al Aqsa, la Unesco “condena la escalada de agresiones israelíes (…) contra la libertad de culto y el acceso de los musulmanes a su lugar sagrado (…)”; “deplora los continuos asaltos de los extremistas israelíes de derecha a la Mezquita de Al Aqsa/Al Haram al Sharif” y “condena firmemente las continuas agresiones” que estarían perpetrando “las denominadas autoridades de antigüedades israelíes”.

Es vital entender la fuerza que tiene esta mentira sobre la amenaza a Al Aqsa en la motivación del conflicto y su extensión, crucial para la causa palestina. Hay un largo historial de denuncias árabes sobre que los judíos, los sionistas o los israelíes han amenazado Al Aqsa, y se remontan hasta más allá de 1930. Dichas acusaciones son en parte un grito de guerra, en parte una teoría conspirativa y en parte un reflejo nítido de actos pasados contra lugares sagrados judíos que pasaron a manos musulmanas, así como fantasías de venganza futura, después de que dichos lugares sean “liberados” del control sionista.

El poder de esta mentira, tanto para incitar a la violencia como para movilizar a la opinión pública árabe y musulmana más allá del ámbito local del conflicto, lo entendió por primera vez en la década de 1920 el muftí de Jerusalén (y futuro colaboracionista nazi) Haj Amín al Huseini. Él vio Al Aqsa como una forma de convertir un conflicto local, donde su bando podría haber estado en desventaja, en uno regional, religioso e incluso global, donde esa desventaja podría ser revertida. La afirmación de que los judíos pretendían dañar los santos lugares musulmanes de Jerusalén fue en 1928 el pretexto para una ola de violencia árabe contra los judíos que culminó con la matanza de 67 judíos en Hebrón, unos meses después.

Este método sirvió como modelo para cada uno de los futuros estallidos de violencia que siguieron a las falsas afirmaciones sobre las amenazas judías contra Al Aqsa, que se producían más o menos una vez por década, sobre todo después de que Israel conquistara la Ciudad Vieja de Jerusalén en 1967. Incluso durante los años clave del proceso de Oslo, la apertura en 1996 de una segunda salida en un túnel turístico, que –a pesar de las mentiras en sentido contrario– no pasaba por debajo de ninguna mezquita, se utilizó como falso pretexto para tres días de revueltas violentas que incluyeron dos ataques mortíferos contra lugares sagrados judíos en la Margen Occidental. La opinión pública internacional culpó universalmente a Israel por las revueltas.

Esta también ha sido la pauta que ha seguido la violencia del último año en Israel y en la Margen. Los propios atacantes declaran –por lo general a través de comentarios en las redes sociales– que su principal motivación es la “amenaza” que se cierne sobre Al Aqsa. Pero los medios internacionales casi siempre lo traducen para sus lectores como “la frustración por la ocupación”, y si se llega a mencionar el asunto de Al Aqsa se trata como algo sujeto a discusión (“Los israelíes niegan daños contra los lugares sagrados musulmanes”). Incluso cuando se condena la reacción violenta, se trata con comprensión hacia la mentalidad patológica que la provocó.

Es como si nos hubiéramos tomado en serio a Dylann Roof cuando adujo para justificar su matanza de fieles afroamericanos en una iglesia de Charleston que había negros que violaban a blancas, o como si lo tratáramos como algo discutible. Como si condenáramos a Roof pero pidiéramos a la comunidad afroamericana que refrenara su conducta, o alguna otra proposición repulsiva. Lo que hacemos, correctamente, es considerar el delirio paranoide de Roof como otra manifestación más del mismo racismo patológico que le llevó a cometer su tristemente célebre masacre.

En el caso de los judíos e Israel, sin embargo, lo que es claramente una patología se trata como un agravio posible o, en el caso de la Unesco, como uno genuino.

Este agravio percibido lleva los límites de la ironía a un punto crítico. Quisiera enumerar cuatro maneras en que esto sucede:

1) Inmediatamente después de conquistar la Ciudad Vieja, Israel traspasó el control del Monte del Templo al Waqf islámico y prohibió cualquier rito religioso judío en todo el recinto (no sólo en las mezquitas), un statu quo que se ha mantenido hasta hoy. Fíjense bien en esto: el único Estado judío del mundo acababa de lograr una impresionante victoria sobre unos enemigos que días antes le habían jurado una guerra de exterminio, en el proceso liberó el lugar más sagrado para el pueblo judío y se aprestó a cederlo.

2) Dejando a un lado las teorías conspirativas, Israel no ha llevado a cabo ninguna excavación, arqueológica o de otro tipo, bajo el Monte o bajo las mezquitas del Monte. La única excavación de magnitud en los últimos tiempos la llevó a cabo el Waqf islámico en el lugar anteriormente conocido como los Establos de Salomón, ahora la Mezquita de Al Marwani.

La construcción de la Mezquita de Al Marwani en el extremo suroriental del Monte, directamente adyacente a la de Al Aqsa, supuso la destrucción gratuita e irrecuperable de tesoros arqueológicos que abarcaban tres milenios de patrimonio de la Humanidad. A diferencia de los daños arqueológicos ficticios de los que delirantes y fanáticos acusan a Israel, esto jamás fue condenado por la Unesco o por cualquier otro organismo internacional.

3) Israel sí restringe activamente los derechos religiosos de los fieles en el Monte del Templo; pero de los fieles judíos, no de los musulmanes. Prohíbe cualquier oración o actividad religiosa judía de cualquier tipo en cualquier parte del Monte, y limita las visitas de los no musulmanes a unas pocas horas a la semana. Durante un periodo particularmente tenso, entre 2000 y 2003, Israel prohibió totalmente el acceso de judíos. Ninguna organización internacional pro derechos humanos ha protestado jamás por esta negación absolutamente prudente de la libertad religiosa. Son las visitas de los judíos en 2014 y 2015 –al Monte, pero jamás al interior de las mezquitas– lo que la Unesco describe ridículamente como “asaltos a Al Aqsa”. Supongo que, cuando niegas que tengan derecho alguno a visitar un lugar, la presencia de judíos se puede describir como una especie de invasión. De hecho, los únicos fieles que suelen ser hostigados en el Monte del Templo son los pocos judíos que cometen la osadía de visitar en silencio el lugar más sagrado de su confesión. Entre tanto, el Gobierno israelí ha afirmado repetidas veces que mantendrá el statu quo, también en árabe.

4) El control israelí de la Ciudad Vieja de Jerusalén en el último medio siglo ha significado que Al Aqsa, el tercer lugar más sagrado del islam, sea un lugar sagrado islámico excepcional, pues no ha sido escenario de ningún tipo de masacre de fieles musulmanes por una u otra rama rival del islam radical.

Los países que votaron a favor de esta obscena resolución no sólo están negando la historia judía: también están excusando un libelo antisemita y dando implícitamente licencia a la violencia que anuncia. Una mayor sensibilidad hacia los sentimientos judíos sobre los lugares sagrados sería sin duda un buen paso adelante, pero eso sólo no resolverá lo más lamentable y peligroso de esta resolución.

© Versión original (en inglés): Tablet
© Versión en español: Revista El Medio

 
Comentarios

El islam ha logrado concretamente ante la Unesco, en tres sucesivas votaciones, deslegitimar nuestros derechos como pueblo sobre Jerusalem. El Occidente cristiano ha mostrado en estas críticas votaciones que el tema le importa poco y nada, y que éste es un tema solo importante para los judíos. El pueblo judío e Israel deben hacer frente de una vez por todas a estas patrañas con todos los medios legales a su disposición. Tengamos claro que la UNESCO está actuando fuera de las atribuciones conferidas por su Carta Constitutiva. Si somos tan inteligentes como nosotros mismos nos vemos, pues actuemos en consecuencia y dejemos de vivir acosados.

El gobierno israelí debe obligar a funcionariosde los gobiernos que votan a favor de esta resolución y de los que se abstienen de visitar físicamente los lugares del Monte para ver que sucede allí. Y así darse cuenta de las mentiras palestinas y de sus secuaces.

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