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| jueves noviembre 21, 2024

Israel: ‘move forward’


Desde hace más de 20 años –y en especial durante la Segunda Intifada (2000-2004), la Segunda Guerra de Líbano (2006) y las tres operaciones contra Hamás en Gaza (2009, 2012 y 2014)–, el Estado de Israel, por razones que aún están pendientes de consenso, ha sido objeto desobreexposición mediática e intoxicación desorbitada desde numerosos medios de comunicación serios y respetables, así como de un escrutinio parcial por parte de muchos países y organizaciones internacionales. Ahí están los ejemplos del asesinato de Mohamed al Durah o lamanipulación fotográfica de Reuters, entre otros. Tenemos asimismo las resoluciones del Consejo de Derechos Humanos de la ONU contra Israel (entre 2006 y 2015 condenó 61 veces a Israel y 55 veces a todos los demás países del mundo combinados) o la resolución aprobada el pasado día 13 por el comité ejecutivo de la Unesco.

Los líderes y funcionarios del Estado de Israel, entonces y ahora, siguen desorientados ante este fenómeno que no han sabido confrontar. Los responsables gubernamentales, que nunca han estado del todo convencidos sobre eso de explicar lo que hacen y por qué lo hacen a un Occidente y, sobre todo, a una Europa que se han mostrado en muchas ocasiones incomprensivos y obtusos ante las posiciones israelíes, han reaccionado tarde y mal, y la mayoría de sus iniciativas han generado más confusión sobre el conflicto, sobre las acusaciones falsas contra Israel y sobre su legitimidad como miembro de la comunidad de naciones.

Acompañado del movimiento conocido como hasbará (en hebreo, “esclarecimiento”), nacido de la iniciativa privada, desorganizado y caótico –de ahí surgieron chapuzas sonadas como falsificar una foto del Orgullo Gay, cuando no era necesario–, el Gobierno de Netanyahu creó en 2009 el Ministerio de Diplomacia Pública con el objetivo de contrarrestar la mala prensa que Israel tenía, y que sigue teniendo. Sus resultados son, cuando menos, pobres. En 2013, una encuesta de la BBC reflejaba que Israel era el país menos popular del mundo, con un 52% de encuestados identificando la influencia de Israel como “muy negativa”. En la web TopTen, Israel es el 6º país más odiado del mundo; en ABC News Point, el 2º.

Los israelíes nunca han estado cómodos explicando sus posturas y acciones a medios de comunicación y países que siempre han sometido su país a una sobreexposición alejada de toda simpatía o comprensión. Además, el Ministerio de Diplomacia Pública y los demás organismos encargados de la comunicación del Gobierno no han sabido colocarse en el lugar correcto –han de ser meros relatores y aclaradores serios, es decir, hacer comunicación corporativa como la de los demás Estados– y han decidido, erróneamente, salir a la arena y entrar al trapo, sin voluntad sincera de mejorar su imagen de forma eficiente. Ejemplo de ello es el último video del Ministerio de Asuntos Exteriores, en el cual se insiste en justificar la existencia de Israel, como si casi 70 años –desde aquella tarde de mayo de 1948– no valieran para nada, y se presenta a los judíos como aborígenes de la tierra –como si más de 3.000 años tampoco valieran para nada–.

Ciertamente, es comprensible, y sobre todo después del despropósito de la Unesco, que Israel intente imponer su narrativa. Como recuerda David Brooks, columnista del New York Times, una de las razones de la longevidad del conflicto es el intento de ambas partes de imponer su narrativa a la otra, más aún cuando el derecho de Israel a existir como Estado-nación soberano y a defender a sus ciudadanos sigue estando bajo debate y controversia. Por ejemplo, en abril de 2015 la Universidad de Southampton albergó un debate sobre si Israel tenía derecho a existir como país; un año antes, Sharmine Narwani, profesora de la Universidad de Oxford, escribía enThe Guardian que no lo tenía. Para qué hablar de lo que piensa Hamás (los artículos 6 y 11 de su carta fundacional contemplan como objetivo la destrucción de Israel) o lo que desean los dirigentes iraníes (después de firmar el acuerdo nuclear con las potencias mundiales, el ayatolá Jamenei declaró que en 25 años borrarían a la “entidad sionista” del mapa). En la plataforma online debate.org, a la pregunta de si Israel debe existir, un 60% dice que no. La presión deslegitimadora es evidente e injusta.

Pero, a fin de cuentas, la nueva campaña de la cancillería israelí es inapropiada y fallida. Israel existe, es un hecho consumado y aceptado por la comunidad internacional. Los derechos sobre la tierra son ya un asunto legal, que dependerá de un acuerdo de paz final con los palestinos –si llega ese día–; la historia y la conexión judías son innegables, aunque no suficientes para justificar la soberanía sobre ciertos territorios: ésta deberá ganarse en unas negociaciones; y los reinos antiguos de Israel, las reformas de Esdras y Nehemías, el Gran Templo y sus vestigios, las fortalezas herodianas, entre infinidad de hechos, emplazamientos y lugares milenarios, no serán utilizados a la hora de diseñar un proceso de paz: son ya asunto de los académicos.

Israel debería dejar de justificar su existencia, debería interiorizar de una vez por todas que, pese a todos sus enemigos, existe y seguirá existiendo, y dejar a los historiadores y a los arqueólogos los asuntos relativos a la historia y a la arqueología. De esta manera, lo de la Unesco y tergiversaciones como que Jesucristo era palestino quedarían relegadas a la anécdota estrambótica del momento, al trending topic sobre el que hacer memes y publicar comentarios ingeniosos.

Israel es ya un hecho consumado y aceptado, por tanto, no tiene que justificar su existencia, mucho menos con vídeos cómicos.Tiene que mirar hacia delante. Move forward.

 
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