El conflicto desatado por la sucesión de Mahoma separó las dos ramas principales del islam. Tras su muerte, en 632 DC, se abrió un proceso turbulento que duró siglos y que aún persiste. Los musulmanes se escindieron en tres ramas: chiitas, sunitas y jariyíes, aunque de esta última solo sobreviven hoy pequeñas comunidades que representan apenas el 5 por ciento del islam. Los primeros reclamaron la preeminencia de una sucesión que comenzaba en Alí, yerno de Mahoma. Según su argumento, el poder debe designarse por gracia divina y el parentesco familiar es una señal de divinidad.
Enfrentados a ellos, los sunitas aceptaron el mandato de los tres primeros califas tras la desaparición del profeta, pero no el de Alí, que murió en combate en el año 661 DC en la histórica batalla de Karbala (Irak actual). Los sunitas defendían que la cabeza visible del islam debía ser un varón de la tribu de Quraish, elegido por la comunidad según indicación de la sunna (el conjunto de preceptos dictados por Mahoma). Así, se distanciaron de la rama chiita.
En la actualidad, los sunitas representan aproximadamente el 85 % de los musulmanes y son mayoritarios en Arabia Saudita, Afganistán, Pakistán, Jordania, Kuwait, Yemen, EAU, Egipto, Túnez, Qatar, Libia, Turquía y Siria. Por su parte, los chitas, que suponen del 10 por ciento al 13 por ciento del mundo islámico, predominan en Irán, Bahréin, Irak, Líbano y Azerbaiyán.
Según declaraciones de reconocidos expertos árabes entre los que destacan Abdulrahman Al-Rashed, Eyad Abu Shakra y el persa Amir Taheri, en un informe publicado por el diario saudita As-Sharq al-Awsat basado en Londres y recogido por la revista alemana Der Spiegel: «El histórico conflicto religioso entre ambas sectas persiste en el tiempo profundizando la inestabilidad del Oriente Medio actual».
Los adeptos a la Sunna veneran a los profetas mencionados en el Corán y, por encima de todos, a Mahoma, explica Eyad Abu Shakra. Mientras que sus imanes dirigen las oraciones, los ulemas interpretan el Corán y la Sharia -conjunto de normas islámicas-, aunque ambas figuras están subordinadas al Estado. En cambio, para los chiitas, el ayatollah o Guía Supremo, es la máxima autoridad religiosa y política.
Los sunitas no niegan la representación divina. En tanto los chiitas seguidores de Alí siguen la creencia duodecimal de los doce imanes sucesores de Mahoma. Según su tradición, el duodécimo imán o Mahdi, desapareció cuando era niño en el 940 DC; se mantiene oculto desde entonces y volverá en breve para revelarse como una especie de mesías redentor.
Amir Taheri explica: «Los occidentales intentan empecinadamente recrear Siria como se la conoció antes sin entender la grieta entre sunitas y chiitas, lo cual es necesario para alcanzar un diálogo político y una transición que ponga fin a la era de Bashar al Assad. Pero el problema es que Siria ha dejado de existir hace tiempo y la confrontación entre sunitas y chiitas se ha profundizado, lo cual es el mayor inconveniente a una salida política por la gran influencia sectaria religiosa sobre el terreno».
Siria es un territorio que, en términos de gobierno, como lo señalo a RT días pasados Vladimir Putin: «Puede describirse como una piel de leopardo con distintas manchas donde lideran grupos confesionales irreconciliables».
Por ello, en Occidente hay quienes hablan de una partición de Siria, permitiendo una franja en el noroeste para los alawitas (secta escindida del chiismo) a la que pertenece el presidente Assad, un sur en manos de los islamistas moderados y un este para los kurdos. El problema es que este plan de partición excluye a las principales fuerzas opositoras, a los islamistas radicales, quienes no se quedaran impasibles si se quisiera llevar a cabo.
Lo que hoy une a la mayoría de rebeldes (acabar con Assad) no debería cegar a Occidente ante las distintas visiones que cada uno tiene de cómo se debe gobernar Siria en una virtual era post-Assad, asevera Al-Rashed.
Mientras tanto, curtidos en combate y bien equipados, lo más probable es que los rebeldes se lancen pronto a una nueva ofensiva para imponerse por la fuerza sobre el resto.
A comienzos de 2012, cuando se empezaba a saber de los enfrentamientos entre grupos islamistas en Siria, muchos expertos considerados «realistas» defendieron una exquisita neutralidad internacional que permitió que se mataran entre ellos. A la larga, se comprendió que seguir esa idea fue gran error, y que aunque la comunidad internacional no fue contra los yihadistas en su momento, los yihadistas sí acabaron por ir contra Occidente.
El problema que se plantea ahora es que, haya paz o guerra en Siria,la amenaza terrorista en suelo Occidental no va a desaparecer aunque ISIS sea derrotado en Mosul y en Alepo. Todo lo contrario. El Estado Islámico se reciclara en un movimiento insurgente mucho más letal que lo que fue Al Qaeda en su tiempo.
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