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| jueves abril 25, 2024

Intelectuales y antisemitismo: una tradición milenaria

Manfred Gerstenfeld entrevista a Robert Wistrich


El difunto profesor Robert Wistrich (1945-2015) fue el titular de la Cátedra Neuberger de Historia Europea Moderna y Judía en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Desde 2002 hasta su muerte, fue director del Centro Internacional Vidal Sassoon para el Estudio del Antisemitismo de dicha universidad.

«El antisemitismo entre la élite intelectual de la antigüedad pagana empezó en Alejandría hace más de 2.000 años. Este tipo de antisemitismo –en particular en las culturas más desarrolladas, como Egipto, Grecia y Roma– se centraba en cuestiones que parecen tener un eco imperecedero. En particular, la acusación de que los judíos eran antisociales. No comían ni bebían con sus vecinos, como correspondía al ethos mediterráneo. Esta antigua acusación de exclusivismo y aislacionismo de los judíos ha servido de infraestructura sobre la cual se han hecho otras acusaciones más graves construidas a lo largo de los milenios.

La labor antisemita de los intelectuales se mantuvo a través de los siglos. Los padres de la Iglesia, en particular en el siglo IV d.C., prepararon la infraestructura ideológica a partir de la cual se desarrolló gran parte de la demonización de los judíos, del judaísmo y del pueblo judío. Tildaban explícitamente a los judíos de asesinos de Cristo, de pueblo deicida. Esto tuvo su origen ya en los Evangelios. Los únicos intelectuales de la Europa cristiana en la Edad Media eran los miembros del clero. Durante más de mil años, muchos destacados teólogos cristianos enseñaron el desprecio hacia el pueblo judío. Tras la Segunda Guerra Mundial, el autor judío francés Jules Isaac lo describió con detalle.»

En los mundos católico, católico apostólico ortodoxo y protestante, el antisemitismo era un fenómeno generalizado. Las iglesias definían a los judíos como ‘agentes del mal’ y enemigos de la fe. Esta demonización se transformó en un ethos racionalista, postcristiano, adquiriendo una nueva vitalidad secular. Por ejemplo, la Ilustración del siglo XVIII hacía bandera de la revuelta contra el sistema eclesiástico. Proclamaba la soberanía de la razón, la humanidad y la ‘tolerancia’ universal. No obstante, continuó con la anterior tradición antisemita. Sus abanderados intelectuales volvieron su antisemitismo contra la propia Iglesia Católica. Era la visión volteriana de las ciudadelas de ‘superstición’, y en particular, la de la Iglesia Católica y las Sagradas Escrituras. Esto incluía un ataque total contra la Biblia hebrea, el pueblo judío y el judaísmo como fuente de todo lo que estaba mal. Él y otros filósofos franceses del siglo XVIII proclamaron que el crimen capital de los judíos era que habían inventado a Dios y el monoteísmo, lo peor que le podía haber ocurrido a la civilización. Con otras palabras: su pecado no era haber crucificado cristo, sino haberlo dado a luz.»La percepción del supuesto carácter satánico de los judíos se mantuvo a lo largo de la Edad Media. Posteriormente en ese mismo periodo, los judíos se convirtieron literalmente en una ‘abstracción demoniaca’. Casi todos sus actos eran interpretados como extraordinariamente maliciosos, perversos. El reformista de la iglesia Martín Lutero fue un hombre de considerable potencia intelectual. Sus acusaciones contra los judíos están entre las más violentas de la historia de la difamación antisemita.

Los grandes filósofos idealistas alemanes del siglo XVIII, desde Kant hasta Hegel pasando por Fichte, eran todos antisemitas. Y también los extraordinarios intelectuales que les siguieron, como Schopenhauer, Nietzsche y el joven Karl Marx. Nietzsche y Kant eran menos antisemitas que otros. Esta tradición alcanzó su clímax con Martin Heidegger, al que mucha gente considera el principal filósofo del siglo XX. Su compromiso con el nazismo era muy profundo e influyó en su actitud hacia los judíos.

Entre los herederos de las tradiciones ilustradas estaban los primeros socialistas franceses del siglo XIX. Con raras excepciones, sentaron las bases del antisemitismo francés de finales del siglo XIX. Entre ellos estaban Charles Fourrier, Pierre-Joseph Proudhon –fundador del anarquismo y figura seminal del movimiento obrero francés– y Alphonse Toussenel. La figura más destacada del antisemitismo francés en la época del caso Dreyfuss era el semiintelectual Edouard Drumont, autor del éxito de ventas La France juive (La Francia judía). Con aproximadamente 100 ediciones, vendió más que ningún otro libro en la Francia del fin de siglo.

El gran rival y antagonista de Proudhon, Karl Marx, escribió una obra que los marxistas siempre incluyen en el panteón de sus escritos, Sobre la cuestión judía (Zur Judenfrage). Entre las muchas perlas de inspiración intelectual de la obra, se encuentran frases como: «Mammón es el dios mundano de los judíos», o «el actual mundo cristiano en Europa y Norteamérica ha alcanzado la cima de su desarrollo y se ha judaizado completamente.

El antisemitismo no es en absoluto un ámbito exclusivo de gente ignorante y sin estudios. Movimientos masivos como el nazismo y muchas formas de fascismo, nacionalismo y algunos tipos de socialismo tienen fuertes componentes de antiintelectualismo. Sin embargo, estos movimientos, que son a la vez antiintelectuales y antisemitas, también tienen una base intelectual. Entre los inspiradores del fascismo europeo había pensadores como George Sorel, Giovanni Gentile, Ernst Jünger, Oswald Spengler y muchos otros. «Los profesores de Hitler», por utilizar la expresión de Max Weinreich, ayudaron a preparar el terreno para el genocidio nazi de los judíos.

La demonización intelectual de los judíos continúa hasta el presente, a pesar de los cambios radicales que se han producido desde el punto de vista intelectual, social y político en la historia europea. Deslegitimar a Israel sigue estando de moda entre las élites educadas de Europa. Muchos escritores, artistas y destacados periodistas y académicos son los primeros en hacer odiosas comparaciones entre el sionismo y el nazismo e Israel y la Alemania de Hitler. El Premio Nobel portugués José Saramago fue sólo uno de tantos. Sin embargo, todos encajan en la larga tradición de odio intelectual hacia el judío».

 
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