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| sábado abril 20, 2024

Pueblo de arena


En el colegio aprendimos que la materia puede presentarse en tres estados: sólido, líquido o gaseoso (aunque los más jóvenes también conocerán el cuarto, el plasma, y los más avanzados el quinto, el condensado de Bose – Einstein), que muchas veces han servido de metáfora para disciplinas alejadas de la física. Así, los pensadores del posmodernismo hablan de cómo muchos conceptos sociales hasta hace poco “sólidos” se han derretido (fusionado, en términos científicos), como el matrimonio o un empleo para toda la vida, transformándose respectivamente (en palabras del recientemente desaparecido psicólogo Zygmunt Bauman) en amor y trabajo “líquidos”.

Este fenómeno es, por supuesto, extensible también a las identidades, antes fenómenos sólidamente implantados en la sociedad, desde la nacionalidad al sexo, pasando por la religión o la política. Uno era argentino o israelí, hombre o mujer, judío o budista, de derechas o izquierdas. Lo que la ciencia define como distintos estados de la materia, en realidad son fases en relación a las fuerzas de unión de las partículas que las constituyen. Y allí es donde lo judío deviene un caso particular, porque se compone de partículas sólidas que se comportan colectivamente como un líquido, por ejemplo, demostrando un enorme poder adaptativo a las sociedades que las contienen. Parecemos arena: granos fósiles de antiguas solideces, que el viento de la historia agita, arremolina y desplaza como mareas sobre las superficies emergidas; que se mueven como fluidos, pero manteniendo la individualidad (la in-divisibilidad) de cada una de las almas que arrastra.

Esa particular fluidez se conoce como materia granular y tiene unos efectos físicos sorprendentes. Uno de ellos es el llamado “de las nueces de Brasil” y señala la tendencia a emerger a la superficie (destacar, salvando la distancia de la analogía, como en los Premios Nóbel) de las piezas más grandes en una materia granular agitada (en la metáfora, sometida a discriminación y persecución). También es llamativo el fenómeno de la fricción estática que forma espontáneamente estructuras estables, justamente en forma de cadenas.

Somos un pueblo de arena. Por momentos, apelmazados por el agua en la playa adquirimos aspecto de barro sólido, pero en cuanto escurre, volvemos a estar a merced de la más mínima brisa. Somos un pueblo cuyos granos fluyen como resultado del desgaste milenario de piedras sólidas y de los restos de vidas sólidas. Somos un mar seco nacido en los mares secos de los desiertos de Ur, Canaán y Sinaí. Un pueblo de arena testigo de imperios como rocas fusionadas, sublimadas y vaporizadas en el tiempo. Mientras, seguimos fluyendo.

 
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