Fue aquí, en esta sala, debajo de este mismo techo dorado, donde comenzó uno de los capítulos de esta historia. El 2 de noviembre de 1917, uno de mis antecesores en el cargo, Lord Balfour, se sentó en esta misma oficina donde yo estoy escribiendo en este momento a redactar una carta para Lord Rothschild.
La esencia de la Declaración Balfour es una oración de unas 67 palabras. Fueron esas sílabas detenidamente meditadas las que sentaron las bases del Estado de Israel. Balfour declaró: «El Gobierno de Su Majestad contempla con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío», a lo que agregó la célebre y fundamental cláusula de excepción que reza: «No se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías».
Al cumplirse el centenario de la declaración, quiero decir lo que pienso, y es que la Declaración Balfour fue indispensable para la creación de una gran nación. En las siete décadas transcurridas desde su creación, Israel ha superado lo que en ocasiones ha sido la dura hostilidad de sus vecinos para convertirse en una democracia liberal, y una economía pujante y altamente tecnificada.
En una región donde muchos han soportado el autoritarismo y el desgobierno, Israel siempre se ha destacado como una sociedad libre. Al igual que los demás países, Israel tiene defectos y debilidades. Pero lucha por vivir respetando valores en los cuales yo también creo.
En mi juventud, trabajé un tiempo en un kibbutz y, a pesar de que me dedicaba principalmente a lavar los platos, vi lo suficiente como para entender el milagro israelí: los lazos del esfuerzo, la confianza en sí mismos y una energía audaz e incansable que mantiene unido a este extraordinario país. Por sobre todas las cosas, está el incuestionable objetivo moral: proporcionar a un pueblo perseguido un hogar seguro. Por eso, estoy orgulloso del papel que desempeñó el Reino Unido en la creación de Israel, y este es el sentimiento con el que el Gobierno británico conmemorará este jueves el centenario de la Declaración Balfour.
No veo ninguna contradicción entre ser amigo de Israel, y creer en el destino de este país, y a la vez conmoverme profundamente frente al sufrimiento de las personas afectadas y desplazadas a raíz de su existencia. Esa fundamental reserva que contiene la Declaración Balfour, concebida para resguardar otras comunidades, no ha sido efectivizada plenamente.
No tengo dudas de que la única solución viable al conflicto es la que se asemeja a aquella que primero puso por escrito otro británico, Lord Peel, en el informe de la Comisión Real sobre Palestina, en 1937, y es la que prevé dos Estados para dos pueblos. Para Israel, el nacimiento de un Estado palestino es la única forma de garantizar su futuro demográfico como nación judía y democrática. A los palestinos, un Estado propio les permitiría concretar sus aspiraciones de autodeterminación y gobierno propio.
Lograr este objetivo requerirá concesiones dolorosas de ambas partes. Como dijo Amos Oz, el novelista israelí, la tragedia del conflicto no es que sea una confrontación entre el bien y el mal, sino una confrontación «entre el bien y el bien».
¿Qué podemos vislumbrar para el futuro? En privado, israelíes y palestinos a menudo me cuentan su visión de la paz futura, y sus parámetros con frecuencia tienen mucho en común, pero, como es comprensible, se resisten a definir dichos parámetros públicamente. Este noviembre también marca el quincuagésimo aniversario de otro documento redactado por un británico, la resolución 242 de las Naciones Unidas, que consagró el principio de «tierra por paz» como camino para un acuerdo en Tierra Santa. Por eso, en esta época de aniversarios, y animados por las ideas de Balfour, Peel y de otro británico, Lord Caradon, más conocido como Hugh Foot, quien redactó la resolución 242, quisiera exponer lo que a mi juicio es un arreglo justo.
Tienen que existir dos Estados independientes y soberanos: un Israel seguro, hogar del pueblo judío, conviviendo con un Estado palestino contiguo y viable, hogar del pueblo palestino, tal como lo previó la resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas. Los límites deberán basarse en las líneas divisorias que existían al 4 de junio de 1967, víspera de la Guerra de los Seis Días, con canjes de tierra equivalentes que reflejen los intereses religiosos y de seguridad nacional de los pueblos judío y palestino. Deben implementarse acuerdos de seguridad que, para los israelíes, prevengan el resurgimiento del terrorismo y contengan eficazmente todas las amenazas, incluidas las nuevas e importantes amenazas existentes dentro de la región; y para los palestinos, respeten su soberanía, garanticen su libertad de tránsito y demuestren que la ocupación ha llegado a su fin.
Debe implementarse una solución justa, imparcial, acordada y realista al problema de los refugiados palestinos, que se ajuste a la resolución 1515. En la práctica, esto significa que cualquier acuerdo que se alcance debe ser demográficamente compatible con el concepto de dos Estados para dos pueblos, y que debe preverse un generoso paquete de compensación internacional. El destino definitivo de Jerusalén debe ser acordado por las partes y garantizar que la ciudad santa sea la capital compartida de Israel y del Estado palestino, otorgando acceso y derechos religiosos a todos aquellos que tengan un vínculo afectivo con ella.
Todo esto lo digo con la debida humildad, porque son los israelíes y los palestinos, y no los que vivimos lejos, quienes tendrán que soportar las penas por las concesiones realizadas. Me alienta en este sentido el evidente compromiso del presidente Donald Trump con la búsqueda de una solución.
El Reino Unido, y estoy seguro de que también nuestros amigos europeos, está listo para ayudar a implementar cualquier acuerdo, por ejemplo, a través de nuestro apoyo a las disposiciones que se establezcan en material de seguridad, el aporte de fondos para las compensaciones a refugiados, y la facilitación del flujo del comercio y las inversiones entre Europa, Israel, un Estado palestino soberano y sus vecinos árabes, el cual puede contribuir a transformar la región.
También es alentador que la nueva generación de líderes árabes no vean a Israel con los mismos ojos que sus antecesores. Confío en que se hará más para combatir el doble flagelo del terrorismo y la incitación al antisemitismo. Pero, en definitiva, son los israelíes y los palestinos quienes deben negociar los detalles y escribir su propio capítulo de la historia. A un siglo de la redacción del documento, el Reino Unido brindará todo el apoyo posible para cerrar el círculo y completar lo que quedó pendiente de la Declaración Balfour.
El autor es canciller del Reino Unido. Este texto fue publicado originalmente en el «Daily Telegraph», el 30 de octubre.
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