En abril de 1938, se solicitó al parlamento británico que aprobara un proyecto de ciudadanía judía que permitiera a los judíos de todo el mundo convertirse en ciudadanos del Mandato Británico sobre Palestina, en donde el Hogar Nacional Judío aún no se había establecido de conformidad con el mandato de la Liga de Naciones de 1922. Aunque el proyecto de ley no pudo aprobarse, con el parlamento dividido en el medio con 144 partidarios y 144 detractores, la oposición no provino del rechazo de Palestina como el hogar nacional del pueblo judío sino del miedo a la respuesta árabe. Es lamentable que lo que se dio por hecho décadas antes del establecimiento de Israel sea ampliamente cuestionado setenta años después de que el estado judío se haya conformado.
El 24 de julio de 1922, la Liga de las Naciones reconoció “la conexión histórica del pueblo judío con Palestina” como “las bases para reconstituir su hogar nacional en el país” y nombró a Gran Bretaña para gobernar el Mandato para Palestina, con el objetivo explícito de “colocar al país bajo condiciones políticas, administrativas y económicas que aseguren el establecimiento del hogar nacional judío”. Noventa y seis años después, la Knesset se hizo eco de la resolución de la Liga, reconociendo a la Tierra de Israel como “la patria histórica del pueblo judío, en el que se estableció el Estado de Israel” y definiendo este estado como “el hogar nacional del pueblo judío, en el que cumple su derecho natural, cultural, religioso e histórico a la autodeterminación”.
Sin embargo, la declaración de la Knesset no es la primera vez en la que un parlamento nacional deliberaba sobre una legislación que reconocía a Palestina como el hogar nacional del pueblo judío (en oposición al reconocimiento público de este hecho, como en el reconocimiento conjunto de la Declaración Balfour en julio de 1922). El 12 de abril de 1938, el veterano comandante del Parlamento británico Oliver Locker-Lampson solicitó a la Cámara de los Comunes que aprobara un “Proyecto de ciudadanía judía” que permitiría a los judíos de todo el mundo convertirse en ciudadanos de la Palestina del Mandato, donde el hogar nacional judío aún no se había establecido.
Como un firme opositor al fascismo, tanto en Gran Bretaña como en Europa, Locker-Lampson había estado involucrado durante mucho tiempo en ayudar a los refugiados judíos que huían de la persecución nazi, incluyendo luminarias como Albert Einstein y Sigmund Freud. Ahora que Alemania se había anexionado a Austria (el 18 de marzo de 1938), estaba horrorizado por la “política calculada de Hitler… de eliminar a 300,000 inocentes que nunca le hicieron daño a él ni a otros. Algunos de ellos han convertido a Austria en una especie de centro artístico de Europa. Entre ellos se encuentran los científicos más eminentes del mundo”. Habiendo fracasado cinco años antes para convencer al parlamento de extender la ciudadanía británica a los refugiados judíos alemanes del régimen nazi recién establecido, Locker-Lampson intentó matar dos pájaros de un tiro: salvar al mayor número de judíos de la persecución nazi, mientras que mantenía a Gran Bretaña bajo su obligación internacional de facilitar la creación de una patria judía en Palestina.
Locker-Lampson estaba particularmente consternado por la recomendación de la Comisión Peel de julio de 1937 de repudiar el mandato de la Liga para la creación de un hogar nacional judío y dividir Palestina en dos estados: un estado árabe, unido a Transjordania, que ocuparía alrededor del 85% de Palestina (al este del río Jordán), y un estado judío en el resto. Según él, esta sumisión derrotista a la violencia árabe no solo puso en peligro los intereses geoestratégicos de Gran Bretaña (“la creación de un Estado en Palestina de posiblemente millones de judíos”, argumentó, “actuará como un Estado tapón contra cualquier monstruo militar que pueda avanzar del Norte para apoderarse del Canal o cortar el oleoducto que proporciona nuestro único suministro de petróleo en el Mediterráneo”), pero también traicionó su obligación de “construir una ciudadela judía para los refugiados “en un momento en que” los judíos son despojados sin sentido”. Por lo tanto, propuso que se otorgue a los judíos de todo el mundo el derecho a la ciudadanía del posible hogar nacional judío incluso antes de su creación real, lo que en términos prácticos significaba convertirse en ciudadanos de Palestina Mandatoria independientemente de dónde residieran en ese momento:
- “Se olvida que es un principio muy antiguo, el de preservar la ciudadanía a los súbditos de un Estado que permanecen en el extranjero. Por ejemplo, ha habido más ciudadanos de Noruega viviendo fuera que en Noruega en un período de la historia de ese país. Me gustaría darle al judío potencialmente perseguido en Europa la oportunidad, si lo desea, de convertirse en un sujeto palestino. ¿Por qué, por ejemplo, deberían los judíos en Polonia, que no pueden mudarse a Palestina, no ser capaces de tomar la ciudadanía extraterritorial? Entonces se convertirían en lo que los judíos son en Palestina, las personas protegidas bajo el Mandato y los hombres libres de un Estado”.
A pesar de la enérgica oposición de Colonial Office, que realizó una amplia campaña destinada a influir en la opinión pública y los legisladores contra el proyecto de ley propuesto, logró obtener un apoyo sustancial, dividiendo a la Cámara de los Comunes en el medio con 144 diputados a favor y otros 144 se opusieron. Incluso esta oposición parecía haber emanado del temor a una violenta reacción árabe en lugar de un rechazo a la idea del hogar nacional judío. En palabras del principal pesimista en el debate parlamentario, “esta Moción solo puede aumentar los temores árabes sin hacer el menor bien a los judíos”.
Por supuesto, el apaciguamiento no resultó más efectivo en Medio Oriente que en Europa. Desde el principio, el principal instrumento de los árabes para oponerse a las aspiraciones nacionales judías era la violencia, y lo que determinaba la política y la diplomacia árabes era el relativo éxito o fracaso de ese instrumento en cualquier período dado. Cuanto más cedieron los británicos a esta violencia, más dura se volvió la posición árabe. No es de extrañar que la mayor concesión de Londres – el abandono de su obligación internacional de facilitar el establecimiento de un hogar nacional judío por parte de la Comisión Peel – haya sido respondida por una intensificación de la violencia árabe en toda Palestina. Una desesperada apuesta británica para terminar con esta violencia mediante restricciones draconianas a la inmigración judía y la compra de tierras (a través del Libro Blanco de Palestina de mayo de 1939), que efectivamente habría subvertido el resurgimiento nacional judío y entregado al judaísmo europeo a su perseguidor nazi, provocó una respuesta árabe similar.
A primera vista, es de poca importancia que la oposición al Proyecto de Ley de Ciudadanía Judía no fuese motivada por el rechazo del hogar nacional judío, ya que el resultado fue igualmente devastador para los cientos de miles de judíos cuyas vidas pudieron haberse salvado si el proyecto de ley hubiese sido aprobado e implementado. Sin embargo, es entristecedor que el derecho judío a la autodeterminación nacional en su tierra ancestral, que se dio por sentado en las décadas anteriores al establecimiento de Israel, haya sido ampliamente cuestionado setenta años después que el estado judío haya existido. Como lo hizo un prominente oponente israelí – no judío – a la Ley de Nacionalidad quien le escribió al primer ministro Binyamín Netanyahu: “¿De dónde sacas [los judíos] la temeridad de afirmar que la tierra le pertenece a los judíos? ¿Cuál es la base del reclamo judío del derecho de propiedad de la tierra? Si es solo esa creencia mesiánica en la promesa de Dios, ¿Por qué no esperarías la llegada del Mesías?
***Efraim Karsh es director del Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos, profesor emérito de estudios del Medio Oriente y el Mediterráneo en King’s College London y editor de Middle East Quarterly. Shaul Bartal es investigador asociado en el Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos.
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