Que en hebreo la palabra equilibrio se diga izún, y que su raíz sea ozen, oído, es una de esas anticipaciones filológicas a las que nos tiene acostumbrados la lengua bíblica, un auténtico milagro semántico que- y según sabemos hoy-el equilibrio, nuestro equilibrio, se basa más en el saber oír que en el saber ver. Dudo mucho que la ciencia médica lo pensase hace dos siglos, por ejemplo, sobre todo en una civilización eminentemente visual como la nuestra. De aquí que ahora podamos imaginar con total certeza que dialogar es siempre mejor que discutir, intercambiar opiniones mejor que imponer la nuestra, para lo cual se necesita un ejercicio constante de atención y también una elasticidad que se sitúe por encima del dogma y las posturas políticas. Toda nuestra estética clásica procede del mundo grecorromano, pero toda nuestra ética, para bien o para mal, de la tradición judía que encarna en la Biblia.
Cuando escribo ética la pienso en un sentido spinoziano, no meramente moral ni, mucho menos, obligatorio. Somos seres éticos porque desde nuestra infancia nos vemos impelidos a escoger y nuestros padres y educadores quieren que lo hagamos de la mejor manera posible. A veces, esa elección va contra nuestro instinto o lo quiere guiar. Otras, la actitud ética amasada por los siglos la hereda la generación actual sin saber exactamente cómo ni por qué. El dilema por el que pasó el parlamento israelí hace algunos días se pudo solucionar a través del diálogo y no de lo que se podía mostrar a cualquier ojo. La postura del renunciado ministro Lieberman, con todo y estar justificada, sacó a relucir que no ´´podía seguir en su puesto y mirar a la cara a los sufridos habitantes del sur de Israel, martirizados por los cohetes y los morteros palestinos.´´ Por lo tanto, pensaba con sus ojos. No fue el único en no estar de acuerdo con el alto del fuego, pero quizás el más intransigente, el menos propenso a escuchar. Sus ojos querían apagar para siempre ese foco de fuego, pero los oídos de otros decidieron que no y seguramente por razones acertadas.
Quien opta por el oído tiene que aprender a callarse, quien privilegia el ojo discrimina de prisa y no siempre con precisión. Desde la frase que contiene el shmá Israel, escucha oh Israel y hasta el día de hoy, somos un pueblo que escucha, debate y escoge. Según la inteligencia palestina de Gaza, el comando que entró en un automóvil particular a la franja lo hizo para colocar escuchas, una operación desgraciadamente descubierta que provocó, sabemos, la airada reacción de Hamás. Seguramente hay otros caminos para saber cómo piensan nuestros dogmáticos vecinos. El caso es que necesitamos seguir oyendo y no dejarnos llevar por lo inmediato que el ojo descubre en el horizonte. Habrá que domesticar, como escribió Arthur Clarke en un relato legendario, hormigas para entrar en las casas de nuestros enemigos portando las chispas de la justicia y, si fuera necesario, el ajusticiamiento. Hormigas o microdrones. ólo lo sutil vence a lo grosero, sólo la delicadeza apunta con precisión. Y aunque sea difícil ser delicado en medio del dolor y de la rabia, naasé ve-nishmá. Hagámoslo y escuchemos, prestemos no una sino dos veces atención a nuestros propios actos.
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