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| viernes abril 19, 2024

La judería norteamericana desprecia el consenso israelí sobre los asentamientos


Ciudad de Ariel

Cuando el secretario de Estado, Mike Pompeo, anunció que EEUU ya no considera que los asentamientos israelíes en la Margen Occidental violan la legalidad internacional, contentó sin duda a la mayoría de los israelíes. Pero no a una buena parte de los judíos norteamericanos. Lo cual dice más sobre las prioridades de éstos y de su indiferencia ante lo que piensan los israelíes que acerca de lo que es bueno para el Estado judío o de los debates atinentes a la legalidad internacional.

Como ocurrió con las decisiones de la Administración Trump respecto a Jerusalén, los Altos del Golán, el acuerdo nuclear con Irán o la petición de responsabilidades a las autoridades palestinas por su fomento del terrorismo, los principales partidos israelíes saludaron y respaldaron el anuncio de Pompeo. Tanto el primer ministro Netanyahu como su mayor rival, Benny Gantz, líder del partido Azul y Blanco, convinieron en que EEUU hacía lo correcto al desprenderse de su añeja insistencia en que los judíos no tienen derecho a vivir más allá de las líneas de armisticio de 1949.

Esto es crucial para entender un hecho fundamental de la realidad política israelí. Gantz, que sigue empantanado con Netanyahu y sus aliados en la negociación sobre la composición del próximo Gobierno israelí, de hecho fue informado con anterioridad del anuncio que iba a hacer Pompeo. El embajador de EEUU en Israel, David Friedman, le llamó y le puso al corriente.

Si Gantz hubiera expresado su oposición o pedido a los norteamericanos que retrasaran su anuncio, la Administración Trump habría obrado en consecuencia, según ha informado a la prensa una fuente del Departamento de Estado. Sucedió lo contrario: luego de que compareciera Pompeo, Gantz dijo explícitamente que el destino de “los asentamientos y los residentes de Judea y Samaria debería ser determinado por unos acuerdos que cumplan los requisitos de seguridad y promuevan una paz que servirá a ambas partes mientras reflejen la realidad sobre el terreno”.

Denunciar que los asentamientos son ilegales se da de bruces con el objetivo de un acuerdo negociado. Calificar así a esas comunidades judías convierte en irrelevantes las negociaciones sobre el territorio. Los palestinos nunca han negociado en serio con Israel a cuenta de la Margen Occidental. Mientras el mundo siga considerándola propiedad robada a los árabes que ha de serles devuelta, en vez de como un territorio en disputa donde las partes han de proceder a un juego de toma y daca, no habrá nada que negociar.

Las posiciones de Gantz a propósito del proceso de paz y de las cuestiones diplomáticas y de seguridad dejaron poco margen para la discusión en las recientes campañas electorales israelíes. Lo que da cuenta de un consenso sobre la falta de un socio para la paz que se extiende desde la izquierda moderada hasta la derecha. Como Netanyahu, Gantz comprende que Israel debe retener el control sobre el Valle del Jordán y sobre la mayoría de los asentamientos incluso en el hipotético caso de que los palestinos acaben optando por la paz en vez de por proseguir su guerra centenaria contra el sionismo. Gantz no está más interesado que Netanyahu en desmantelar los asentamientos sin obtener a cambio una paz auténtica –a diferencia de lo que hizo el primer ministro Sharón en Gaza en 2005.

Lo que dice la Convención de Ginebra sobre el traslado de población a territorio capturado por parte de potencias ocupantes no aplica a los israelíes en la Margen Occidental porque ese territorio no tenía un propietario legítimo. Israel lo tomó de Jordania, ocupante ilegal, en una guerra defensiva. El Mandato para Palestina de la Liga de las Naciones (1922) garantizaba específicamente el derecho al asentamiento judío en el territorio.

Lo que la ONU estipuló en su día sobre los asentamientos no anuló derechos judíos basados en la fe, la historia y la legalidad internacional. Si ha de renunciarse a esos derechos, sólo puede hacerse a cambio de concesiones palestinas, no como consecuencia de interpretaciones de la legalidad internacional más influidas por el prejuicio antisemita que por la lógica legal.

Lo que EEUU ha hecho es simplemente informar a los palestinos de que, si quieren poner fin al statu quo, lo que tienen que hacer es hablar con los israelíes. No pueden sentarse a esperar a que la comunidad internacional les sirva las concesiones israelíes en una bandeja de plata. De ahí que la noción de que los asentamientos son ilegales sea un mito pernicioso, por mucho que se piense que no son una buena idea o que la mayoría deberían ser evacuados si así se contribuye a la paz.

Pero, en vez de alinearse con Gantz, algunos grupos prominentes de la judería norteamericana, como la Unión del Judaísmo Reformista, han criticado la decisión o se muestran conspicuamente neutrales. Lo mismo cabe decir de numerosos demócratas, incluso de muchos que se proclaman amigos de Israel.

¿Por qué?

Muchos judíos progresistas verdaderamente creen que la presencia en los territorios llevará a Israel a convertirse en un Estado apartheid o en un país binacional sin mayoría judía. Pero lo cierto es que el estatus anómalo de los territorios tiene por causa el obstruccionismo palestino. Por otro lado, los israelíes no tienen la menor intención de permitir la creación de un Estado palestino que, como ha ocurrido con la Gaza gobernada por Hamás, acabe constituyendo una amenaza para la existencia de Israel

Pero hay más. Como buenos demócratas, los judíos progresistas simplemente se oponen a todo lo que haga Trump, con independencia de que lleve o no razón o sea bueno o malo para Israel. De ahí que criticaran el traslado de la embajada norteamericana en Israel desde Tel Aviv a Jerusalén, aun cuando lo habrían celebrado si lo hubiera ordenado Barack Obama.

Tal y como sucedió tras el reconocimiento norteamericano de la realidad sobre Jerusalén, la renuncia de Trump a una posición basada en una falacia no incendiará el planeta. Pero en un universo político en el que los demócratas consideran inherentemente ilegítimo todo lo que haga el presidente, no es de extrañar que sus candidatos a la presidencia y sus simpatizantes judíos no quieran tomar parte de la una revolución diplomática trumpiana que el establishment de la política exterior también rechaza. Aunque esa actitud les lleve a defender ideas fracasadas basadas en falsedades como la de que los asentamientos son ilegales.

Puede que las organizaciones judías progresistas digan que están protegiendo el proceso de paz frente a los impulsos destructivos de Trump. Pero claramente lo suyo es sectarismo, no una cuestión de principios. Ha llegado la hora de que quienes pretenden representar a la gran mayoría de la judería norteamericana empiecen a escuchar a la gran mayoría de los israelíes.

© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio

 
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