No hay duda de que los Acuerdos de Abraham, los tratados de paz recientemente firmados por Israel, Emiratos y Baréin, representan un hito histórico para Israel y su inserción regional. La filtrada reunión entre el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y el príncipe heredero saudí, Mohamed ben Salman, refuerza la idea de que se está produciendo un nuevo alineamiento en Oriente Medio.
La razón principal por la que los Estados del Golfo se están mostrando dispuestos a normalizar relaciones con Jerusalén (con la bendición de Riad) es un común entendimiento de la amenaza que emana de Teherán. Es un caso paradigmático de aquello que expresa la máxima mesoriental de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, especialmente cuando se trata de alianzas internacionales.
Las nuevas relaciones, forjadas por la necesidad compartida de combatir una amenaza común, entrañan compromisos de alcance estratégico. Dichas relaciones cobran especial relevancia a medida que la Administración Trump, artífice del hito, se aproxima a su fin. En solo unas semanas, Joe Biden tomará posesión como nuevo presidente de EEUU.
Estados Unidos ejerció presión sobre las partes para que transformaran sus relaciones y pasaran de ser amantes a legítimos. Las necesidades políticas del presidente Trump y las económicas de la industria armamentística norteamericana se acoplaron a las necesidades militares de los Estados del Golfo.
Al mismo tiempo, acontecimientos como los ataques directos contra instalaciones petrolíferas saudíes patrocinados por Irán, así como la guerra en curso en el Yemen, donde fuerzas proiraníes combaten contra Arabia Saudí, recibieron una tibia respuesta por parte de Washington. La falta norteamericana de interés en esas provocaciones propició un nuevo enfoque por parte de los Estsdos del Golfo, que empezaron a considerar que quizá mereciera la pena publicitar sus relaciones con Israel, aunque éste haya sido un paria en los mundos árabe y musulmán. Con lo mucho y muy importante que se dice sobre los intercambios tecnológicos y la cooperación económica, para los Estados del Golfo resultaba igualmente valioso hacer público que tenían un nuevo aliado con armas nucleares; uno que comparte su determinación en poner fin a la agresión iraní.
Todo esto cobra significación especial con la lenta pero decidida retirada norteamericana de Oriente Medio, proceso que arrancó hace más de una década debido a la independencia energética de EEUU y al hartazgo estadounidense con la región. El hecho de que el desenganche lo hayan protagonizado Administraciones demócratas y republicanas sugiere que hay una nueva doctrina que podría cobrar aún más influjo con la próxima Administración demócrata, que no es probable vaya a mostrar más simpatía hacia los Estados del Golfo que el presidente Trump.
El bloque de los países conservadores de Oriente Medio contempla con aprehensión la retirada norteamericana, que sigue adelante aun cuando Rusia y China ahondan su penetración en la región e Irán y Turquía extienden su influencia. El marco ideológico-religioso de las querellas regionales del momento es la guerra que libran el islam chií iraní, junto el sunismo militante de la Hermandad Musulmana (asociada a la Turquía de Erdogan), contra el islam suní moderado. De acuerdo con la conocida norma de la política internacional de que no hay aliados eternos sino sólo intereses, Israel se ha visto aliado con los países árabes contra sus amigos de los años 50 y 60: Irán y Turquía.
Desde una perspectiva geopolítica, sus aliados del Golfo esperan que Israel refuerce la disuasión contra un imperialista Irán potencialmente dotado de armas nucleares. Si EEUU sigue desvinculándose de la región, el peso relativo de Israel aumentará en la flamante alianza regional, y Jerusalén habrá de prepararse para emprender acciones militares en situaciones que no representen necesariamente una amenaza existencial contra Israel. Si no, podrían abrirse brechas en el sistema antiiraní que resultaran en deserciones hacia el bloque iraní o al comandado por Turquía y la Hermandad Musulmana.
El nuevo alineamiento en Oriente Medio confiere a Jerusalén no sólo beneficios sino obligaciones. El Gobierno de Israel debe preparar a la opinión pública de su país para una clase de compromiso que no se daba en el pasado: le toca desempeñar el rol militar de EE.UU., a medida que la presencia norteamericana en la región se desvanece. Al mismo tiempo, Jerusalén ha de hacer lo que esté en su mano para ralentizar el desenganche norteamericano, porque una robusta asociación israelo-americana es la base para el éxito del referido nuevo alineamiento.
© Versión original (en inglés): BESA Center
© Versión en español: Revista El Medio
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