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| viernes octubre 11, 2024

El pueblo de Sefarad


A pesar de lo que muchos creen, mientras vivían en España hasta su expulsión, los judíos no solían llamar al país Sefarad. Esta denominación se impuso más tarde y suele atribuirse a la diáspora de los expulsados: más allá de su condición judía, cultural y ritualmente compartían un pasado común, conformando una identidad propia, una especie de pueblo dentro de la nación judía. Para ambos conceptos (pueblo y nación) el hebreo bíblico emplea una misma expresión: “am”, como en “am Israel jai”: el pueblo (o nación) de Israel está vivo. Curiosamente, el mismo fonema (en español) parece tener un vínculo especial con el universo de la dispersión geográfica sefardí.

Por ejemplo, una de las comunidades de origen peninsular más prósperas y significativas fue la que se estableció en la capital holandesa, ÁMsterdAM (doble AM, al inicio y al final), desde finales del siglo XVI, mayoritariamente procedentes de Portugal, país al que muchos judíos españoles huyeron en 1492 y del que tuvieron que marchar en 1548, cuando se instaura allí un tribunal de la Inquisición. No es casualidad que llegaran a dicha ciudad poco después, ya que en 1579 se había declarado la independencia de los Países Bajos del trono español, como parte de la cual se estableció una tolerancia religiosa, en principio pensada para distintas corrientes del cristianismo, pero luego extensible a las comunidades judías, que les otorgó unos derechos entonces únicos en el mundo. No debe extrañarnos que esa diáspora abandonara definitivamente algunos elementos culturales heredados de los peninsulares que los maltrataron, como la lengua. Poco después de asentarse, esos mismos sefardíes eran los primeros colonos judíos en establecerse en el continente AMericano: primero en Recife (hasta su conquista por los portugueses), después en la isla de Curaçao y de allí al resto del Caribe e incluso a la Nueva ÁMsterdAM (poco después sería rebautizada como Nueva York).

Sin embargo, la ciudad holandesa no fue la única ni la primera en acoger la diáspora sefardí: antes sucedió algo similar con AMberes (hoy en Bélgica) y H.AMburgo (hoy en Alemania), dos nuevos ejemplos de destinos propicios que empiezan en español por el fonema AM. Distinta fue la evolución de aquellos que se dispersaron desde España y Portugal por el Mediterráneo, con una importante presencia tanto en Italia, el Magreb y, especialmente, en el Imperio Otomano, donde cultivaron más la nostalgia por el paraíso perdido de Sefarad (cuyas letras, en hebreo, se reordenan para formar Pardés, el Edén). Por cierto, hace pocos años se encontraron los restos de una antigua sinagoga en un garaje de una casa en la localidad gerundense de Castellón de AMpurias. Los sefardíes siempre llevaron consigo el amor a una tierra a la que se vieron obligados a dejar atrás y a la que – mientras vivían aquí- llamaron mayoritariamente AspAMia.

 
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