La muerte reciente de un oficial de la Patrulla de Fronteras, sargento Barel Hadaria Shmueli, a manos de un terrorista de Hamás que le disparó a quemarropa da cuenta no sólo de un grave error táctico de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), sino de una distorsión estratégica. Como EEUU con Irán, Israel anhela llegar a un acuerdo con Hamás. En ambos casos, el deseo revela incapacidad para percibir correctamente la naturaleza y las intenciones del enemigo. Estas percepciones incorrectas son como las que llevaron a Israel al fracaso a la hora de entender a Yaser Arafat y la idea que de la paz tiene la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
A principios de los años 90, Israel abrazó el concepto de tierras por paz, en la idea de que la entrega de territorios a los palestinos diluyera la beligerancia de estos y se inaugurara una nueva era, de paz. Pero cuando Israel le presentó una oferta sustancial, con generosas concesiones territoriales, Arafat respondió desencadenando su guerra terrorista (la Intifada de Al Aqsa), lo que finalmente condujo al colapso total del Proceso de Oslo.
La decisión de Arafat de rechazar la oferta de paz israelí dejó claro que el movimiento nacional palestino no se basaba en una lucha por conseguir un acuerdo político asentado en un compromiso territorial. Lo suyo fue y sigue siendo una campaña de largo aliento que tiene por objeto definitivo la completa destrucción del Estado de Israel.
Veinte años después del colapso del proceso político, Israel anda incurriendo en el mismo error de concepto con Hamás con la idea de sustituir el acuerdo político con uno de tipo económico. Como se pensó con las finalmente despreciadas concesiones territoriales de los 90, se considera que el alivio de la situación económica en Gaza y del denominado cerco israelí sobre la Franja llevaría a Hamás y a los demás elementos terroristas del enclave a deponer las armas y a firmar la paz con Israel.
En los últimos años, esta ha sido la asunción crucial en la política israelí hacia Gaza, que comporta la reluctancia israelí a implicarse en campañas militares en la Franja. Es tan fuerte el apego de Israel a esta idea errónea que ha empezado a clasificar erróneamente el terrorismo de Hamás como “desobediencia”, desligada por completo del objetivo oficial de Hamás de destruir el Estado judío; objetivo que no se preocupa de ocultar.
Ni siquiera la violencia registrada en Gaza en mayo ha modificado el marco mental israelí. Al contrario: ha asentado la idea de que se puede lograr un acuerdo económico. Lo cual denota que los israelíes no han interiorizado el hecho de que –como la OLP, que no estaba dispuesta a reconocer la existencia de Israel y lo dejó violentamente de manifiesto aun cuando pretendía estar negociando– la estrategia de Hamás se basa en una combinación de negociaciones y terrorismo. Esta combinación de falsa disposición a negociar y violencia incesante también caracteriza a Irán en sus relaciones con EEUU, mientras trata de dotarse de armamento nuclear.
A las entidades terroristas dicho enfoque les sale a cuenta, porque sus enemigos occidentales, sean norteamericanos o israelíes, siguen anclados en el enfoque una de dos: o guerra o concesiones.
No hay una diferencia fundamental entre la OLP y Hamás. En lo relacionado con Israel, sienten lo mismo: su objetivo es la total destrucción del Estado judío. Pero Israel sigue repitiendo el error de imponer artificialmente a sus enemigos maneras occidentales de pensar.
Ahora bien, la insensatez política no es algo inevitable. Ha llegado la hora de que Israel recupere la serenidad y reconozca que la cuestión económica no lleva implícita promesa alguna de una paz segura.
© Versión original (en inglés): BESA Center
© Versión en español: Revista El Medio
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