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| domingo abril 28, 2024

La Yihad Contra Todos


 

No es en absoluto inexplicable que nos espantemos ante las atrocidades cometidas por gentes que dicen actuar, y en efecto actúan, en nombre de su religión. A contrario de lo que, conforme la corrección política estaríamos casi obligados a decir, por temor de ser tenidos por islamofóbicos, dado que lo prudente sería repetir frases como «es gente que usa la religión como pretexto para adquirir poder político», o que son «asesinos que usan de excusa al islam para matar», o «esos no son musulmanes». Mas yo estimo pertinente darle vuelta al razonamiento, ponerlo de revés; sin negar que dentro del mundo del islam eso verdaderamente existe, y muchos han sido asesinados justamente por no ser lo «suficientemente musulmanes». En otras palabras, los que más sufren del islamismo radical son los propios musulmanes, a los que les siguen los cristianos, kurdos, yazidíes o drusos, o cualquier etnia no musulmana (o musulmana de alguna otra rama) que caiga en sus manos. Con los judíos el asunto es diferente porque, en este último caso, los mismos tienen un Estado lo suficientemente fuerte para resistir a la yihad que desea aniquilarlos.[i]

El fundamento de esta violencia de carácter religioso está justamente ahí, en la religión. Y claro, cuando uno va a hablar de religión hay que tener el suficiente prurito de no ofender a nadie En mi caso intentaré analizar, aunque brevemente, el fondo del asunto, la ofensa está en el plano de la conciencia de cada quién.

Para la tranquilidad de todos, la gran mayoría de los musulmanes (alrededor de 1500 millones de personas; es la segunda religión con más feligreses después del cristianismo, aunque se estima que en los próximos años esta ecuación se dé vuelta) no piensa el islam de manera radical, sino que no pasa de ser su credo, su modo de vida vinculado a una cultura que supo expandirse por siglos —las más de las veces a fuerza de espada —pero hay otro porcentaje, y en Medio Oriente siempre son protagonistas, que no ve en el islam una forma más de vida, una religión más, un orden político cualquiera, sino todo y lo más puro y deseable a la vez, más aún: lo único que tiene derecho a existir, lo único también por lo cual vale la pena morir —Corán 3:169; 4:157-158—, en tanto que palabra de Alá revelada al profeta. Estas cosas no las supo ver nunca Occidente, creyendo que la democracia —en cualquiera de sus formas, ridículamente pensada como «el fin de la Historia»— es aplicable en sociedades islamizadas, y por eso se ha dedicado a combatir regímenes autoritarios del Medio Oriente, sin ver que la alternativa a esos regímenes es el radicalismo islámico (como los Hermanos Musulmanes de Egipto, la Yihad Islámica de Egipto —los que asesinaron al presidente Sadat—, la Yihad Islámica Palestina, Al-Qaeda, Al-Nusra, Daesh, Hamás, Hezbollá, etc.). Hay una frase del escritor Gabriel Ben Tasgal que dice: «en Medio Oriente no hay malos y buenos: hay malos y menos malos»; ojalá Occidente algún día lo comprendiera. Volvamos a la religión de Mahoma.

El islam reconoce que el judaísmo y el cristianismo, las religiones que se desprenden de la familia de Abraham, son verdaderas, pero desde que el profeta recibió la revelación final, estas religiones anteriores están anuladas, son: Din Batel. Y en todo caso, bajo regímenes islámicos se les puede ofrecer, tanto a cristianos como a judíos, una condición de dimi, una suerte de sometimiento reconociendo la primacía política y civil de aquel que tiene la religión verdadera, pagando un impuesto per cápita por pertenecer a una religión inferior. Esta condición solo es aplicable a judíos o cristianos, los politeístas directamente o se convierten o son ejecutados. Esto sin perjuicio de que al califa de turno se le antoje decapitar judíos o cristianos un día que se levante de mal ánimo; o endurecer las condiciones de vida del califato. Un ejemplo, extravagante pero ilustrativo de estos delirios califales es el que tiene como protagonista al famoso Al-Hakim, de la dinastía fatimí de Egipto, quien ordenó a los judíos llevar colgado un becerro de madera en el cuello —en mención a la adoración al Becerro, Ex. 32:4-6—, y a los cristianos lo mismo pero con una cruz, para recordarles su condición. Luego les ordenó a las mujeres quedarse confinadas en sus casas. Otro caso enigmático y también extravagante es el del famoso «Viejo de la Montaña», fundador de la secta islámica de los asesinos[ii] o nazaríes, el iraní Hasan-i Sabbah; cuyo grupo de mercenarios se encargaba de ejecutar asesinatos políticos selectivos. Tan severo era en la aplicación de la ley islámica que se dice que dictó él mismo la orden de ejecución de dos de sus hijos: uno por estar implicado en una muerte «no autorizada», y otro por haber tenido la osadía de beber vino. Los hashashín constituyeron una suerte de «yihad interna», ya que eran una rama chiita que se encargaba de asesinar a otros musulmanes para imponer su visión del islam.

Estos dos ejemplos, claro, son una extravagancia, pero las guerras intestinas del islam son una constante incluso desde su nacimiento; las sucesiones entre califas casi siempre han estado teñidas de sangre: se atrevieron no solo a matar, sino a decapitar y patear el cadáver del propio Husein, nieto del profeta (los chiitas conmemoran ese día en una ceremonia de nombre Ashura, recorren las calles flagelándose para rememorar al heredero de Alí).

Cuando Abu Bakr al-Bagdadi (Ibrahim Awwad Ibrahim Ali al-Badri al-Samarrai) proclamó el califato en el 2014, el mundo se horrorizó, el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS) difundió imágenes de decapitaciones y de gente quemada viva —recuerdo patente el caso de un piloto de la Fuerza Aérea de Jordania, Maaz Al Kasasbeh[iii], es decir, musulmán y suní como ellos, aunque combatía contra ellos (bendita sea su memoria), que fue quemado vivo literalmente en una jaula—. Esto espantó al mundo, junto con lo que pasaba en Oriente Medio se sucedieron una ola de atentados que horrorizaron a Europa, sobre todo en Francia e Inglaterra. La pregunta seria es ¿cómo pudieron sorprenderse? En todos estos atentados se escuchaba sin dudas un grito: «Allá-huákbar», que no significa que Alá es grande, más bien quiere decir que Alá es el más grande de entre los dioses —ya veremos que la Kaaba de La Meca era un centro del politeísmo pagano—. Es único, no hay quien se le parezca, y Mahoma es su profeta; el último. La famosa Shahada (profesión de fe), que reza: «No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta» quizá tenga que ver con este fanatismo, porque si Mahoma es el profeta de Dios, el último de todos, como veremos más adelante, todo lo que haya dicho y hecho es perfecto. En esto cabe una gran distinción con otras religiones: es indiscutible por ejemplo para el judaísmo y el cristianismo, que David, además de rey y salmista, era profeta: cuando cometió adulterio y asesinato, adulterio con Betsabé, y asesinato con su esposo Urías —enviándolo al frente de batalla para que muriera—, relata la Biblia que fue a él el profeta Natán a amonestarlo, es decir que en la Biblia queda manifiesta la desaprobación de Dios de las acciones de su ungido cuando no eran conforme a su voluntad, y no solo que el profeta amonestó al rey, sino que le advirtió del castigo que le vendría. En otras palabras: en la Biblia no hay injusticias justificadas. En lo que a la conquista de Canaán en manos de Josué respecta, se hace referencia a una época histórica y no hay nada en el judaísmo que plantee el asesinato de los no judíos e incluso es importante tener en cuenta que, en el Estado judío, no solo viven dos millones de musulmanes con plenos derechos (son los árabes israelíes), sino que también la libertad de culto es total. Cualquier persona puede acceder al Muro de los Lamentos, a la tumba del rey David o a la Iglesia del Santo Sepulcro, mientras que, por ejemplo a la ciudad de La Meca tiene prohibida la entrada cualquiera que no sea musulmán, y, qué asunto complicado para un no musulmán (un infiel) poder subir a la Explanada de las Mezquitas (el Monte del Templo). Estos ejemplos, por breves que sean, marcan un fuerte contraste entre el islam y las demás «religiones del libro», así mal llamadas, porque se trata en realidad de muchos libros: la Torá sola contiene 5 libros, de ahí, perdón la tautología, deriva la palabra Pentateuco, en hebreo Jumásh, que viene de jamésh (cinco), a esos hay que sumarles los escritos de los profetas, y los demás escritos. La Biblia hebrea es conocida como Tanáj, que es un acrónimo de Torá-Neviím-Ktuvím (Torá, Profetas y Escritos). El Talmúd está compuesto por la Mishná y la Guemará, y siempre hay escritos midráshicos y rabínicos que los complementan. El Nuevo Testamento cristiano tiene 27 libros (los tres Evangelios sinópticos, el Evangelio según San Juan, los Hechos de los Apóstoles, las cartas y finalmente el Apocalipsis). El islam, además del Corán, tiene la Sunna (los Hádices), los dichos y hechos de los compañeros del profeta, y las costumbres de la gente de Medina —esto último para la escuela malikí—. Como podemos ver, hablar «del libro» es un reduccionismo, mas es útil para referirnos, en todo caso, a religiones que tienen su origen en la tradición Abrahámica.

El judaísmo y el cristianismo —en todas sus variantes— se han permitido reformarse (la Torá por ejemplo manda matar al hijo rebelde —Deut. 21:18-21—, los sabios judíos le han buscado tanto la vuelta a esta rebeldía, que esto hoy es imposible, y a pesar de que los adúlteros también deberían ser ajusticiados según la Torá —Lev. 20:10—, tal cosa no sucede en el judaísmo. Sin embargo, es una práctica habitual, por ejemplo en Afganistán, que se apedree a una mujer acusada de adulterio hasta darle muerte. Conforme el Corán. —4:15, la mujer adúltera debe quedar confinada toda la vida en la casa hasta que muera o «Alá le dé otra salida»—. Otra cuestión es la poligamia, ya que el islam limita solo a 4 las mujeres que puede tomar como esposas cada varón, por supuesto que la mujer solamente puede tener un solo esposo —y digo solo a 4 porque en la península arábiga preislámica los hombres tenían cuantas esposas querían—, más allá de que el propio profeta tuvo 13, —Corán 4:3—).

Estas concepciones erróneas de pensar que el mundo es como lo conocemos y nada más no son más que propias de nuestros prejuicios occidentales, al concebir que si nosotros fuimos criados de determinada manera y ciertas cosas nos parecen atroces e inaceptables mientras que otras buenas y agradables, en todo el mundo tiene que ser igual, y que si la Historia como tal fue avanzando de alguna manera, ya sea en el ámbito político (con el surgimiento de los estados-nación y la caída de las monarquías en Europa), e incluso en el en antropocentrismo europeo que quitaba a Dios del primer lugar del Universo y ponía en él al Hombre, dejando sujeto el orden religioso a la conciencia —el artículo 19 de la Constitución Argentina es un ejemplo, pero en ese tenor se han formado las constituciones liberales—, en otras cosmovisiones esto debería ser igual.

El islam, en tanto que orden político-religioso inescindible, no puede permitirse reformas a la manera de las demás religiones —no existe división entre Dios y el César—, tiene que quedar congelado en el siglo VII o deja de ser islam; no hay posibilidad de reforma: no puede haberla. Los yihadistas cambiaron las espadas y los camellos por misiles, chalecos explosivos y rifles Kalashnikov, pero la yihad sigue siendo su impulso, el Corán sigue siendo inmaculado y su religión irreformable. A tal punto es santo el Corán, que burlarse del profeta en una revista satírica les costó la vida a doce personas en Francia.

Para el musulmán, todo lo que hizo el profeta Mahoma es perfecto. Cito al jeque Alí al-Hussaini, en su obra: Manual del Islam:

«El hecho de que el Profeta […] concite tanto estudio en el Islam, se debe a que él constituye el modelo a imitar por todos los musulmanes de todas las épocas. Es el hombre perfecto, base y centro de su comunidad en todos los aspectos. Su conducta y enseñanza no sólo complementa y amplía la del Sagrado Corán, sino que también es guía e inspiración para la vida interior, para la conducta familiar y matrimonial, la educación de los hijos, la convivencia social, la amistad, la vecindad, el proceder de los gobernantes, y en general toda la vida ética».[iv]

¿Cuál es el problema con esto?, es una pregunta válida y pertinente. La respuesta podemos encontrarla en la propia vida de Mahoma, aunque la trataremos de modo muy sucinto por razón de brevedad.

Otra curiosidad sobre el islam, que nos brinda el citado jeque, es que para él, en la actualidad, no existen ejemplos de cristianismo ni judaísmo:

«El Islam no es meramente una “religión”, es decir, una parte más en el conjunto de la cultura humana, sino un modo de vida, llamado en árabe “Din”, una cultura o civilización completa, que comprende tanto un sistema moral, como una cosmología, una metafísica, y también una concepción y sistema político, económico y social, con su pertinente legislación. Esta fue la característica de toda verdadera Revelación, como el judaísmo y el cristianismo, aunque de ello no perduren ejemplos en la actualidad, salvo el Islam».[v]

El profeta, cuya familia manejaba la ciudad de la Meca —un paisaje desértico cerca del Mar Rojo—, y por ende el santuario politeísta de la Kaaba —esa piedra que se cree que es el resto de algún meteorito. Para la tradición islámica, era blanca pero se volvió negra por los pecados de la humanidad; se dice que allí había más de 360 ídolos—, pertenecía a la tribu de Quráish, a la familia Huseini, la familia de la actual realeza de Jordania. Abu l-Qasim Muhammad ibn Abd Allah Al-Hashimi Al-Qurashi nació el 21 de abril del 570. Su padre murió antes de que él naciera, y su madre cuando él apenas tenía seis años. El futuro fundador del islam pasó al cuidado de su tío, Abu Talib (cuyo hijo Alí luego se casaría con Fátima, la hija de Mahoma. Es decir que Alí, además de primo era yerno del profeta; y con este Alí se suscitó la primera y gran fitna —guerra civil— que dividió al islam en dos para siempre entre chiitas y sunitas). Luego Mahoma se casó con una viuda rica de nombre Jadiya, con la que tuvo seis hijos. Cuando el futuro profeta tenía 40 años, según la tradición, se retiró a meditar a la cueva de la Hira. Estamos hablando del año 610. Es aquí donde recibe la revelación de Alá a través del arcángel Gabriel. Puede decirse que Jadiya, su primera esposa, fue también la primera conversa. Es cierto que Mahoma acompañó a Abu Talib en sus viajes de negocios a Siria, donde conoció judíos y cristianos; por lo cual es claro que estos, que eran monoteístas, influyeron en su pensamiento religioso. Hay similitudes entre, por ejemplo, la postración sobre alfombras que usan los musulmanes para rezar y costumbres de monjes cristianos, y hay similitudes entre el Ramadán y la Cuaresma; cinco oraciones diarias para el musulmán, mientras tres para el judaísmo. Pero nadie puede quitarle a Mahoma el título de fundador de una religión nueva.

Entre las hazañas yihadistas de Mahoma, se cuenta la de los Banu Qurayza, una tribu judía de Medina. Todos los hombres fueron decapitados y las mujeres y niños esclavizados. También se cuenta de un enemigo suyo de La Meca, Abu Djal, decapitado por las huestes de Mahoma, cuya cabeza fue llevada ante él, y el profeta se prosternó y agradeció a Alá por la victoria. Se trata de la famosa batalla de Badr, la primera gran victoria del islam, en la cual los musulmanes, no más de 400 creyentes, vencieron a más de 1000 infieles mequíes, una infalible prueba de que Alá estaba con ellos. Podemos ver que Mahoma además de profeta era un caudillo militar que implantaba un ordenamiento no solo religioso sino político; y al llegar triunfal a La Kaaba, hizo pedazos los ídolos.[vi]

El profeta murió en Medina —la ciudad se llamaba originalmente Yatrib, pero a causa de Mahoma pasó a llamarse «Ciudad del profeta», Madinat al-Nabi— el 8 de junio de 632. Abu Bakr, además de ser su suegro —era el padre de Aisha, a quien dicen que se la dio cuando tenía seis años. De ahí que en la cultura islámica es común ver cómo casan niñas— fue el sucesor del profeta (esto se debió a la circunstancia de que era el encargado de la oración cuando Mahoma murió, ya que el profeta no nombró a ningún sucesor), y por tanto, el primer califa; «jalifa» quiere decir sucesor. A este nombre responde el de Abu Bakr al-Bagdadi, ya mencionado líder de ISIS, aunque no fue por supuesto el único en ponerse ese nombre —que es lo mismo que declarase sucesor de Mahoma, y por tanto califa de todos los creyentes—. En fin, Mahoma no tuvo problemas en decapitar hombres y tomar mujeres y niños como botines de guerra, cosa que de ningún modo se le puede atribuir únicamente a los árabes, empero, si todo lo que hizo el profeta es perfecto, no hay objeción teológica posible para el accionar del Estado Islámico o de Hamás[vii]; ambos de la misma rama; la sunita.

Es cierto que en las cruzadas los cristianos se comportaron de la misma manera, y masacraron a cuantos musulmanes y judíos pudieron. Tampoco deja de ser cierto que la Inquisición, tanto la católica como la protestante, con Torquemada, Calvino y Lutero a la cabeza, cada uno en su espacio y tiempo, fueron radicales en sus castigos corporales; pero lo cierto es que hoy el cristianismo está suscripto al ámbito espiritual, y con el cuerpo cada quien hace lo que quiere (si comete alguna infracción al orden jurídico en el que vive es asunto del Estado); pero en el islam radical el castigo a los infieles no está solo reservado al día del Juicio Final, sino también a nuestros días; porque de ningún modo el orden religioso está separado del orden civil. Y no solo los infieles están sujetos a esta rigurosidad que en Occidente nos parece bárbara, sino también y sobre todo los propios partícipes de la comunidad musulmana. Es decir, la yihad se hace contra los infieles, pero una vez «pacificada» la tierra, convertida en Dar al-Islam, se impone la sharía. Cortarle la mano al que roba, colgar a homosexuales o apedrear a mujeres adúlteras es común en regímenes tanto como el de Hamás en Gaza (a punto de caer mientras escribo estas líneas), cuanto en el ya extinguido califato de Al-Bagdadi, y también en la República Islámica chiita de Irán, que dicho sea de paso, combatió contra estos últimos.

Como vemos, no se trata de una religión más. En el año 2024 al menos, no se mata en nombre de ninguna otra.

NOTAS

[i] A contrario de lo que puede pensarse, no por cuestiones de intención cuanto fácticas, los judíos son los que menos sufren el terrorismo de la yihad, por cuanto tienen un ejército fuerte que les ha plantado cara contra todo pronóstico y amenaza. A pesar de eso, Israel no puede contener los atentados que ocurren con frecuencia, y mucho menos el del trágico 07/10/2023. En este asunto, la gente tiende a confundir, quizá por antisemitismo, quizá por ignorancia, la causa Palestina con el yihadismo. Hamás no lucha por ningún tipo de frontera, para ellos (como para cualquier radical islámico) todo el territorio que hoy conforma el Estado de Israel es un lugar sagrado musulmán y por eso hay que combatir al enemigo judío, matándolo dondequiera que sea. Hablar de fronteras con este tipo de organizaciones es ridículo. Esto —su objetivo genocida— lo predican abiertamente, tanto en su Carta Fundacional, cuanto en la propia televisión.

El artículo 11 de la citada Carta dice: «El Movimiento de Resistencia Islámica considera que la tierra de Palestina es un Waqf Islamico [donación religiosa inalienable en el islam] consagrado a las futuras generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio. Ni ella, ni ninguna parte de ella, se puede dilapidar; ni a ella, ni a ninguna parte de ella, se puede renunciar. Ni un solo país árabe ni todos los países árabes, ni ningún rey o presidente, ni todos los reyes y presidentes, ni ninguna organización ni todas ellas, sean palestinas o árabes, tienen derecho a hacerlo. Palestina es un territorio Waqf Islamico consagrado a las generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio…» En cuanto a las atrocidades cometidas el 07/10/2023; https://saturday-october-seven.com/

Y luego dicen sin rodeos que repetirán el siete de octubre hasta destruir Israel: https://www.memri.org/reports/hamas-official-ghazi-hamad-we-will-repeat-october-7-attack-time-and-again-until-israel

[ii] El nombre en español proviene de allí. Es peyorativo, puesto que se dice que a sus tropas das drogaba con hachís, por eso se los conoció como hashashín, asesinos. Aunque siempre le hicieron honor al nombre.

[iii] https://www.infobae.com/2015/02/03/1624639-video-asi-quemo-vivo-el-estado-islamico-al-piloto-jordano-maaz-al-kasasbeh/

https://www.infobae.com/2015/02/03/1624615-el-estado-islamico-quemo-vivo-al-piloto-jordano-que-tenia-capturado/

[iv] No estamos hablando de islamistas radicales, ni es la página de alguna organización yihadista.

http://www.senderoislam.net/conferencia006.html

[v] Ídem. El resaltado es mío.

[vi] Un parangón con esto pudo verse por ejemplo, cuando terroristas del Estado Islámico destruyeron la tumba del profeta Jonás. Tal cosa como patrimonio histórico no tiene sentido alguno para el islam, porque, según nos dice el Jeque que estamos glosando: «El Islam concibe a la historia como un despliegue sagrado. El musulmán conciente de su doctrina, cree que la actual es una etapa universal, llamada Fin de los Tiempos […] en la que existe una confrontación entre lo sagrado y lo mundano, pero que finalmente se impondrá lo sagrado. Tal musulmán alcanza una percepción muy diferente de la historia, del futuro, de las metas a lograr por la humanidad, del destino del mundo».

[vii] Me refiero a Hamás y no a otros grupos porque, parece que todo terrorismo es condenable excepto el palestino. Como se vio, Hamás actúa igual que ISIS, solo que por su posición geográfica lo hace en contra del Estado de Israel. Por lo tanto, los mismos actos que son condenados sin peros en Europa, tanto si se cometen en el viejo continente cuanto en algún país árabe o musulmán, en la misma Europa son aplaudidos si se cometen contra Israel.

 
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