Sever Plocker
Una de las diferencias acentuadas entre las revoluciones democráticas de Europa Oriental, en la segunda mitad de los años 90, y la conmoción que tiene lugar actualmente en los países árabes de Oriente Medio, es el silencio de sus intelectuales.
Quizás mutismo no sea la palabra exacta: tartamudeo sonaría mejor. Mientras que los movimientos de protesta en Europa Oriental se integraron, fueron asesorados, acompañados, y en ocasiones liderados por intelectuales osados, las manifestaciones de protesta que se desataron en Oriente Medio, sorprendieron a los intelectuales árabes aún más que a los servicios de información.
No es que los que continúan el derrotero del fallecido Edward Said, uno de los eximios intelectuales seculares, no esperaban una incursión desenfrenada en la calle árabe. Pero ellos anhelaban otro orden de acontecimientos, bastante opuesto, por cierto.
Según ellos, las masas en los países árabes, cuyos regímenes están más cerca de Occidente en general y de EE.UU en particular, deberían haber izado el estandarte de la rebelión contra la relación entre los jefes de gobiernos corruptos y el imperio norteamericano y en contra de la indiferencia de ellos hacia el destino de la lucha palestina.
Los millones en las calles de El Cairo, Túnez, Ammán, Riad o Bahrein, deberían – esta es la versión de la perspectiva aceptada por los intelectuales – manifestarse gritando consignas por la liberación de Palestina y no por su propia liberación del yugo de la dictadura.
Los intelectuales árabes difundieron, y por lo visto también creyeron, la ecuación propuesta por los dictadores: el debilitamiento, el sometimiento y el desmenuzamiento de los derechos humanos en todo Oriente Medio a cambio de la continuidad del conflicto israelí-palestino.
La excepción la constituyeron los informes de la ONU sobre el desarrollo socioeconómico árabe. Estos reportes que se publicaron a comienzos de 2002, fueron redactados por académicos árabes liberales e incluyeron una crítica letal sobre el oprobio de los derechos humanos, la exención de la seguridad personal, la violencia institucionalizada hacia las mujeres y las minorías, el lavado de cerebro cultural y el derrumbe de los sistemas educativos en los países árabes.
Dicho testimonio, editado también en árabe, no fue tomado en cuenta por estos intelectuales. Lo cubrió un manto de silencio, justamente por el reducido lugar en su referencia al conflicto israelí-palestino.
En uno de esos informes se explica claramente que los regímenes de opresión aprovechan el conflicto como justificativo. ¿Excusa?
Esa no fue la opinión de un gran número de intelectuales árabes; ellos consideraron que la raíz de todos los males radica en el hecho de la existencia de un Estado judío en las márgenes de un espacio ilegalmente expropiado.
Sólo cuando Israel esté integrado dentro de un Estado binacional o multinacional, la atención de las multitudes deprimidas dispondrá de tiempo para ocuparse de materializar el sueño de una democracia. ¿Revolución? Sí, sí, pero un alzamiento dirigido antes que nada y en primera instancia contra la conquista israelí.
Sin embargo, resulta que frente a los ojos abiertos por la sorpresa de esos intelectuales árabes, las multitudes prefieren, antes que nada, vivir una vida digna y en libertad sin que les interese demasiado qué es lo que realmente sucede con el conflicto israelí-palestino. Esta masa no sólo no quema banderas de EE.UU, también goza del entusiasmo de los inventos americanos capitalistas: el Facebook, YouTube y el celular.
¿Cómo se atreven los rebeldes de la Plaza Tahrir y de la Plaza Verde a ignorar de manera tan ordinaria la base de la concepción esencial de centenares de escritores, académicos, poetas, investigadores, filósofos y analistas en todo el mundo árabe? ¿Primero democracia, después Palestina?
La dictadura árabe no era descartada por los intelectuales mientras el tirano de turno se situaba en el sector más extremista con respecto a Israel. Era el diablo cuyas diabluras estaban dispuestos a ignorar, sólo si manifestaba posturas intransigentes en contra de los condenados sionistas.
Los mismos palestinos, debemos recordar, no estaban en absoluto interesados en el apoyo de los intelectuales servidores de la dictadura. Siempre los rechazaron con repudio.
Las manifestaciones en el mundo árabe carecen de un liderazgo intelectual conductor. No tienen un Václav Havel como tuvieron los checoslovacos, tampoco un Lech Walesa como los polacos o un Andrei Sakharov como los rusos.
La voz intelectual liberal y humanista carente la hacen oír los jóvenes, los mismos manifestantes anónimos.
¡Primero democracia! ellos insisten. Después de ella, cualquier cosa.
Fuente: Yediot Aharonot – 1.3.11
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il
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