Israel: Demasiada historia para tan poca geografía» (David Ben Gurión).
Israel nació por un ideal: el ideal sionista. Volver a la Tierra de Israel era el sueño de miles de judíos diaspóricos, perseguidos y errantes. Discriminados y segregados, en cuanto se integraban a una sociedad les hacían sentir que no pertenecían a ese lugar.
El sionismo ha sido el movimiento nacional del pueblo judío, errante, perseguido, víctima de un genocidio y al que todos sus vecinos declararon la guerra el mismo día de la fundación del Estado, cuando siete ejércitos lo invadieron para un nuevo exterminio. Pero fue la fe, la fuerza interior de nuestro pueblo, y el deseo de defender nuestra tierra lo que permitió que, a pesar de seguir siendo el pequeño David, pudiera vencer, otra vez, al gigante Goliat.
A finales del siglo XIX comienza la concreción de un sueño: volver a la tierra de nuestros ancestros, de la que habíamos sido expulsados. Volver a buscar aquello que nos correspondía por derecho histórico. Y así empezó la vuelta a casa para recuperar nuestro legado.
Israel es un país desconocido para el mundo. No se ha dado en la historia un caso tan extraordinario de resurgimiento. Resurgió el idioma bíblico adaptándolo a la modernidad. Resurgieron ciudades antiguas y se construyeron nuevas. Renacieron la música, los teatros, las universidades. Se desarrollaron los medios de difusión –radios, periódicos, televisión–, los kibutzim o granjas colectivas, la Histadrut (central obrera), los hospitales y un sistema de salud que hoy es un ejemplo para el mundo. Los pioneros judíos pudieron concretarlo, imbuidos del espíritu de los Macabeos. Les movía el amor a Eretz Israel. Todo se restauró o se construyó. Piedra sobre piedra, idea sobre idea, corazón sobre corazón y vida sobre muerte. Era un yermo, arenas y desiertos, al sur, y zonas pantanosas con mosquitos y malaria, al norte. Había que plantar árboles y disecar los pantanos. Uno por uno. La voluntad de construir una nación. Hoy son grandes bosques y tierras fértiles gracias a la labor del hombre. Los árabes destruían y se volvía a levantar. Era luchar por el único trozo de tierra nuestro. Un fenómeno sin igual. «La vuelta a casa», al lugar donde dirigimos siempre nuestros rezos con la esperanza de regresar. Siempre hubo judíos en esta tierra, pero eran grupos dispersos en asentamientos en todo el país: Jerusalem, Hebrón, Tiberias, Safed, Yavne.
La Tierra de Israel, Eretz Israel, con Jerusalén como milenaria capital, es mucho más que un simple territorio. Es la que le da el alma y el corazón al pueblo judío. Sin la Tierra de Israel seguiríamos errantes por todo el mundo. Sin la Tierra Prometida, recuperada y que cobija toda nuestra memoria, seríamos huérfanos otra vez.
Éste, y no otro, es el lugar donde habitaron los judíos desde el comienzo de nuestra historia. Desde que el patriarca Abraham vino a poblarla hasta hoy, habiendo pasado por todas las conquistas de los grandes pueblos de la humanidad. Todos: babilonios, persas, griegos, romanos, islámicos, cruzados, tártaros, mamelucos, mongoles, turcos, ingleses. Todos pasaban y dejaban una parte de su historia.
Como dijo Ben Gurión: «Demasiada historia para tan poca geografía».
Y hoy, los israelíes somos parte de esa historia. Hemos vuelto a nuestras raíces. Tenemos el privilegio de ser parte de un proyecto de vida desarrollado hace siglos para iluminar al mundo con nuestros logros.
A Israel la construyeron izquierdas y derechas, dada la diversidad de pensamiento y de nacionalidades del pueblo judío en la Diáspora. Las grandes masas inmigratorias traían su ideario y lo volcaban a las nuevas instituciones que estaban en formación. Comenzó siendo un país socialista, con leyes laborales y sociales, necesarias para la organización y protección de los que iban llegando. El sistema hospitalario de Israel es, aún hoy, uno de los mejores del mundo, y data de esa época. Era una estructura donde el kibutz y la Histadrut representaban el ideal social y donde las ideas de Borojov y Katzenelson tomaban fuerza a través de un sostenido sentimiento comunitario y sionista. Pero no menos sionistas y solidarias eran las ideas nacionalistas de Zeev Jabotinsky y Rav Kook, uno laico y el otro religioso. Se daban todas las tendencias dentro del sionismo.
Comenzó siendo un país fuertemente agrícola, famoso por sus cítricos. Israel exportaba naranjas apreciadas en el mundo entero. Después vinieron las flores, y así siguió con diversos productos que eran requeridos desde el exterior. Ya empezaban con la investigación para mejorar los frutos. De aquí salieron el tomate cherry y muchísimas variedades de frutos que hoy se consumen en las mesas familiares sin que el mundo lo sepa. Israel se especializa en producir variedades exóticas de frutos tropicales para su exportación y también para el consumo interno. Entrar a un supermercado y ver los vegetales sobre las góndolas es una explosión de color y sabor, natural y sano. La agricultura todavía desempeña un papel de importancia en la economía israelí, representa hoy en día aproximadamente el 2,0% del PIB y un 3,5% de las exportaciones. En términos monetarios, Israel produce casi el 70% de lo que necesita para su alimentación.
El éxito de la agricultura en el país se basa en la determinación y el ingenio de los granjeros y científicos, que se dedicaron a desarrollar una agricultura floreciente en un país cuya superficie es en su mayor parte desértica, demostrando así que el valor real de la tierra está en función de cómo se la utiliza.
Y así como en agricultura se utilizó el ingenio, también en otras áreas Israel comenzó una carrera meteórica en investigación y desarrollo. Se dedicaron grandes esfuerzos para captar, especialmente, a los profesionales, científicos, ingenieros y técnicos que inmigraron, en los años 90, desde la ex Unión Soviética. La gran cantidad de profesionales capacitados es la causa principal de los logros científicos y tecnológicos del país. Esa tendencia seguirá en alza en las décadas venideras, con la nueva generación de jóvenes creadores de start ups –empresas de programación– y de compañías que desarrollan altas tecnologías de nivel muy especializado. Nanotecnología o tecnología de la miniaturización. Israel exporta tecnologías sofisticadas a todo el mundo. Y las investigaciones se llevan a cabo en siete universidades, repartidas por todo el país, en decenas de institutos de investigación, públicos y estatales, y en cientos de empresas civiles y militares. Investigaciones muy importantes se desarrollan en el Instituto Weizmann de Rejovot y en el Tejnion de Haifa.
¿Y los israelíes? ¿Cómo son los israelíes? Hay de todo, como en todas partes. No siempre son un modelo de educación. Caracteres fuertes debido a las guerras que han pasado. No han podido darse el lujo de bajar los brazos. Pero son como el higo del desierto: espinosos por fuera y dulces por dentro. Todos son presidentes, todos le dicen al primer ministro qué debe hacer. Discuten de política en la caja del supermercado cuando van a pagar, y si te falta una moneda te la ofrecen –me ha pasado–, o si subes al autobús y el conductor no tiene cambio, te dan el dinero del pasaje. Es un pueblo increíblemente solidario. Quizá se deba a todas las penurias pasadas.
Pero hay algo más conmovedor aún: para el Día del Holocausto, Iom Hashoa, o para el Día de la Recordación de los Muertos por Israel, cuando suena la sirena y se congela todo el país, el recogimiento y el respeto por nuestros muertos, el sentimiento de la población, que detiene toda actividad y se queda en silencio en el lugar donde está. Simplemente, esta emoción hace algo maravilloso de esta nación. Algo que nos recuerda que cayeron muchos, que no los olvidamos y que siguen en nuestro corazón. Y cuando un país tiene alma y corazón no puede ser exterminado, como quieren muchos. Ése es el concepto de nación, que no todos entienden. Somos una nación, Am Israel, unida por la mística de la Tierra de Israel. Eretz Israel. Y allí donde haya un judío, estará unido a nuestra tierra por lazos inquebrantables de sangre y de tradición. No hay Israel sin judíos ni judíos sin Israel. Aquel que lo niegue no conoce su identidad.
Hemos vuelto a recuperar nuestra tierra y nuestra historia. No somos perfectos y nos exigen serlo, cuando ningún país lo es. Somos un gran shtetl[1] en el que desarrollamos el ingenio para sobrevivir. Somos los mismos judíos expulsados de España o asesinados en Alemania, que al desaparecer dejaron un hueco de intelectualidad y sabiduría. Esos judíos, expulsados o asesinados, son los mismos que se desarrollaron en Israel para construir este «pequeño gran país» en el cual tengo el privilegio de vivir.
Vine desde Argentina para encontrarme con mis raíces y cumplir un sueño en la Tierra de los Milagros. ¡Y aquí estoy! Porque, a pesar de todo y de todos, ¡Los Hebreos estamos en pie!
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Shtetl. [1] Pequeña aldea judía de Europa Oriental.
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