Los Acuerdos de Abraham tienen tantos beneficios como desafíos que no se agotan. Desconocer sobre esto impedirá entender porque Israel y los países árabes, que hace 7 décadas atrás juraron destruirlo, hoy están relanzando unas nuevas relaciones. Sale un pequeño hilo.
Cuando en septiembre de 2020 Israel firmó la normalización y el reconocimiento con EAU, Bahréin, Marruecos y Sudán, el mundo asistía a un acuerdo impensado hacía años atrás (ni hablar décadas atrás cuando muchos de esos estados iniciaron la guerra contra Israel).
Sin embargo, la relación entre Israel y el Golfo se posicionó como una de las más importantes de este siglo. Un elemento de unidad fue el nombre: Abraham. Un nombre muy familiar para el cristianos, musulmanes y judíos.
Desde septiembre de 2020 se multiplicaron los vuelos entre países, se abrieron nuevas misiones diplomáticas, se multiplicaron las visitas oficiales (que ya dejaron de ser secretas), las misiones empresariales y económicas trabajan por un concepto común: el desarrollo y progreso.
En países como Emiratos Árabes Unidos, donde la figura de Bin Zayed fue determinante, la demanda de estudio de la lengua hebrea fue en aumento. Junto a Bahréin, se motorizó el recuerdo y homenaje a las víctimas de la Shoá (holocausto) inaugurando una nueva página en la historia.
Nuevas rutas de visado electrónico, la transferencia de jóvenes profesionales que viajan entre los países para aprender sobre tecnología, ciencia, salud y educación. Hay una fusión entre los pueblos árabes y la tecnología israelí que es prometedora.
Si hay un elemento que unifica en el Medio Oriente es la cuestión de la seguridad. Los países que firmaron los Acuerdos de Abraham, además de la prosperidad y el beneficio mutuo de la normalización, comparten un enemigo común: la República Islámica de Irán de los Ayatollah.
Joe Biden, asociado a la mala política del gobierno de Obama en materia nuclear de Irán, encontró en los acuerdos una forma de poner un pie algo más fuerte en la región. Desde el Foro del Negev en marzo de 2022 la consigna quedó formada: reducir la expansión de Irán.
Para comprender, un poco más, el alcance de esto: sin las leyes de boicot contra Israel impuestas desde la creación del estado moderno judío, nace la oportunidad de un puente comercial terrestre entre Israel y el Golfo. Estas leyes, además de racistas, impedían el progreso.
Los europeos se vieron durante años obligados a exportar productos hacia el Golfo a través del Líbano, Turquía o el Canal de Suez. Dejando esto atrás, esos países europeos hoy también se beneficiarán de los Acuerdos. La normalización es comercio y el comercio es también paz.
En el contexto de la invasión rusa en Ucrania, la nueva relación entre Estados Unidos y Arabia Saudita (por eso aquí entra China) tiene un costado muy pragmático: la estabilización del mercado y la provisión de petróleo. La oportunidad es histórica si sumamos el gas israelí.
La crisis hídrica y alimentaria han encontrado en Israel una respuesta tan histórica como digna de ser imitada. Habiendo renacido desde el desierto, las fuentes alternativas de trigo (con tecnología israelí) y el agua dulce pueden ser grandes soluciones en Sudán.
La cuestión del agua, que será un próximo hilo, colabora con esa fase humanitaria de la normalización. Un acuerdo que nació en el Oriente puede llegar a muchos rincones del planeta, incluso los más lejanos, extendiendo esa gran mano humanitaria israelí.
Los Acuerdos de Abraham y sus tres años de implementación demuestran que el Medio Oriente es únicamente noticia cuando hay una escalada, conflicto o guerra. La paz, al igual que quienes trabajan por ella, deberían tener un protagonismo mayor.
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