A.D. Gordon (1856-1922), el destacado pensador que estos días recordamos que se cumplen ahora 120 años de su aliá a la Tierra de Israel, no era pacifista. Él defendió sin hesitar la legitimidad de usar la fuerza para la autodefensa, pero criticó duramente lo que llamó el estado de «hipnosis bélica» que durante la Primera Guerra Mundial – en especial en su última etapa- influyó en forma destructiva, a su entender, no sólo sobre gran parte del mundo sino también sobre los habitantes judíos de la Tierra de Israel. Y esto llevó a muchos de ellos a adoptar la postura belicosa que tomó como lema de conducta la consigna «Por la sangre y el fuego» como la mejor forma de asegurar la continuación de la existencia del pueblo judío en su tierra.
En sus artículos de esta época señaló Gordon que lo que cuidó la existencia del pueblo judío durante su difícil historia no fue nunca la posición «Por la sangre y el fuego» sino la fuerza de sus grandes ideales, entre ellos el que dice: «en el futuro no habrá de esgrimir su espada un pueblo contra otro», y también otros de este estilo. (Escritos de A.D.Gordon, Jerusalem, 1952, I, pag. 406). Y según Gordon, el pueblo de Israel debe vivir según sus propios valores e ideales, no caer en la hipnosis de imitar a otros sino esforzarse siempre por realizar su propia verdad interior también en épocas de crisis y de sufrimiento.
Pensé mucho –y sigo pensando- sobre esta posición de Gordon en los últimos meses tan difíciles que vivimos en Israel, en una situación de guerra sin otra alternativa, en relación a un dilema que me preocupa a mí –y creo que a muchos más: ¿Cómo es posible, después del trágico 7 de octubre, luchar contra un enemigo cruel que no cesa de amenazar nuestra existencia en esta tierra como individuos, como pueblo, como sociedad y como Estado, -un enemigo cuyo valor superior es la muerte- y, al mismo tiempo, responder a la exigencia moral que nos advierte: «Cuando cayere tu enemigo, no te regocijes, y cuando tropezare, no se alegre tu corazón; no sea que Dios lo vea y le desagrade, y aparte de él su enojo»? (Proverbios 24: 17-18; Avot 4, 19). Es decir, se nos exhorta, como se acostumbra entenderlo: -no seas como tu enemigo «porque si te alegras en su desgracia eso significa que no eres mejor que él» (Cassuto-Hartom). De hecho, la pregunta aquí sería, a mi entender: ¿Podemos luchar con todas nuestras fuerzas contra nuestro enemigo sin odiarlo en nuestro corazón? ¿Cómo respondería Gordon a esta cuestión?
De hecho, sabemos que Gordon trató esta clase de problemas basándose en su manera de entender qué es el judaísmo a diferencia de otras religiones y concepciones del mundo, de la vida y del hombre. Él señaló que a fin de poder elegir nuestro camino de acuerdo a nuestra verdad interior –y no por imitación de otros- hay que entender que el judaísmo es en primer lugar una relación especial del ser humano con lo que lo rodea y consigo mismo. (Escritos de A.D.Gordon, tomo I, pág. 175). Esta relación se basa en la captación de la unidad y de la santidad de la vida y se expresa en el sentimiento de solidaridad, amor y responsabilidad que siente el individuo en relación a todo lo que vive en todas sus dimensiones: el prójimo, la familia, el pueblo, la Humanidad y el cosmos entero.
A diferencia del cristianismo que postula el amor a la Humanidad como punto de partida –y al hacer esto aparenta un universalismo que de hecho no existe- el judaísmo según Gordon exige de cada uno de nosotros un esfuerzo permanente de trabajo para santificar la vida a cada instante para hacer posible llegar en el futuro a realizar el deseado amor a todos como etapa final de este camino tan difícil. Y para esto debemos ser fieles en todo lo posible a nuestros propios valores sin mentirnos ni a nosotros mismos ni a los demás.
De acuerdo a estas pautas de su pensamiento me parece entonces evidente que la respuesta de Gordon a la pregunta antes formulada sería: – Sí, podemos y debemos luchar con todas nuestras fuerzas para defendernos de nuestro enemigo, pero hacerlo sin odiarlo en nuestro corazón y sin alegrarnos por su desgracia-. Y a mi entender, podría agregarse a esto, en mis palabras, que no debemos tratar de parecernos a un enemigo cuyos valores contrarían totalmente los nuestros, pues si llegamos a parecernos a él en su negación de la santidad de la vida y de la igual dignidad de todos los seres humanos, ésta sería su mayor victoria en relación a nosotros y a nuestro pueblo.
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