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| miércoles febrero 26, 2025

Yafa Algom: “Cuando uno nace moré, muere moré”

Sami Rozenbaum* para Nuevo Mundo Israelita de Caracas


En vísperas de cumplir 90 años, Yafa Assa de Algom mantiene intactos su sonrisa y su chispa. Dedicó 30 de esos años al Colegio Moral y Luces Herzl-Bialik junto a su esposo Efraim, y posteriormente desarrolló dotes artísticas que ella misma desconocía. Hoy sigue prestando su entusiasmo y creatividad a actividades voluntarias en Israel. Es un privilegio traer su voz de regreso a una comunidad que la recuerda con tanto cariño

 

Nuevo Mundo Israelita. La primera pregunta que quiero hacerle: usted contaba que nació en Bulgaria. ¿Cómo fue su infancia?

Yafa Algom. Sí. Mi infancia fue normal hasta los cinco años, porque entonces comenzó la Segunda Guerra Mundial y los alemanes invadieron Bulgaria. Mi papá tenía una tienda que estaba en la frontera con Turquía, pero salió una ley de los nazis que decía que todo el que no era de allí tenía que regresar a su ciudad natal. Mi papá tuvo que volver a Plovdiv, donde nací, en el año 1940 o 41, pero ya no había nada que hacer allí, no había trabajo, estábamos en guerra. Nos quedamos en un gueto abierto en Plovdiv, donde estuvimos hasta 1944.

Durante mis primeros cinco años había ido al kínder en la ciudad de Kürgeli, cerca de la frontera con Turquía. Esos son mis únicos recuerdos de la infancia. Después, cuando llegamos a Plovdiv, faltaba la comida, mi papá estaba en trabajos forzados y mi mamá tuvo otro bebé.

Total que de verdad estábamos en una situación bien difícil. En 1942 me enfermé de fiebre tifoidea, que para entonces era algo fatal. Todo el mundo le decía a mi mamá: “Tú tienes un bebé de un año, no puedes estar con una niña enferma de tifoidea, tienes que mandarla al hospital”. Pero ella dijo que no me iba a mandar al hospital. Pasé tres meses encerrada en una habitación, no podía ni salir. Así que esa infancia me fue cortada, quedó chucuta.

Cuando hicimos aliá a Eretz Israel en 1944 yo tenía nueve años, había terminado solo el primer grado de educación en Bulgaria y yo nunca dije que hablaba búlgaro, porque ni siquiera sabía que lo hablaba… Y me quedé con esa duda hasta el año 2009, cuando por primera vez después de casi 60 años viajé a Bulgaria con Efraim y resultó que yo sabía un montón del idioma. Después de estudiar inglés durante 12 años, resultó que sabía mejor el búlgaro.

En 1944 Israel todavía era el Mandato Británico y no era fácil entrar. ¿Cómo hicieron?

Mi papá tenía un pasaporte con visa a Turquía, Siria y Líbano, con entrada a Eretz Israel, así que nos fuimos en tren desde Bulgaria hasta Haifa. Ese tren bajaba hasta Egipto, durante el Mandato todavía se podía hacer ese viaje.

Lo anormal era que una niña de nueve años como yo no se había formado, yo no sabía agarrar una pelota, no sabía saltar la cuerda, no tenía ninguna noción de qué es la niñez. Llegamos a un pequeño moshav al lado de Tiberias, que era todo de búlgaros, llamado Kfar Hitim. En ese moshav había 10 o 12 niños en una clase. Entré a tercer grado sin saber leer ni escribir. Era una niña muy, muy atrasada, no sabía ni jugar, no tenía conocimientos, nada.

¿Cómo era Israel en aquella época?

No nos faltaba nada. Sí, estábamos en la pobreza, si se compraba pan no se compraba helado. Pero nadie se molestaba por eso, y no nos sentíamos menospreciados. Hoy en día si no tienes los zapatos más in y la chaqueta más out ya no sirves. Bueno, en todo el mundo es así.

Pero estoy muy contenta de haber nacido cuando nací y no en esta época, porque ahora hay que escoger y entonces era lo normal y era lo que más nos parecía. Yo tenía a mi novio, Efraim. Una tía me decía: “¿Por qué no te casas y ya está?” Le dije: “No, yo tengo que ir al ejército primero. ¿Cómo me voy a casar? No es normal que una muchacha no vaya al ejército”. Y estábamos tan orgullosos de eso, cargamos las maletas con ese orgullo. Y por eso tanto entusiasmo. Eso no se le puede quitar a aquel israelí. Hoy en día, si no haces trampa eres un frayer. Frayer significa alguien a quien se le pueden montar encima, que no sirve. ¿Cómo es posible que se vanaglorien de eso hoy?

¿Cómo se formó para ser morá (profesora)?

Había algo que se llamaba Seminar le Morim, que era muy importante porque faltaban muchos morim en aquella época en Israel, así que nos dieron permiso a Efraim y a mí durante un año para cursarlo. Éramos novios y estudiamos juntos en el Seminar le Morim. Estuve ahí cuatro años, los dos últimos del bachillerato más otros dos. Luego nos alistamos al ejército, Efraim como paracaidista; él fue uno de los que saltaron en paracaídas durante la Campaña del Sinaí de 1956.

Hace tres años, en 2022, estuve invitada en casa del presidente Herzog en un evento para “soldados destacados” con todos los “papaúpas”, y yo mostré mi carta del presidente Itzjak Ben Zvi del año 55, cuando fui soldada.

Entonces el moré Efraim y usted se conocieron muy jóvenes.

Sí, estuvimos juntos en Hashomer Hatzaír desde los 15 años. Luego él estudió tres años conmigo en el Seminar. Fuimos juntos al ejército y después nos establecimos en el kibutz Zikim, cerca de Ashkelon, donde nos casamos y nació mi hijo Tal.

Efraim había nacido en Tel Aviv. Él creció hasta los 15 años en Petaj Tikva. A los 15 se fue a Ramat Gan y encontró una muchacha que le gustaba mucho. Pero su mamá no quería a esa novia porque era sefardí, ella quería una asquenazí, y él era hijo único. Entonces, ella iba donde los amigos de Efraim y les decía: “A ver si lo convencen de que cambie de novia”. Habló con uno, habló con otro. Cuando habló con el tercero, él le dijo: “¿Sabe qué? Yo voy a hablar con Efraim, porque a mí me gusta ella…”

Al final se casó conmigo, otra sefardí. Pero después de que nos casamos sus padres cambiaron de opinión. Me apreciaron mucho. Acabamos de cumplir 68 años de casados más 6 de amigos, entonces ya son 74 años juntos. Yo no tuve otro novio.

Matrimonio de Yafa y Efraim en el kibutz Zikim

¿Cómo aprendió español?

En casa hablábamos ladino, ese era el idioma que hablaban mis padres. Ellos hasta el último día no hablaron en búlgaro entre sí, solo cuando llegaba alguien importante que solo hablaba búlgaro. Cuando llegué a Venezuela, a la segunda semana ya podía hablar español, porque el ladino tiene un 60 u 80% de castellano. Eso fue en Maracaibo, adonde llegamos en el año 58. Nos mandaron desde Israel. Mi hijo Tal tenía año y medio. El encargado de mandar morim a la diáspora dijo que necesitaba justamente familias que fueran asquenazíes y sefardíes, jóvenes con ímpetu, y entonces nos mandaron a Maracaibo, donde estuvimos seis años de Sojnut, con resultados excelentes en el colegio Bilú. Allá nacieron mis hijas, las morochas.

Éramos los únicos morim de Maracaibo, y los niños terminaban sexto grado hablando hebreo. Durante el recreo sacábamos al patio la kupat, la alcancía del Keren Kayemet, y el que no hablaba ivrit tenía que meter un centavito. Los muchachos llegaban con los bolsillos llenos de lochitas y centavos, hicimos de eso una fiesta. Los niños llegaban a su casa y decían Aní rotzé tapúaj (“quiero una manzana”). La mamá me llamaba y me preguntaba “¿Qué me dijo? No me lo quiere decir en español”.

Eso fue tan exitoso que nos “hicieron ojitos” desde Caracas. El doctor Gross estaba entusiasmado, llegaron los muchachos Lerner de Maracaibo e hicieron bulla: “¿Cómo es que aquí no saben ivrit?”. Total que llegamos a Caracas, donde estuvimos más de 30 años. Yo trabajé en el colegio de San Bernardino y después en Hebraica. Luego trabajé en la preparación de morim, porque llegaba gente de Israel que se suponía que iban a ser profesores, el señor trabajaba en el Ministerio de Agricultura y la mujer simplemente sabía ivrit, pero llegaban al colegio y no sabían qué hacer. Entonces me pidieron que dictara algunos cursos. Eso fue ya al final, en los años 99, 2000, cuando nosotros teníamos ya la mira de regresar a Israel, y en el 2003 volvimos.

¿Qué recuerdos tiene de la época en que trabajó en el Moral y Luces? ¿Qué fue lo mejor, y qué fue lo menos bueno?

Muy buenos recuerdos. Llegué al Moral y Luces en 1965 con 30 años de edad. A los 30 años hay mucho ímpetu. Preparaba textos daba veinticuatro horas y media al día, no solo veinticuatro. Nos dedicamos a la educación, al igual que en Maracaibo decíamos: “Nosotros vinimos para educar a los niños judíos que viven en la diáspora”. Tanta importancia le dábamos. “¿No nos pagan bien? Eso no es lo importante. Lo importante es que llegamos a enseñar y a ampliar los conocimientos de los niños en la Golá”.

Cantando durante un acto de Pésaj en el colegio Moral y Luces Herzl-Bialik

Durante varios años estuve manejando la parte de la educación judaica, pero algunos profesores tenían la idea de pasar una hora, tocar guitarra, irse para la casa y se acabó. Yo preparé unos libros de texto para primer año, un libro para cada trimestre, todavía los tengo y tenían hasta estipuladas las horas. Pero algunas morot me decían: “No, eso es mucho trabajo. No, yo prefiero Perek Guimel Shmot”. “¿Y qué? Dime qué vas a hacer con Perek Guimel Shmot”. “Ay, no importa”. Eso a mí me desilusionó. Solo terminé los tres primeros textos. Había estado preparando unos también para segundo año, para muchachos que no estaban en el colegio y no saben hebreo, era fantástico.

Recuerdo algo del profesor López Tineo, yo trabajé mucho con la segunda sección de arriba y López Tineo y yo teníamos cierta amistad. Él fue con el grupo de cuarto año que hizo un viaje a Israel. Cuando volvió le pedí que me contara sus experiencias: “López, ¿cuándo hablamos?”. “Ahora no puedo”. Y otro día “Ahora no quiero”. Yo pensaba “Aquí hay gato encerrado, no puede ser que él estuvo un mes en Israel y no tiene nada qué contarme”. Por fin lo agarré un día, en una hora libre y le dije: “Pero López, cuéntame, ¿qué pasó?” Y él me respondió: “Mira, Yafa, tú sabes que yo no soy de derecha, yo prefiero el socialismo”. “Okey, ¿pero eso tiene que ver con el viaje a Israel?” Y me dice: “Subimos a Masada, y estaba a las cuatro de la mañana escuchando al madrij y me di cuenta de que yo, López Tineo, estaba admirando a los judíos”. ¿Tú te puedes imaginar? Ese hombre trabajó 20 años con los judíos y eso fue lo que más le molestó, que estaba admirando a los judíos. Bueno, ese cuento te lo tenía que contar porque me parece increíble.

Pero sí tuvimos una buena relación. Yo no tuve problemas con profesores, ni con Frontado, ni con López Tineo, ni con esos que no eran muy amables o muy amistosos con los judíos. Pero yo siempre tenía que demostrarles que nosotros, los profesores de materias judaicas, no éramos menos importantes que lo que ellos estaban haciendo.

Después de Gross la directora del colegio fue la doctora Labunsky, yo tuve muy buena relación con ella. Me decía: “Pero chica, ¿qué haces aquí? Vete a Israel, allá vas a prosperar”. Pero cuando decidimos regresar a Israel Tal estaba en bachillerato. “¿Cómo lo vamos a dejar ahora que venga a Israel y no termine el bachillerato? Bueno, que lo termine”. Pero cuando él ya estaba terminando, las gemelas llegaron al bachillerato. Así que nos aguantamos hasta que los tres agarraron sus maletas y se fueron de la casa. Tal se fue a Costa Rica, y las muchachas se fueron a Israel después de terminar la universidad. Por eso nos demoramos tanto tiempo. Pero no es que me fuera mal en Venezuela.

Con el moré Efraim y sus hijos Orly, Dalit y Tal

¿A qué se dedicó al regresar a Israel?

Durante los primeros años todavía estaba con el gusanito del idioma y de la enseñanza, porque cuando uno nace moré, muere moré. Los últimos cuatro o cinco años en Hebraica había trabajado con el Círculo Edad de Oro, les enseñaba manualidades, a hacer cestas de mimbre, cosas así. Pero mi actividad estrella era “Cuéntame la Biblia”. Comenzamos con 15 personas y cuando éramos 50 tuvimos que cambiar de salón, ya no cabíamos porque llegaban los abuelos con los hijos y los nietos, y bueno, eso fue maravilloso.

Al regresar a Israel comencé a trabajar con una organización que se llama Yad Lebanim, “Monumento a los hijos”, un grupo que existe en casi todas las ciudades que se dedica a las mishpajot shekulot, las “familias huérfanas” que han perdido a alguien en la guerra. En Yad Lebanim se dictan charlas y otras actividades. Porque el problema es que, generalmente, las familias huérfanas se encierran en casa y no salen. Janán, mi yerno, me dijo: “Por favor, haz algo para que esa gente empiece a venir, porque aquí tienen un lugar perfecto, hermoso, pero nadie viene”. Fui allá de voluntaria, empecé enseñando español, dando clases de manualidades. un curso y otro curso. Una vez yo escuché alguien que le dijo a otra persona: “¿Por qué no vas a la clase de español?” “No, a esta edad no voy a estudiar idiomas, no tengo cabeza”. Y el primero le contestaba: “No, ven a esta clase, es mejor que ir a la sicóloga”. Y empezó a llegar más gente. Trabajé allí hasta el año 2009.

Y entonces, de pronto se me abrió una oportunidad en un lugar que nunca imaginé: Bulgaria. En 2008 viajamos allá con otra pareja, pero no encontrábamos el hotel donde íbamos a hospedarnos. Efraim ya tenía 12 horas manejando y dijo: “Yo no manejo más”. Miramos afuera, y al lado del aeropuerto había un hotel; allí nos quedamos. Era un hotel business que sigue todavía ahí, para gente que viene a pasar uno o dos días. A la mañana siguiente bajé de la habitación y le dije al encargado: “Muchas gracias, nos gustó, estamos bien. Pero ¿puedo preguntarte algo un poco fuerte? ¿Por qué no hay cuadros en las habitaciones?”. Y él me respondió: “No hay cuadros porque se me acabó el dinero…” “¿Y si yo le pinto unos cuadros sin cobrar?” “¿Tú eres pintora?” “No”. “Ah, okey, bueno, ¿cuándo regresas?” “Yo vengo en abril de 2009”.

Pero no pude viajar en esa fecha. El hombre me llamó en mayo y me dijo: “¿Sabes que los búlgaros tenemos palabra?” “Es que yo estaba enferma, tuve una operación, por eso no pude ir”. “Bueno, okey. ¿Cuándo puedes?” “En septiembre”. “Okey, te espero en septiembre”. Compramos pasajes por un mes y nos fuimos a Bulgaria. En el camino le dije a Efraim: “¿Y si esto es una broma? No volví a hablar con el hombre. Le dejé mi teléfono y eso es todo. Además, no soy pintora. Yo hago decoraciones, dibujos en el colegio, pero no…” Efraim me respondió: “¿Qué importa?”.

Cuando llegamos al hotel al señor se le abrieron los ojos, me dio un cheque en blanco y me dijo: “Ve a comprar el material”.

Yo no sabía qué comprar. Te lo juro, porque yo no había pintado en mi vida. Pero empecé a pintar, y pinté 35 cuadros, que luego repinté porque eran como de niños. Desde 2009 hasta 2019, cuando llegó el covid, íbamos a Bulgaria cada año por un mes. Me daban una habitación, ese era el “Estudio Yafa”, allí pintaba. Y hoy en día hay 300 cuadros en un hotel de Bulgaria pintados por Yafa. Se publicaron unos catálogos y todo. También hay un catálogo de mis tapices, que se presentó en Caracas, y otro de mis trabajos en acrílico.

Después el señor quiso decorar un apart-hotel que tiene 50 apartamentos, y llamaron a Yafa de vuelta para que les pintara los cuadros para decorarlos. Yo recibía habitación, comida, pagos de viaje, todo lo que necesitaba, y él recibía mi trabajo y pagaba los materiales.

Dos de las pinturas de la morá Yafa que decoran su apartamento en Beersheva

¿Y qué está haciendo ahora? Sé que sigue activa.

Ahora tengo reuniones con estudiantes universitarios que vienen de Amha, un club de sobrevivientes. Los judíos de Bulgaria son considerados sobrevivientes de la Shoá y yo soy parte de ese club. La palabra Amha viene de Am sheljá, “tu pueblo”. Un señor nos contó que él estuvo en Francia con los guerrilleros judíos, los partisanos, y cuando llegaba alguien nuevo no le preguntaban “¿Eres judío?” o “¿De dónde vienes?”. Simplemente, Amha. Si él contestaba Amha, era de los nuestros. Si no sabía la palabra entonces no era. Esa parte yo no la sabía, porque cuando dejé Bulgaria tenía solo nueve años y no estuve con los partisanos. Tres de esos estudiantes de Amha me ayudaron a hacer los álbumes artísticos. Claro que hoy se hace con una computadora y chin, chin, chin, listo.

Hoy la comunicación es tan rápida que aprieto un botón y hablo con mi hermana que está en Miami. Ella me llama a las dos de la tarde porque aquí son las siete. Está con el teléfono colgado en la cintura y hablamos media hora mientras ella sigue caminando y yo aquí, perfectamente, como si estuviera en el cuarto de al lado. Esas comunicaciones hacen bien y hacen mal. ¿Por qué? Bueno, no vamos a arreglar el mundo.

Hablando de todo, ¿Cuántos nietos tiene?

Tengo seis nietos. Tal tiene dos varones, Orly tiene una hija y un hijo, y Dalit igual, una hija y un hijo. Ninguno de ellos está casado. Respeto sus derechos como jóvenes de hoy, porque en mi época yo no tuve ningún problema. Me casé, estuve en el kibutz donde tuve un hijo, no había dificultades de cuánto se paga de alquiler, ni dónde estará el niño, ni quién lo cuidará. Todo eso era automático en el kibutz. Y ahora todo es tan difícil que llegó una de las nietas y me dijo: “Ay, safta, perdón porque aún no tienes bisnietos”. Yo le contesté: “No te los he pedido ni tengo intención de cuidártelos, así que tranquila…”

Su mayor orgullo: los nietos

¿Cómo ve a Israel hoy en día? Esa es una pregunta muy amplia, pero…

Israel hoy en día no se parece nada al Israel del que me fui hace tantos años. Pero hoy, en la soledad y oscuridad de la habitación, le doy gracias a Dios porque no soy morá, me habría sido muy difícil trasmitir la parte política, como cuando yo decía que el soldado israelí es un ejemplo, porque el comandante no dice: “Sigan ustedes y yo voy detrás”, él dice: “Síganme”. Eso era un orgullo para el israelí. Hoy en día eso se ha perdido, porque cada grupo cree que tiene la razón. Estamos en medio de un debate horroroso, una parte de la población no quiere ir al ejército, que son los religiosos, que es una trampa, porque entre ellos habrá un 5% de gente que de verdad estudia, y yo me pregunto: ¿Cuántos rabinos necesitamos en el mundo para tener 12.500 estudiantes? Ellos solamente están allí por interés, claro que no todos, nunca se puede generalizar.

Me alegro de que ya no soy morá, me alegro de que no tengo que opinar, me alegro de que estoy aquí, me siento parte del país y me importa mucho. Y no es que Venezuela me disgustara, yo me sentí muy venezolana porque hice todo lo posible para estar con la arepita y con el tostón. Y tengo amigos venezolanos que adoro. Fueron 45 años en Venezuela, más de la mitad de mi vida.

Con el moré Efraim: van 74 años juntos

¿Tiene idea de cuántos alumnos tuvo en total en el Moral y Luces?

Vamos a poner 1500, no sé, no tengo idea. En algunos años el doctor Gross nos exprimía, yo tenía cinco salones de bachillerato, de primero a quinto, por la mañana. Y por la tarde me iba a la Unión Israelita, a un primer grado en el que yo quería experimentar. Así que me iba al primer grado después de haber tenido cinco salones por la mañana, siete horas al día en clase. Pero lo hacía con mucho amor y con mucho interés, quería demostrar que sí se podía.

Bueno, eso está bien y tengo buenos recuerdos. Tengo el anuario del año 75, cuando fui madrina de Humanidades, y todavía estoy en contacto con ellas. Para mi cumpleaños me llegan como 150 mensajes, hay gente que no me olvida.

En 2022 llegó aquí un grupo que celebraba los 50 años de su promoción del Moral y Luces, y nos invitaron a estar con ellos durante toda la semana del viaje. Les dije: “Miren, ya nosotros estamos un poco viejos para viajar una semana por Israel. Pero les prometo que la última noche, cuando estén despidiéndose en el hotel de Tel Aviv, vamos a estar allá”. Nos hicieron una gala preciosa, y me di el lujo de ir a ese lugar. Me pidieron que hablara, y les dije: “Voy a hablarles con un papel en la mano, porque si no les tomaría toda la noche”.

Voy a leerte tres oraciones de lo que les escribí: “Día tras día llegaba al colegio buscando algo que pudiera llamarles la atención, entretenerlos en lo que era mi deber, el idioma hebreo y el judaísmo. Muchas veces volvía a casa desesperada y desilusionada, al ver que mis palabras caían en oídos sordos y era como arar en el mar. Pero ahora estoy comprobando que lo dicho cayó en tierra fértil, y aquí estoy con ustedes recogiendo los frutos que sembré con amor y devoción”.

Allí había por lo menos diez mujeres, casi setentonas, que se pusieron a llorar.

 

 
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