Pese al palabrerío a veces torpe y hasta mediocre de Trump, es cierto que el líder salafista que hizo estallar su cinturón explosivo arrastrando en su huida a sus hijos, murió como un perro rabioso dejando detrás las huellas siniestras de un califato cuya crueldad resucitó los peores días de Tamerlán, el cortador de cabezas. Ignoro si Trump sabe hasta qué punto el perro es una criatura despreciable para los musulmanes, en cuyo caso la ofensa que recibirán los creyentes ...