La revolución que transformó Irán en 1979 fue un gran experimento. Desde ese momento el país quedaría en manos de un ayatolá, un hombre con un vasto conocimiento de la sharia, la ley islámica; sería el “líder supremo”, eufemismo de dictador; y sería merecedor de dicha autoridad por su consideración de –literalmente– representante de Dios en la Tierra. El primer líder supremo fue Ruholá Jomeini, clérico carismático y sulfúrico, inmarcesible partidario de la yihad contra América y Occidente. Cuando falleció, en 1989, el ...