En estos días en que los máximos representantes de una cincuentena de países se dan cita (no para planear el futuro, sino para reconocer el pasado) al cumplirse tres cuartos de siglo desde que el mundo comenzó a asociar el horror al nombre germanizado de un pueblo polaco en la oscilante frontera entre ambas naciones, la memoria hace que flaquee mi confianza. No puedo olvidar que, hasta hace pocos años, el único homenaje a las víctimas de la shoá, el ...