En los últimos días, a propósito de algunos artículos míos colgados en la red, en los cuales reconozco un marcado pesimismo, he recibido unos cuantos mensajes –y hasta extensas cartas– de lectores jóvenes, llenos de esperanzas y de posibles futuros felices. No pretendo enfriar su entusiasmo, que, como dicen los progreocultistas, es pura energía positiva. Pero sí me gustaría situar de una manera más o menos precisa esas esperanzas, y las acciones por ellas impulsadas, en el marco adecuado, que no ...




























