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| sábado abril 27, 2024

BDS, religión política y la crisis de la izquierda mundial


RESUMEN: El movimiento BDS contra Israel es un microcosmos de la Izquierda mundial. Ambas son religiones políticas que santifican entidades seculares y demonizan a sus oponentes, militarizando los principios liberales a fin de crear una “justicia” retributiva. El movimiento BDS fusiona la antipatía musulmana y comunista hacia la diferencia judía y, de hecho, a la existencia judía encarnada en Israel.

La Izquierda mundial tiene un problema con Israel. La “Cuestión Israel” impregna al movimiento progresista, incluyendo al Partido Laborista británico, los Partidos Verdes, las denominaciones protestantes liberales y a un ala del Partido Demócrata estadounidense – donde partidarios del movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) casi que reescribió la plataforma del partido.

La antipatía es dominante en las universidades, donde los eternos boicots son introducidos en los gobiernos estudiantiles y en los “muros del apartheid”, en los simulacros die-ins (protestas simulando matanzas) y en los desalojos de estudiantes judíos que son tan comunes. Dentro de las aulas de clase, Israel es el pequeño Satán comparado con el Gran Satán estadounidense. Los partidarios de Israel se hayan bajo una mayor censura y amenaza física.

Los alineamientos “inter-seccionales” entre los movimientos BDS y la organización Black Lives Matter, equiparan las experiencias de los palestinos con la de los afroamericanos, amenazan los vestigios de la alianza judía-afroamericana que sustentó el movimiento de derechos civiles. De hecho, Israel es puesto cada vez más en la intersección de todas las formas de opresión.

Algunos en la izquierda política y cultural, tanto dentro como fuera de la comunidad judía, han renovado sus esfuerzos para influir inclinando al amplio movimiento progresista de vuelta a Israel con nuevas organizaciones y nuevos argumentos. Pero ¿este objetivo es posible?

Tal vez el tema no es simplemente que el movimiento BDS es moralmente reprobable, sino que las premisas de la Izquierda mundial que la facilitan y valorizan están simplemente erradas.

Hay muy poco que debatir sobre los principios liberales de las libertades individuales, la igualdad de sexos y el pluralismo religioso. Pero es en la implementación de tales leyes universales como igualdad y justicia, oposición al racismo y etnocentrismo y el cosmopolitismo y la tolerancia multicultural donde la Izquierda mundial se ha desequilibrado. Los medios de implementación políticamente necesarios se han convertido en objetos de culto y están acoplados con una feroz voluntad de poder.

El culto de los medios por encima del fin es inherente a todos los esfuerzos de reformar la sociedad, el pensamiento y el comportamiento hacia la “justicia”. Pero el tema no es simplemente una interpretación subjetiva o una aplicación selectiva de principios. Es, más bien, un modo de pensar particular de la Izquierda que es ambos… redentora y retributiva.

El castigo es clave a la salvación, derivado perversamente de los valores liberales tales como la justicia y la igualdad. Sin embargo, se le da forma y dirección a través de la culpa occidental (es decir, la secularizada culpa cristiana) y el tercermundismo, lo cual glorifica la liberación nacional de Occidente. Para algunos, este pensamiento es un medio de auto-aniquilación cultural intencional; para otros, es un camino a la redención personal. Ambos están basados en la incautación de todas las formas de poder.

Este agarre de poder tiene sus raíces en varias demandas: 1) que la opresión y el victimismo son los indicadores principales del bien y, a la inversa, del mal; 2) que el nacionalismo es intrínsecamente malo, excepto entre los subalternos; 3) que la invocación de los “derechos humanos” exige el arrodillamiento no-crítico; 4) que las organizaciones internacionales y las ONG son invariablemente correctas e irreprochables; 5) que los “derechos” son cada vez más amplios y nunca pueden ser cuestionados; 6) que la libertad de expresión es una agresión peligrosa; 7) que la investigación académica, si no toda la actividad intelectual, debe estar subordinada a lo político; y 8) que toda actividad y pensamiento deben mostrar las políticas correctas. Confrontar las ideas es algo malvado y pecaminoso y debe ser suprimido.

Estas son las características de la Izquierda mundial en el siglo XXI, fundada sobre la paradoja de un elevado auto-odio cultural hecho posible a través del capitalismo. Pero también son las características de una religión política a la que la Izquierda mundial y el movimiento BDS se suscriben. Esa religión santifica a los palestinos mientras demoniza a Israel y, cada vez más a los judíos en general. Sus partidarios se perciben a sí mismos como una comunidad de elegidos que defienden una pedagogía totalitaria. Creen, en palabras de dos destacados académicos, en la “[discriminación] contra el forastero, llevado a cabo a través de medidas coercitivas que van desde el exilio de la vida pública a la eliminación física de seres humanos que, a causa de sus ideas, condiciones sociales y origen étnico, son considerados enemigos inevitables”.

Las dimensiones religiosas de la llamada Izquierda mundial ponen en tela de juicio a la propia secularización. Despojada de Dios, el movimiento se parece nada menos que a una nueva iglesia, con clérigos, teología, ángeles y demonios. ¿Fluyen de esta manera los odios virulentos y el provincialismo, no menos importante su odio hacia los judíos e Israel, precisamente de las premisas izquierdistas, de una manera inversa a la derecha?

Un debate sobre este tema es neceraria, pero los términos han sido tan desvirtuados como para hacer casi imposible el debate. Toda crítica se define como de derecha, si no reaccionaria. Las defensas reflexivas del estado-nación como el mejor ente para proteger al individuo, grupo y los derechos de los grupos minoritarios son ridiculizadas como racistas y excluyentes. Las críticas a las organizaciones internacionales y a las ONG como parcializadas e inexplicables son vistas como represión y censura.

Lo mismo aplica a las llamadas a la objetividad en la academia o incluso a críticas a ideas opuestas, que ahora se equiparan al macartismo. Y cualquier crítica, siendo esta leve, hacia la política palestina, sociedad o cultura es automáticamente racista, una defensa sionista a la “ocupación”. Esa sociedad palestina en conjunto se refiere a la “ocupación” como el estatus quo post-guerra de 1948 es o ignorada o cada vez más, acogida como correcta. La Izquierda ha borrado el término medio.

Las críticas al BDS desde la Izquierda lo describen como una aplicación desafortunada de principios liberales, malas interpretaciones que tratan a Israel como un mal único. Pero ¿qué sucede si estos de hecho, son la aplicación lógica de esos principios? Argumentos contrarios son que Israel defiende la libertad de expresión y de religión, protege los derechos de las minorías religiosas, étnicas y de los homosexuales y hace cumplir (aunque imperfectamente) la igualdad de sexos. Todos están superados por reclamos del BDS que cualquier declaración positiva sobre Israel es un triunfo aplastante de los males únicos de despojo, ocupación, imperialismo y los asentamientos colonialistas.

Las explicaciones relativas a las exigencias históricas (incluyendo la cultura política palestina o la sociedad civil) son superadas por la absoluta convicción que los palestinos no poseen ninguna agenda en lo absoluto; estos sólo pueden responder con violencia a un sinfín de provocaciones. Una respuesta pro-israelí de izquierda afirma que el poner fin a la “ocupación” removerá la causa y aliviara el efecto. Pero en opinión de los palestinos, el pecado original es la propia existencia de Israel.

Por otra parte, ¿cuál sería una respuesta pro-israelí de izquierda a los reclamos de que “Ohio está infestado de sionistas” o que los sionistas son responsables por los incrementos en la matrícula universitaria? La ideología de Izquierda de la “resistencia” es la fuente de estas calumnias. Si la existencia de cualquier “opresión”, queriendo decir agravio, decepción o infelicidad (“micro-agresión”), es causa de una revolución permanente, ¿cómo pueden las quejas de los palestinos o de los antisemitas no proveer un eterno forraje a la Izquierda mundial?

La convergencia teórica de la Izquierda mundial y la alianza práctica con otros dos sistemas cerrados, comunismo e Islam, es explicado de la siguiente manera. Cada uno es supremacista, viéndose a sí mismo como el resultado inevitable de la lucha épica contra adversarios que no están simplemente equivocados, sino que son malvados. Cada uno posee doctrinas fundamentales respecto a los conflictos que son inmunes a una actualización y cleros difusos que compiten por la prioridad sólo a través del extremismo. Y cada uno posee una antipatía única (si es que es convergente) hacia los judíos e Israel.

La antipatía del Islam es fundamental en el Corán y en los hadith; El comunismo fluye directamente de los fundadores del partido y el socialismo del siglo XIX. Y durante más de 60 años, el antisemitismo soviético estuvo dirigido hacia los musulmanes, árabes y países tercermundistas. No es de extrañar que la izquierda mundial haya adoptado abiertamente la postura de sus patrones y progenitores, ni tampoco que la Hermandad Musulmana Mundial, a través de sus muchos organismos occidentales tales como Estudiantes por la Justicia en Palestina, ayuden a impulsar el BDS.

Para la izquierda, Israel encarna el nacionalismo ancestral que debe ser trascendido a fin de purificar el mundo. Para los musulmanes, la existencia de Israel es un insulto teológico y un impedimento para el mundo islámico perfecto prometido por el profeta, una herida al corazón del Islam. Por lo tanto el BDS fusiona dos “verdades” proféticas.

Una izquierda decente reconocerá que Israel no es la fuente de todos los problemas del Medio Oriente, pero esta medida evaluadora ha sido abrumada por una Izquierda antisemita. Y de esta manera uno llega al tema central: ¿Es la Izquierda mundial, o cualquier forma de izquierdismo, inevitablemente antisemita?

Las premisas derechistas de “sangre y suelo” llevadas a un extremo “lógico” son antisemitas; los judíos son extranjeros permanentes, fuerzas de perturbación y de discordia. Por el contrario, Marx argumentó que la liberación de los judíos de su religión sería el primer paso en su liberación (y la de la propia humanidad) del capitalismo.

Sin embargo el nivel de diferencia es inherente a todas las ideas de la Izquierda. ¿Es realmente la diferencia judía la que es fundamentalmente inaceptable, la quimera que es simultáneamente capitalista y socialista, tribal y cosmopolita? ¿Es la soberanía judía en la antigua patria judía otra diferencia que debe ser extinguida?

Tal vez las objeciones son más profundas a la supervivencia judía como grupo e ideología, cuando la “historia” indica que debería ser lo contrario; a la idea incomprendida de los judíos como los “elegidos” por Dios; o incluso a la noción de un Dios único, que en un sentido desafía los fundamentos de la multiculturalismo. La objeción central, que la continua existencia de los judíos impide el progreso hacia el Paraíso, es de hecho muy antigua.

La indecencia del movimiento BDS es el de la propia Izquierda. Es intolerante, hipócrita y sin perspectivas históricas. Esta exige la politización de todo en nombre de su propio sentido estricto de moral, justicia y derechos. Socava a todas las instituciones que toca, convirtiéndolas en mecanismos de adoctrinamiento.

En el mundo revolucionario de la Izquierda, instituciones tales como las universidades, corporaciones y el estado sólo existirían como cáscaras de conformidad y de auto-justicia oficial. Detrás de la máscara de solidaridad e igualdad se encuentra una iglesia que predica un evangelio de salvación y condena, flagelándose a sí misma y a sus enemigos eternos.

La alternativa no es una visión derechista donde el nacionalismo es la virtud mayor, sino la cortesía, ridiculizada hoy día por ambas la izquierda y la derecha. Pero el pronóstico inmediato es crisis en lugar de moderación. Las universidades están en riesgo de colapsar bajo el peso de sus propias políticas irracionales. También se tambalea la Unión Europea, que debate los puntos más finos en etiquetar los productos de exportación israelíes mientras millones de inmigrantes martillan sus endebles paredes y aun más endebles convicciones culturales. El movimiento BDS y la Izquierda mundial lo vitorean, mientras que la Izquierda decente se aferra en busca de respuestas. Tal vez no haya ninguna.

Las nociones liberales de igualdad y justicia se han convertido en un arma contra la cultura que las creó, como herramientas para el “antirracismo” y el “multiculturalismo”. La una vez tolerante Izquierda ha acogido la intolerancia, reemplazando la consulta por la inquisición. Cualquier filosofía que busque enderezar el torcido tronco de la humanidad está destinada a tomar eventualmente este camino.

Los judíos e Israel son chivos expiatorios perennes. El acto final aún no es presentado, pero un replanteo está a la vuelta de la esquina, incluyendo un retorno a los principios liberales clásicos – junto a un reconocimiento de los inherentes abusos a los esfuerzos de perfeccionar a la humanidad.

 

***El Dr. Alex Joffe es compañero Shillman-Ginsburg en el Foro del Medio Oriente. Este es editor de la revista mensual Monitor BDS para Académicos por la Paz en el Medio Oriente. Publicado en http://besacenter.org/perspectives-papers/374-joffe-bds-political-religion-crisis-global-left/

 
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