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| sábado abril 20, 2024

“Nada estimula más el cerebro que una buena conversación”


Avram Hershko, bioquímico, premio Nobel de Química
Tengo 79 años. Nací en Hungría y vivo en Israel. Soy médico y bioquímico. Estoy casado y tengo tres hijos y seis nietos. ¿ Política? Soy un centrista liberal. ¿ Creencias? Soy un judío no religioso. Me gusta practicar la jardinería. Sanaremos el alzheimer, el parkinson y muchos cánceres
Nobeles

No hay entidad que acopie mayor densidad de premios Nobel que la Real Academia Europea de Doctores (RAED), sita en el edificio de Foment del Treball, en Barcelona. Allí acudo a conversar con Avram Hershko horas antes de su ingreso como miembro de honor en dicha Academia, donde acompañará a un centenar de doctores de todas las disciplinas (y nacionalidades de Europa) y una veintena larga de premios Nobel. Varios son israelíes, como Avram Hershko, que llega con su inteligente esposa y un nieto, ansioso por ver jugar al Barça en el Camp Nou. Su vida y su obra confirman que nada ni nadie puede obstaculizar al espíritu humano en su ansia de saber.

¿Qué les enseña a sus seis nietos?

Que su abuelo nació en una aldea húngara, y que a los seis años los nazis enviaron a su padre al campo de Auschwitz… Pero mi padre tuvo suerte.

¿Qué fue de él?

Los rusos tomaron el campo, trabajó dos años más para ellos… y regresó en 1947.

¿Le reconoció al llegar?

No. Estaba tan flaco, barbudo… No habló nada. Sufrió mucho: no sabía si su familia seguía viva, y al volver encontró su casa vacía.

¿Dónde estaban usted y su madre?

Mi padre corrió a casa de su abuelo, sastre judío, y allí…, ¡ah, nunca olvidaré aquel reencuentro! Yo tenía entonces 11 años.

¿Cómo fue su infancia desde entonces?

Me gustaba mucho leer, y a mis 13 años emigramos al recién fundado Estado de Israel, para tener mejor vida. Desembarcamos en Haifa y nos instalamos en Jerusalén.

¿Qué sintió?

Que todo era amarillo. Yo era un niño centroeuropeo, acostumbrado a los bosques verdes. Me chocó también que todos allí fuesen judíos… Pero pronto conecté con el orgullo de la nueva patria.

¿Qué quería ser de mayor?

Me gustaba estudiarlo todo, y buenos maestros me condujeron hacia la investigación científica, hacia la bioquímica.

¿Qué buscaba ahí?

Cómo funcionan las cosas a escala celular y proteínica. De ese conocimiento básico pueden extraerse aplicaciones farmacológicas.

¿Qué hallazgos le reportaron el Nobel?

Cómo se degradan las proteínas: descubrimos la degradación proteínica celular precipitada por la ubiquitina.

Mi madre no le va a entender.

Entendiendo cómo se destruyen correctamente las proteínas degradadas en las ­células, quizá podremos un día paliar o evitar enfermedades como el alzheimer y el par­kinson.

Ahora sí.

Nuestro organismo es como una grandiosa orquesta: todos sus instrumentos –unos aparecen, otros enmudecen– deben acabar tocando una sinfonía armoniosa.

¿Por qué la cantidad de premios Nobel judíos desborda las estadísticas?

El 26% de los premios Nobel son de origen ­judío. No es por genética, según Rita Levi- Montalcini, mi colega genetista italiana, ­también de origen judío y también Nobel.

¿A qué se debe, pues?

A la tradición cultural judía, favorable a la lectura y el estudio, en principio del Talmud, y luego de otros saberes… Tengo por precedente mío al célebre rabino y médico de la Córdoba del siglo XII, Maimónides: expulsado de Al Ándalus por la intolerancia almohade, reposa en Tiberíades, en Israel.

¿Cómo es la vida de un premio Nobel?

Dedico unas cinco horas diarias al estudio y la investigación, ¡es mi pasión y mi recreo! Y así seguiré toda la vida: ¡es muy divertido!

¿Cuál es su secreto?

La curiosidad, que sigue intacta. Y mientras siga siendo curioso, todo avanzará: investigaré, viajaré, daré conferencias…

Deme un consejo que tonifique mi bioquímica cerebral.

Nada más estimulante para el cerebro que una buena conversación: rodéate de inter­locutores interesantes, que te motiven, y te brindarán una conversación excitante.

Eso, eso, con brindis.

La alegría es muy estimulante, desde luego.

¿Qué debe tener un buen investigador científico?

Se le supone inteligencia, tenacidad y curiosidad. Y debe querer entender problemas para resolverlos, más allá del beneficio económico que eso pueda o no reportarle. Y debería tener algo más.

¿Qué?

Un alto umbral de frustración, para no desalentarse ante sucesivos y continuados fracasos. Es imprescindible: sin esto… ¡mejor dedícate a otra cosa!

Cuénteme algún fracaso suyo.

Yo preparé un experimento del que esperaba cierto resultado… y salió el opuesto. No me frustré, y de ahí se seguiría mi descubrimiento, pues me divirtió el desafío y renové experimentos, innové y perseveré.

¿Adónde nos llevarán los avances científicos?

A curar enfermedades hoy muy rebeldes, sin duda. Muchos cánceres, porque el cáncer no es uno: son varios y diversos. Y procesos neurodegenerativos como el alzheimer, pese a nuestra creciente longevidad.

¿Y la paz en Palestina, qué? ¿La veremos?

Eso sería un milagro… que nadie desea más que yo. Quiero para todos, y también para mis vecinos palestinos, la misma inmensa fortuna que yo he tenido como persona y científico.

¿A qué ha venido a Barcelona?

A ingresar como académico de honor en la prestigiosa Real Academia Europea de Doctores. Y, de paso, a disfrutar de una ciudad maravillosa, admirable, en la que además juega mi club de fútbol favorito, el Barça.

Si hubiese un premio Nobel de fútbol…

Sí, sí, a Lionel Messi debería concedérsele inmediatamente, ¡desde luego!

 
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