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| sábado abril 20, 2024

Hasta Que La Muerte Los Separe


Julián Schvindlerman

PalestinaMixIsrael

Corría el año 2000 y una reunión de alto nivel tenía lugar en la residencia del embajador norteamericano en Paris. Allí estaban reunidos la Secretaria de Estado Madeleine Albright, el Primer Ministro israelí Ehud Barak y el Presidente palestino Yasser Arafat, pujando por alcanzar la paz. Disconforme con el resultado de las negociaciones, el líder palestino protestó “¡Esto es una humillación, no puedo aceptarlo!” e intempestivamente abandonó la sala de reunión y se subió a su auto. Y entonces algo inaudito ocurrió: la señora Albright salió corriendo tras él, su corazón agitado y sus tacos golpeando fuertemente contra el piso, mientras gritaba a los guardias de seguridad “¡Cierren los portones!, ¡Cierren los portones!”. Una imagen para la historia.

El pasado domingo, el Secretario de Estado John Kerry concluyó su quinta visita al Medio Oriente desde que asumió funciones, durante la cual se desplazó entre Jerusalem, Ramallah y Ammán para relanzar el proceso de paz entre israelíes y palestinos. Dos veces postergó su partida y canceló una visita planeada a los Emiratos Árabes Unidos para priorizar su gestión de paz. Se reunió tres veces con el presidente palestino Mahmoud Abbas y el último encuentro con el premier Netanyahu se extendió por seis horas, hasta las cuatro de la madrugada del domingo. ¿El logro de Kerry? “Hemos hecho un progreso real en este viaje”, aseguró a la prensa en el aeropuerto Ben-Gurion antes de partir, “creo que con un poco más de trabajo, el comienzo de las tratativas de Status Final puede estar al alcance”. Se refiere a las mismas tratativas de Status Final, y a los mismos temas de agenda, por las que su antecesora en el cargo persiguió físicamente a Arafat trece años atrás en uno de los gestos de humillación diplomática más extraordinario de todos los tiempos.

El optimismo de Kerry es admirable. Está feliz porque las partes podrían empezar a dialogar. Esto me recuerda un chiste grabado en una remera en venta en el shuk, como se conoce al mercado de artesanías de la Ciudad Vieja de Jerusalem, en el que un árabe y un israelí se están insultando copiosamente y tras ellos un diplomático occidental le dice a otro: “al menos están dialogando”. Es una asentada tradición diplomática la creencia en que si las partes muestran flexibilidad en asuntos como las fronteras, los asentamientos, los refugiados y la economía entonces la paz será posible. Pero vez tras vez, la evidencia se cruza en el camino de los optimistas, pinchando su piñata de ilusiones y dejándolos recogiendo las partes rotas del suelo. Y vez tras vez, con un empeño notable y una perseverancia a prueba de desgaste, los negociadores reinician sus valientes esfuerzos en pos de la coexistencia.

En algún punto de este ciclo la historia debería ser tenida en cuenta. Quizás ella ofrezca alguna que otra lección que aprender. Como que consistentemente desde 1937 en adelante la parte palestina ha estado repudiando cada oferta de paz realizable. Y si la fecha de referencia luce demasiado añeja, limitémonos a lo que va del siglo XXI. Un par de ejemplos trasladarán el punto.

Usted posiblemente recuerde a Miram Farhat, la madre más admirada en la sociedad palestina. Tres de sus hijos murieron intentando matar israelíes. ¿Dolor? No, orgullo. Ella declaró que desearía haber parido cien hijos semejantes para ofrendar a la causa palestina y hasta grabó un video de despedida junto a uno de ellos la víspera de que éste ingresara a un centro de estudios con armas automáticas y granadas y asesinara a cinco seminaristas israelíes. “Cuando vea a todos los judíos en Palestina muertos, eso será suficiente para mí” pronunció. También cedió su casa al terrorista de Hamas Emad Akel para que se ocultase durante un año de los soldados israelíes. Ella fue celebrada como “la madre de la lucha”, fue electa al parlamento como legisladora de Hamas y su reciente fallecimiento sembró la pena colectiva entre los gazatíes; cuatro mil de ellos fueron a despedirla junto al Primer Ministro Ismael Hanyeh.

Okay, usted dirá, eso pasó en Gaza, tierra de Hamas, de fanáticos. Muy bien, le diré yo, entonces vayamos a Cisjordania, tierra de moderados, donde el presidente Abbas declaró sobre Hamas “Con toda honestidad, no hay desacuerdos entre nosotros”, donde la Autoridad Palestina ha bautizado con nombres de famosos terroristas palestinos a calles, escuelas, campos de verano y jardines de infantes, y donde el ex Jefe de la Policía Palestina de la AP y actual director del Comité Olímpico Palestino Jibril Rajoub -un hombre al que la Iniciativa de Paz de Ginebra usó antaño en un spot televisivo en hebreo dirigido a los israelíes en el cual él decía “yo soy vuestro socio”- afirmó el pasado mayo a la televisión libanesa: “La resistencia, para nosotros en Fatah, todavía está en la agenda. Estoy hablando de la resistencia en todas sus formas”. Continuó Rajoub, “Por D´s, si tuviéramos una bomba nuclear, la hubiésemos usado esta mañana”. Socio de la paz hasta que la muerte los separe…

En Gaza una legisladora de Hamas sueña en el 2002 con ver a todos los judíos muertos en Palestina, una década después en Cisjordania un funcionario de alto rango de Fatah anhela aniquilar atómicamente a los israelíes, y desde Tel-Aviv el Secretario de Estado John Kerry abandona Tierra Santa colmado de optimismo. ¿Alguien tiene a mano pastillas contra la locura?

 
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