Detalle de la publicación antisemita de «El Jueves»
A lo largo de la Historia, el hombre ha tenido que agudizar su ingenio para mostrar su desacuerdo con los líderes políticos o la situación política, religiosa, social o económica de su tiempo de una manera que resultara simpática, aparentemente inofensiva, y al tiempo mordaz, con el fin último de crear opinión. Burlarse de una debilidad humana o un defecto, individual o colectivo, no pretende provocar sólo la risa espontánea en aquel de risa fácil, sino también la reacción y toma de conciencia respecto de aquella situación que se quiere denunciar, para corregirla. Que nos lo digan en Occidente, que desde los sermones morales de la Grecia Clásica, pasando por Roma, y terminando por la era de las Revoluciones hasta llegar a nuestros días, la denuncia de la hipocresía social o religiosa, la misoginia, la esclavitud, el trabajo infantil, la posición de la mujer, o los abusos de poder, han contribuido a conformar un modelo de librepensamiento que se articula hoy en los sistemas de Gobierno democráticos que nos representan y en los códigos éticos y el modo de vida que llevamos.
Y en este aspecto, la sátira, la risa, la ironía o el sarcasmo en la literatura, o en cualquier otra faceta del arte en general, no son sólo géneros literarios, sino juegos dialécticos en los que el autor trata de colar su ideología, y la inteligencia del receptor discernir entre ficción y realidad. Para eso, desde luego, se necesita conocimiento, un bien escaso y en frenética decadencia.
En una sociedad que vive de la crítica y la burla de los demás, parodiar una realidad y exagerar las fisonomías, los arquetipos y los prejuicios tiene sus consecuencias cuando la sátira mata, cuando consciente o inconscientemente, el resultado de ese reproche mordaz es la incitación al odio hacia un colectivo o grupo humano específico y la consecuente aniquilación física de esa minoría o identidad nacional. El recuerdo de la Shoa y las heridas que todavía el pueblo judío tiene abiertas por los horrores que tuvo que soportar hace apenas 71 años, está demasiado fresco en la memoria para que, invocando el sacrosanto derecho a la libertad de expresión, un irreverente semanario satírico actualice un panfleto como los Protocolos de los Sabios de Sión y al mejor estilo nazi, llamen a un nuevo progrom, esta vez, al exterminio del Estado de Israel.
Esto es lo que acaba de hacer El Jueves en su sección Desechos Históricos con su particular visión del pueblo judío y del Estado de Israel, el único Estado realmente democrático, sometido a Derecho aun sin tener Constitución escrita, libre, tolerante, integrador y garantista en medio de un mar de regímenes corruptos, intolerantes, fanáticos, dictatoriales, personalistas y retrógrados, en los que el reloj de la Historia se paró en el instante en el que eligieron vivir de acuerdo con los códigos morales y las normas establecidas, allá por la Edad Media, por aquel que consideran el verdadero intermediario de Dios en la tierra.
El relato con el que El Jueves representa el conflicto palestino-israelí es una ofensa, un constructo grosero de una realidad que desconocen, una infamia y una tergiversación de la Historia desde sus orígenes. El odio hacia los judíos no nace con el cristianismo, aunque con él se propaga y justifica desde el punto de vista teológico. Es difícil entender cómo la hostilidad con que las extravagantes teorías sobre la raza criminal o maldita envenena la mente y el alma de la Humanidad prácticamente entera, pasa de la violencia sistémica al casi total aniquilamiento de los judíos de Europa, y se retroalimenta en la actualidad en la deslegitimación y criminalización del Estado de Israel y sus ciudadanos confundida con la crítica.
Las agresiones a judíos se suceden en todas partes del mundo, incluso en su mismo país, y no se condenan con la contundencia debida. Las ideas tienen consecuencias, y pueden servir para mejorar la humanidad, o para aniquilarla. El lenguaje del genocidio empieza siempre deslizándose por debajo del felpudo, a veces, disfrazado de cómic, títeres o espectáculos circenses. La miopía con la que la comunidad internacional pasa casi de puntillas ante un terrorismo salvaje de corte islamista, mientras que justifica como una reacción humana o de legítima defensa la sangría diaria de ataques contra civiles israelíes, por el mero hecho de ser judíos, y la inquina con la que la progresía mundial se pone de perfil, asumiendo el discurso islamonazi en detrimento de la defensa a ultranza de los valores de libertad que representa el Estado de Israel, terminará por pasar factura cuando, por prejuicio o cobardía, nos despertemos un día y comprobemos que los santones seguidores de un cabrero analfabeto con tics mesiánicos no son tan guays como parecían. Sin acritud, por cierto, que es sátira.
Apostaría que si buscamos entre antiguos artículos de la autora de esta nota seguramente habrá defendido vehementemente el derecho de Charlie Ebdo a satirizar al profeta Muhammad invocando el sacrosanto derecho a la libertad de expresión que ahora no le parece tan sacrosanto ni derecho cuando esta prestigiosa publicación «El jueves» hace caricaturas sobre judíos.