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| jueves marzo 28, 2024

Guerra contra el coronavirus: ¿Y si la mayor parte del mundo está equivocado?

Los medios difunden duras imágenes del brote de coronavirus y los expertos de todo el mundo afirman que la peor parte aún no pasó. Sin embargo un grupo de expertos israelíes explica que si la información se recopila adecuadamente, el mundo puede llegar a conclusiones distintas sobre la epidemia


La población civil está en pánico, y tienen motivos. Los medios de comunicación no dejan de repetir noticias terribles acerca de muertes graves, camiones llenos de cuerpos y colapsos de los sistemas de salud en Italia y España. Hay que ser sobrehumano para permanecer indiferente a tales informes.
En momentos como éste, sin embargo, son necesarias las herramientas estadísticas para tomar decisiones adecuadas e inteligentes. Para ir a la guerra, es necesario contar con un buen trabajo de inteligencia. Y para vencer al virus, debemos saber a qué nos enfrentamos.
¿Cómo calcular correctamente las tasas de mortalidad?
Uno de los datos críticos en esta guerra es la capacidad del virus para matar (y como consecuencia, también resultan muchas hospitalizaciones). La Organización Mundial de la Salud ha publicado que la tasa de mortalidad del virus es de 3.4%. Por otro lado, un miembro del equipo de epidemiología del Ministerio de Salud de Israel informó el jueves pasado que la tasa de mortalidad en Italia y España es de entre 5 y 7%. Para ilustrar, según estos últimos números, una de cada 20 personas morirá a causa de la pandemia.
Si éstas son realmente las tasas de mortalidad, no hay dudas de que las medidas que se están tomando para evitar el virus son necesarias, incluida la parálisis global de la economía.

Muertes por coronavirus en Italia

Muertes por coronavirus en Italia.
(Reuters)
Pero no estamos seguros de que esos números sean ciertos. Un cálculo de la tasa de mortalidad en Alemania y Austria, por ejemplo, muestra que se sitúa en aproximadamente el 0,3%. Es decir, diez veces menos que la tasa de mortalidad declarada por el miembro del área de epidemiología del Ministerio de Salud. Según este número, 3 de cada 1,000 personas morirán a causa del virus.
¿Es realmente posible establecer una política adecuada a la luz de estas brechas? ¿En función de qué datos se toman las decisiones políticas?
Por lo tanto, no hemos visto todavía una estadística certera de la tasa de mortalidad del virus. Los cálculos en general se realizan en función del númeo de muertos dividido por el número de pacientes confirmados. Pero estos cálculos son inexactos. Si el número real de infectados es mucho mayor que el número de casos diagnosticados, la tasa de mortalidad es infinitamente menor que la calculada.
Mientras continúa la incertidumbre sobre el porcentaje de mortalidad, las políticas llevadas a cabo, en Israel y en todo el mundo, consisten en pagar enormes precios económicos para retrasar la propagación de la epidemia, al menos hasta que la información se aclare.
Pero no hay motivos para tomar decisiones en la oscuridad. El mundo puede obtener de manera inmediata y a muy bajo costo la información sobre la verdadera tasa de mortalidad. De hecho, la información ya está disponible desde hace unas semanas.
La forma de hacerlo es verificar la presencia de anticuerpos contra el coronavirus en una muestra representativa de habitantes de la provincia de Hubei (distrito donde se encuentra la ciudad de Wuhan). De esa manera se puede identificar el número de infectados totales en esa provincia. Luego se divide el número de muertos de Hubei por el número total de infectados y así se conoce la verdadera tasa de mortalidad del virus.
China ya atravesó la ola actual de la epidemia, con lo cual su número de muertos ya es definitivo. Encontrar el número de infectados permitirá obtener como resultado un cálculo inmediato y correcto de la tasa de mortalidad. Tal prueba a través de una muestra de población se puede realizar en apenas un día y sin grandes costos.
El hecho de que hasta ahora el dato sobre la tasa de mortalidad no exista es, en nuestra opinión, un error de escala mundial, que en retrospectiva puede llegar a ser el mayor error del siglo XXI. Es probable que la ausencia de esa cifra dé lugar a una elección de políticas incorrecta, con altos costos económicos y de vidas humanas, en lugar de tomar decisiones basadas en datos.
A partir de los datos disponibles hoy en el mundo, es posible demostrar que son muchos los motivos para sostener la hipótesis de que la tasa de mortalidad es baja, y por lo tanto no justifica los cierres generalizados ni la parálisis de la actividad económica.
Una cuestión de estadística y probabilidad.
Un cálculo realizado por Timothy Russell, entre otros, acerca del “Barco del coronavirus”, en el cual la mayoría de los pasajeros y la tripulación habían sido infectados, indicó una tasa de mortalidad de sólo 0,5%. Sin embargo, la muestra no era representativa y el número real podía variar de 0,2% a 1,2%. Si la cifra real está en la parte inferior del rango, el cierre es una política completamente incorrecta.
Hemos calculado la tasa de mortalidad en función de otro caso de estudio, en el norte de Italia. El 23 de febrero de 2020, se impuso un cierre en una pequeña aldea del norte llamada Vo’, donde viven unas 3.000 personas, ya que se identificó allí el primer caso de coronavirus.

El mercado Mahané Yehuda en Jerusalem permanece cerrado.

El mercado Mahané Yehuda en Jerusalem permanece cerrado.
(Shira Hershkop)
En los días siguientes se realizó un examen exhaustivo de todos los habitantes del pueblo. Y resultó que el 3% de su población portaba el virus. Esto significa que la confirmación del primer caso sucedió cuando ya había alrededor de 90 veces más infectados. Este hallazgo muestra que, en algunos casos, el número real de portadores es 100 veces mayor que el número de casos confirmados por diagnóstico. Por lo tanto, la tasa de mortalidad puede ser cien veces menor a lo que indica el cálculo utilizado actualmente.
Si suponemos que esa aldea del norte de italia es una muestra representativa, asumimos que el 3% de la población del norte de Italia, hace más de tres semanas, era portadora del virus. A partir de esto, se puede deducir también de forma aproximada la tasa de mortalidad, examinando la cantidad de muertos en un periodo de tiempo determinado sobre la base de la cantidad total de infectados.
El cálculo de la tasa de mortalidad a partir de estos datos varía de 0.1 a 0.4%. Estas tasas de mortalidad son infinitamente más bajas que las utilizadas actualmente por quienes toman decisiones políticas.
Además, si asumimos que la pequeña aldea del norte de Italia es un caso representativo, entonces estimamos que para el día del cierre de todo el país, el 8 de marzo, una parte significativa de la población de Italia ya estaba infectada con el virus. Esto deriva de la idea de que a fines de febrero el 3% de la población estaba infectada, y asumiendo la suposición de que el virus es exponencial a una tasa de duplicación cada dos o tres días. Por lo tanto, la mayoría de la población es susceptible de estar infectada entre 8 y 12 días después.
Si todo esto es así, ahora estamos frente al punto más alto de la enfermedad en Italia, después de lo cual el común de su población estará inmunizada contra el virus debido a la “inmunidad de grupo”. Es posible que el número de personas fallecidas que vemos ahora esté cerca de los máximos registros diarios, y que, en los próximos diez días, según nuestras estimaciones, comience a disminuir.
Una de las preguntas obvias es si este pico se debe a que se alcanzó el contagio máximo de la población, o si fue debido a las decisiones que se tomaron.
Aplanar la curva, sin dañar la economía.
De todas maneras, se trata de una mortalidad alta que ocurre en poco tiempo y dificulta que los sistemas de salud puedan atender a todas aquellos que lo necesitan, como bien demuestran las imágenes de Italia. Por lo tanto, es real la necesidad de proteger a la población adulta o con enfermedades de base que sean susceptibles al virus. Dicha protección destinada a «aplanar la curva» permitiría que los sistemas de salud funcionen. Luego las medidas de protección de estas poblaciones podrían eliminarse gradualmente.
Es decir, si la tasa de mortalidad es realmente baja, aplanar la curva aislando sólo a la población vulnerable será suficiente para permitir el tratamiento de la mayoría de las personas necesitadas. En este caso, es necesario en paralelo desarrollar esfuerzos para generar “inmunidad de grupo” haciendo que una buena parte de la población sea inmune al virus.
De hecho, las políticas excesivamente estrictas extienden el período de tiempo en que la población debe lidiar con el virus, y conllevan un daño psicológico y económico enorme. En este escenario, no se justifica encerrar a toda la población en sus hogares y paralizar la economía global, mientras cientos de millones de personas pierden sus trabajos y sus formas de sustento en todo el mundo.
Es de esperar que nuestros análisis sobre las tasas de mortalidad sean transmitidos a quienes toman las decisiones políticas, y no sólo las imágenes del horror en hospitales y cementerios. Sobre la base de los datos establecidos, será posible reconsiderar las políticas de cierre y aislamiento, y no menos importante, cómo salir de estas medidas sin causar nuevos brotes.
Algunas otras preguntas quedan pendientes: ¿La tasa de propagación del virus y las tasas de mortalidad varían según el país? ¿Acaso algunas poblaciones tienen una inmunidad natural mayor debido a una exposición anterior a variantes similares del actual coronavirus?
También vale la pena ver cómo China se prepara para volver a la normalidad: ¿Por qué se desmantelaron allí los hospitales? ¿Tienen información que nosotros no respecto de “inmunidad de grupo” y “tasas de mortalidad”?
Una de las reglas para ir a la guerra es reunir tanta inteligencia como sea posible. Parece que el mundo en general, e Israel en particular, están dispuestos a invertir enormes recursos económicos y humanos para hacer frente a la pandemia. Creemos que es necesario primero invertir grandes recursos en reunir información confiable, lo cual podría derivar en un cambio radical en la forma de lidiar con la pandemia.
 
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