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| jueves octubre 10, 2024

Los Sefaradies y el Holocausto


Se calcula que entre 100.000 y 150.000 judíos de origen sefardí fueron asesinados o fallecieron por diversas causas durante la Segunda Guerra Mundial y la  ejecución de la “solución final” durante la misma, en uno  de los episodios más desconocidos y menos estudiado del Holocausto.

En el año 1492, un edicto de los Reyes Católicos expulsaba de España a todos los judíos, más conocidos por sefardíes por su origen, Sefarad, que era como llamaban a España los hebreos, y se inicia con ello la expulsión y persecución de este pueblo. Los judíos sefardíes fueron obligados a marcharse o convertirse al cristianismo, lo que hicieron varios miles de ellos según cuentan las crónicas de la época. Así se dio paso al fenómeno de las conversiones de los judíos, los famosos marranos o judeoconversos, y la salida de los no convertidos hacia un largo exilio del que nunca más volverían. Sefarad fue para ellos una tierra mitificada y recordada para siempre, pero un sueño nada más que quedaría en el recuerdo sin posibilidad de retorno alguno.

Los que se fueron, en un primer momento, arribaron a Francia, Portugal y Marruecos, para, después de ser perseguidos en los primeros lugares de acogida, marchar hacia otros lugares de Europa y el Imperio Otomano, principalmente. Hubo importantes comunidades sefardíes en Salónica, Amsterdam,Tetuán, Izmir, Bucarest, Tánger, Orán, Constantinopla, Sofía, Monastir, Sarajevo, Túnez, Argel, Belgrado, Jerusalén y Alejandría, por citar algunas de las más representativas.

Científicos, artesanos, comerciantes, artistas, creadores, agricultores y así hasta un sinfín de gremios que tuvieron que emigrar de España y empezar una nueva vida, que emergió de las cenizas pero siempre con el recuerdo de lo inevitablemente perdido, su amada Sefarad. Siglos después, el nazismo convirtió a la persecución de los judíos en política oficial de la Alemania nazi (1933-1945), acabando con la rica presencia milenaria de este pueblo en una buena parte de Europa. Tan sólo las comunidades sefardíes de Marruecos, Turquía y el mundo árabe sobrevivieron a esta auténtica catástrofe que significó para el mundo judío el Holocausto o la Shoa.

Entre 1870 y 1930, antes de la llegada de Hitler al poder en Alemania, los sefardíes eran una población que oscilaba entre 260.000 y 400.000 miembros, establecidos principalmente en el Este de Europa, Turquía y los Balcanes, según un estudio del historiador Salvador Santa Puche. Durante este periodo, señalaba este experto en el tema, existían unas 300 publicaciones en lengua sefardí y su cultura se encontraba en plena expansión, ya que habían pasado de la cultura oral a la expresión escrita. El ladino, sefardí o judeoespañol, tiene su origen en el castellano de los tiempos de la expulsión, que a lo largo de los tiempos ha evolucionado como otras lenguas vivas, tanto por influencia de otras lenguas como por su propio desarrollo interno, hasta llegar a ser una lengua autónoma, próxima pero diferente del español hablado de España y América Latina.

El nexo que mantenía el vínculo entre España y los sefardíes expulsados era precisamente la lengua, pero paulatinamente fue perdiendo fuerza y empezó a caer en desuso a partir de los siglos XVII y XVIII, sobre todo en Europa occidental, donde las comunidades sefardíes poco a poco se fueron asimilando y perdiendo su identidad. Pese a todo, el judeoespañol se siguió usando en muchas de estas comunidades, sobre todo en los Balcanes, Turquía y el mundo árabe.

La ciudad griega de Salónica fue una de las grandes capitales sefardíes de Europa. La urbe poseía una de las comunidades más numerosas de toda la región y me atrevería a decir que de todo Imperio Otomano, al que perteneció hasta 1912. Los sefardíes llegaron en varias oleadas a partir de 1492 y hasta 1497, en que se produce la expulsión de los judíos de Portugal, donde se habían refugiado muchos de los expulsados por los Reyes Católicos. En 1913, 80.000 de sus 157.000 habitantes eran judíos, mayoritariamente sefardíes, y los griegos eran una minoría. Sin embargo, en 1917, ya con la ciudad ocupada por Grecia, un gran incendio devastó la ciudad y miles de sus habitantes perdieron sus negocios y viviendas. Muchos judíos que habían perdido todo partieron entonces hacia otros lugares.

En los respecta al resto de los Balcanes, en 1921, el censo de Bosnia arroja unos 7.000 judíos, unos 75.000 vivían en la antigua Yugoslavia y en Bulgaria se habla de un total de 48.000 antes de la Segunda Guerra Mundial, mientras que en Macedonia la población judía superaba los 12.000, principalmente repartidos entre Skopje, Stip y Monastir (hoy bitola). Pero de la región es Rumania la que tiene la mayor comunidad judía en los años treinta, 980.000 miembros, aunque desconocemos con exactitud qué peso tenían los sefardíes y qué porcentaje del total de la población judía pertenecía a este grupo.

Otras comunidades sefardíes se encontraban en Francia, Bélgica y Holanda, donde eran conocidos como los “portugueses”, y no hubo una significativa presencia sefardí en Alemania, Polonia, Ucrania y Bielorrusia, los países con mayor número de judíos asesinados durante el Holocausto. El resto de los sefardíes se repartían entre Turquía, Marruecos, Argelia, Palestina y América Latina.

LA PUESTA EN MARCHA DE LA “SOLUCION FINAL”

En septiembre de 1939, Hitler ataca Polonia y en apenas cuatro semanas los alemanes se hacen con el control del país. Polonia es humillada, ocupada y sometida a un estricto régimen de ocupación que tenía como principal finalidad la eliminación de todas las elites polacas y la desaparición para siempre de este país. Muy pronto, los judíos comenzarían a sufrir en sus carnes la puesta en marcha de la conocida como la “solución final”, es decir el exterminio masivo de todos los judíos que vivían en suelo polaco. Tres millones de judíos polacos perecerían entre septiembre de 1939 y el 17 de enero de 1945, en que los soviéticos liberan Varsovia y los nazis abandonan el territorio polaco ya completamente derrotados.

Una vez sometida Polonia, Hitler ocupa también Grecia, Francia, Yugoslavia, Bélgica y los Países Bajos, mientras que Rumania y Hungría se declaran aliados de Hitler. Checoslovaquia y Austria ya habían desaparecido como Estados al ser engullidos por la Alemania nazi en 1938. Media Europa estaba en manos de Hitler y la mayor parte de los judíos del continente estaban al alcance de la mano del siniestro régimen nazi. Muy pronto, comienzan las medidas antijudías en todo el continente y se pone en marcha la maquinaría criminal que condenaría al exterminio a la mayor parte de las comunidades judías del continente.

Como observaba el periodista norteamericano Robert Kaplan, “De todas las ciudades europeas ocupadas por los nazis, Salónica fue la que más víctimas judías registró: de una población de 56.000 personas, 54.050 (el 96,5%) fueron exterminadas en Auschwitz, Bikernau y Bergen Belsen. El éxito del hostigamiento y deportación de los judíos de Salónica hizo odioso a Adolf Eichmann. A principios de los años 90 el mundialmente buscado criminal de guerra Alois Brunner (austriaco como Eichmann) fue detenido en su escondite sirio específicamente por sus crímenes en Salónica”.

Los nazis tardaron dos años en destruir la Salónica sefardí para siempre. Aparte de aniquilar a toda su población, también pusieron todo su empeño en destruir el patrimonio cultural y arquitectónico de los judíos de la ciudad. El saqueo también estuvo generalizado y decenas de trenes salieron de Salónica con obras de arte, joyas, pinturas y todo aquello que encontraban de valor en las viviendas y negocios hebreos sometidos a la voraz rapiña del invasor. Lo que no podían llevarse era arrasado, tal como pasó con el cementerio judío de la ciudad, cuyas 50.000 lapidas fueron destruidas y hechas añicos. Con algunas de ellas, tal como revelaron los escasos sobrevivientes de la masacre, los nazis llegaron a construir, en un acto sacrílego y de mal gusto, una piscina para los oficiales alemanes. Una veintena de sinagogas, de la ciudad que era conocida como la Jerusalén de los Balcanes, también fueron incendiadas y destruidas.

La persecución contra los judíos se extendió por toda Grecia, incluyendo Creta, y se calcula que el 70% de la población judía del país (100.000 personas más o menos entonces) perecieron en el Holocausto. En Macedonia, que tenía una gran comunidad judía de origen sefardí en Monastir, casi todos los judíos fueron asesinados durante el Holocausto y apenas 200 sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, según datos del Yad Vashem. Bulgaria, a diferencia de estos países, tuvo mejor suerte y gracias a la ayuda de varios aliados coyunturales, como la Iglesia ortodoxa y varios políticos locales, la comunidad judía no fue enviada a los campos de la muerte y así se salvaron miles de vidas. En lo que respecta al resto de los países, la tónica general fue el colaboracionismo con los nazis en la puesta en marcha de la “solución final”, tal como ocurrió desgraciadamente en Francia, Yugoslavia, Bélgica, los Países Bajos, Rumania, Croacia, Eslovaquia y Hungría. En casi toda Europa del Este, si exceptuamos Bulgaria, la vida judía desapareció para siempre o quedó reducidas a meras cenizas.

¿Cuántos judíos de origen sefardí murieron en el Holocausto? Es una cuestión de difícil respuesta porque los censos de la época no recogían si los judíos eran de origen asquenazí o sefardí, sino englobaban al conjunto del pueblo judío en cada uno de estos países. El vicepresidente de la Asociación Judeo-Española, Michel Azaria, aseguraba recientemente en un simposio que entre 100.000 y 150.000 judeo-españoles murieron durante la Segunda Guerra Mundial, quien, además, aseguró que «no se sabe» cuántos de ellos perdieron la vida en los campos de exterminio nazis”. Hoy una sencilla placa en Auschwitz-Bikernau, colocada tardíamente, recuerda a los sefardíes que fueron exterminados en los campos de concentración y la misma reza así:

KE ESTE LUGAR, ANDE LOS NAZIS

EKSTERMINARON UN MILYON

I MEDYO DE OMBRES,

DE MUJERES I DE KRIATURAS,

LA MAS PARTE DJUDYOS

DE VARYOS PAYIZES DE LA EVROPA,

SEA PARA SYEMPRE,

PARA LA UMANIDAD,

UN GRITO DE DESESPERO

I UNAS SINYALES.

AUSCHWITZ – BIRKENAU, 1940 – 1945

 
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