Traducido por Hatzad Hasheni
Incluso si han sufrido algunos reveses recientes entre algunos grupos académicos, el movimiento de Boycott, Desinversión y Sanciones (BDS) es una presencia cada vez más fuerte en los campus universitarios y entre las organizaciones más activistas en Washington D.C.
Mientras los primeros ministros de Oriente Medio, Ministros de Relaciones Exteriores y Ministros de Defensa descienden a Washington para participar en la cumbre del Estado anti-islámico, es útil brindarles un recordatorio que los odios de los que se alimentan en el BDS están cada vez más obsoletos en la región.
Lejos de ser un estado paria, Israel nunca ha sido tan ampliamente aceptado en el Medio Oriente. Su relación con Egipto nunca ha sido mejor, y su relación con Jordania es estable. La inminente amenaza de un Irán nuclear – que en el mejor de los casos se retrasó pero no se resolvió mediante el Plan de Acción Integral Conjunto – ha llevado a Israel y Arabia Saudita y a los diversos emiratos del Golfo a unirse más de lo que lo han hecho nunca. Marruecos y Túnez también mantienen relaciones informales con el Estado judío.
Durante los últimos días, he tenido la oportunidad de sentarme con ministros árabes y funcionarios de varios estados. Cada uno reconoce la permanencia de Israel y ve a Israel como un Estado judío, mejor integrado en la región. Cada uno favorece una solución de dos estados. Cualesquiera que sean sus opiniones sobre el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, reconocen que la política interna de Israel no es asunto suyo.
Algunos funcionarios de estados que no reconocen formalmente a Israel entienden que deben hablar más directamente al público israelí a través de la prensa israelí. Eso significa romper las barreras reales y psicológicas que existen en ambos lados, trabas que socavan la apariencia en los medios del otro.
En 2001-2002, enseñé brevemente una clase de maestría en la Universidad Hebrea sobre el estado y la sociedad iraní. Casi todos mis estudiantes habían servido o estaban sirviendo actualmente en el ejército israelí, y muchos se convirtieron en diplomáticos. Muchos asumieron, en virtud de vivir en el Medio Oriente y servir en el ejército israelí, que entendían el Medio Oriente. La realidad es que amplificaron su experiencia entre los palestinos o los libaneses en un marco que ellos creían que explicaba el Medio Oriente; pocos comprendieron que los marroquíes, los sirios, los egipcios, los iraquíes, los kurdos, los saudíes, los omaníes y los iraníes, por ejemplo, no eran copias de carbono de los palestinos o los libaneses. Una generación más tarde, la comprensión típica israelí de Oriente Medio es aún más estrecha porque la memoria del Líbano se ha desvanecido, con la excepción de los cohetes que Hezbollah lanza desde 2006.
Hay una cierta ironía cuando los ministros de relaciones exteriores de los países árabes, de esos mismos estados que no reconocen a Israel, están dispuestos a hablar, interactuar y dar cuerpo a una integración regional más amplia. Sin embargo, los activistas progresistas y los autopercibidos académicos en los Estados Unidos y en Europa ahora reflejan efectivamente la retórica y las posiciones que no emergen de la corriente principal árabe, sino de estados rechazadores de la paz como Siria, Argelia e Irán.
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