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| domingo diciembre 22, 2024

El éxito de SodaStream y el daño que hace el BDS a los palestinos


En este mundo al revés, si quieres que los palestinos vivan en paz, tengan trabajos prósperos, acceso a una sanidad de calidad y motivos para pensar que el futuro será mejor que el presente, te tachan de antipalestino. Si, por el contrario, prefieres que sigan sumidos en la pobreza y a merced de Estados Unidos y otros países donantes, odiando al vecino e imbuyendo ese odio a sus hijos, viéndose como víctimas mientras aspiran al martirio en una guerra interminable, te consideran un campeón de su causa.

Comparto esta observación con ustedes porque el otro día PepsiCo anunció sus planes para comprar SodaStream por 3.200 millones de dólares.

Quizá deba explicarme.

Como probablemente sepan, SodaStream vende aparatos para elaborar refrescos en casa: se acabó el ir de acá para allá con botellas de plástico y después tirarlas o echarlas a reciclar.

Su consejero delegado, Daniel Birnbaum, es un emprendedor israelí, un visionario al que se le ocurrió una idea disparatada: abrir una fábrica en la Margen Occidental y contratar a palestinos; darles salarios israelíes, que son unas cuatro veces más altos que los de los territorios, y procurarles –a ellos y a sus familias– un seguro médico, beneficio que pocas empresas de la Margen proporcionan.

También quería contratar árabes israelíes y judíos israelíes y dejarles que trabajasen juntos, para que aprendiesen unos de otros y, quizá, desarrollasen relaciones de respeto mutuo e incluso amistad. ¡Qué gran logro sería si el experimento saliese bien!

Y salió. En 2014, con más de 500 trabajadores, SodaStream estaba entre los mayores empleadores privados de la Margen Occidental.

Como era de prever, los defensores de la causa palestina tacharon a Birnbaum de antipalestino. En particular, los partidarios del BDS (la campaña para deslegitimar y demonizar a Israel mediante el boicot, las desinversiones y las sanciones) lo acusó de usurpar territorio palestino, aprovecharse de la ocupación y explotar a los trabajadores palestinos.

“¡De repente, soy un criminal de guerra andante!”, me contó Birnbaum durante una cena en Tel Aviv, hace tres años.

Los lobistas del BDS fueron particularmente efectivos en Europa. Así, convencieron a los comerciantes suecos para que pidieran a Birnbaum que no les enviara productos de SodaStream desde la Margen Occidental. Esos mismos comerciantes no tenían problemas para recibir mercancías fabricadas en China, país donde actualmente hay un millón de musulmanes encarcelados en campos de reeducación, país que ocupa el Tíbet (sin ofrecer ninguna solución de dos Estados) y donde la persecución de los cristianos y otras minorías no hace sino agravarse.

Cuando Birnbaum necesitó una fábrica más grande, decidió no construirla en la Margen Occidental, sino trasladarse al desierto del Neguev, bien dentro de las líneas de armisticio, las fronteras temporales que se trazaron en 1949 cuando se interrumpió la guerra entre el recién nacido Estado judío y los países árabes que lo rodeaban.

La nueva fábrica da trabajo a 1.400 beduinos, muchos de los cuales jamás habían tenido trabajos estables con sueldos regulares. Los guerreros sociales del BDS atacaron de nuevo a Birnbaum, esta vez acusándolo de explotar a los beduinos. Pero el jeque beduino del lugar les mandó a patearse el desierto.

La noticia de la compra de SodaStream por PepsiCo deja algo meridianamente claro: mientras que la campaña del BDS logró privar a palestinos de buenos empleos, no logró evitar que la empresa que había proporcionado esos empleos se convirtiera en un enorme éxito internacional.

También es significativo el hecho que sea PepsiCo la compradora: hace años fue una de las empresas que acató el boicot de la Liga Árabe contra Israel.

Omar Barguti, cofundador del BDS, está lívido. Ha emitido un comunicado en el que dice que, pese a la adquisición de PepsiCo, SodaStream “sigue siendo objeto de boicot” y que la fábrica del Neguev está “desplazando a los ciudadanos nativos beduino-palestinos de Israel”.

En su declaración, Barguti no explica cómo cabe interpretar como desplazamiento de población lo de poner la población a trabajar. No importa. En el Here and Now de la NPR y otros medios y espacios de izquierda/progresistas, SodaStream ha sido presentada como la mala de la película, sin indicio alguno que pudiera haber otra versión de la historia.

El BDS ha perdido otras batallas importantes. Hannah Brown, crítica de cine en el Jerusalem Post, cuenta en Commentary cómo Israel se ha convertido en una potencia en el sector audiovisual; es “uno de los exportadores más prolíficos de formatos, palabra que emplea la industria para referirse a conceptos y programas”.

Los guerreros del BDS intentaron hace poco convencer a Netflix  que cancelara la emisión de la segunda temporada de Fauda, una serie sobre una unidad de las fuerzas especiales israelíes que opera en la Margen Occidental. Con personajes empáticos a ambos lados del conflicto, Fauda es lo que Brown llama “un placer culpable” para los espectadores palestinos.

En marzo, una agrupación del BDS envió a Netflix una carta en la que amenazaba con “presión de bases no violentas y posibles acciones legales”. Pues he aquí una de las reacciones que suscitó: una organización de Hollywood llamada Creative Community for Pace instó a Netflix a que rechazara ese “flagrante intento de censura artística”. La segunda temporada de Fauda se emitió en mayo según lo previsto. (Minicrítica: es un producto televisivo espectacularmente bueno).

A pesar de todo, la amenaza que representa el BDS se mantiene. El eslogan nazi de la década de 1930 que presagió el Holocausto era “¡No compréis a los judíos!”. Los partidarios de BDS lo han actualizado a “¡No compréis al Estado judío!”. Los líderes de la campaña no ocultan sus intenciones exterminatorias. Si eso significa que palestinos inocentes, pacíficos y trabajadores acaben siendo un daño colateral, c’est la guerre.

Mientras, el antiisraelismo y el antisemitismo crecen en gran parte de Europa. Y en los campus estadounidenses, donde imperan las doctrinas izquierdistas-progresistas, los sofistas del BDS convencen a estudiantes crédulos que la nación más libre y tolerante de Oriente Medio es singularmente opresora. Al hacerlo, consiguen que les llamen defensores de la causa palestina.

Lo dicho: esto es el mundo al revés.

© Versión original (en inglés): Foundation for Defense of Democracies (FDD)
© Versión en español: Revista El Medio

 
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