Lo confieso: no me siento cómodo en Jerusalén. La ciudad me hace sentir que no soy digno de pisar las mismas piedras que tantos personajes históricos y bíblicos. La piel de la urbe, su silueta tan distinta de la de otras desafiantes de la gravedad, estirándose para rascar los cielos, puede que brille con luz propia o por el reflejo en la emoción que empaña la vista, pero es un espejismo que emana de las cenizas de tantas civilizaciones. Navegar ...