Hubo una vez una señora muy pero que muy buena que defendía las causas justas del mundo y se esforzaba por asumirlas como propias. Protegía templos, santuarios y hasta ruinas e intentaba socorrer a las minorías amenazadas, promovía la edición de obras en lenguas minoritarias y contaba con el beneplácito y la ayuda de numerosos intelectuales en el mundo libre. Pero empezó a obedecer a causas deplorables, se vendió, dejó que los jeques dueños del petróleo medioriental y lo más ...