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| viernes marzo 29, 2024

Vocento y su cobertura del conflicto árabe-israelí: Adiós (¿definitivo?) al periodismo


El diario El Correo – del grupo Vocento, del que también forma parte el ABC – titulaba la crónica del día 15 de mayo de 2021 con la hiperbólica inquina con que al parecer han decidido abordar los presentes combates iniciados con los ataques con cohetes por parte de Hamás, de la siguiente manera:
“Israel lanza una tormenta de misiles sobre Gaza y avisa que los islamistas «seguirán pagando un alto precio»”
Entonces, lo del grupo terrorista Hamás, que pretende causar el mayor daño posible entre la población civil, ¿es el salpicado de una regadera?
Prosigamos. Hace un par de días había titulado con un “Gaza se ahoga entre los cientos de bombas y cohetes de Israel y Hamás”. Los alrededor de 850 cohetes lanzados por Hamás y Yihad Islámica palestina contra Israel no eran motivo de preocupación, claro.
Ahora, entrando en el texto, este citaba sin más las cifras de fallecidos y heridos en Gaza facilitadas por el Ministerio de Sanidad del enclave, es decir, por el grupo terrorista Hamás. Ni siquiera indagaba cuántos de los muertos eran realmente civiles. O cuántos de los civiles habían fallecido debido a cohetes de los grupos terroristas palestinos que cayeron en el propio territorio gazatí. Que esas relevancias no vayan a confundir a la audiencia, por favor.
Vayamos a uno de los temas centrales. El texto decía:
“La conocida como ‘doctrina Dahiya’ volvió a ser la base de la actuación del Ejército, el método que ya emplearon en los barrios del sur de Beirut de 2006, bastión de Hezbolá. Consiste en destruir todas las infraestructuras civiles posibles, especialmente viviendas, hasta arrasar el territorio y «devolverlo a la edad de piedra». Su ideólogo fue el exjefe de las Fuerzas Armadas, Gadi Eizenkot, para quien los civiles también merecen castigo por su apoyo a los «terroristas»”. (Nótese cómo los terroristas pasan a ser “terroristas”. No vaya a confundirse el lector).
El medio daba por hecho (o, más bien, afirmaba rotundamente) algo (la aplicación de una cierta “doctrina”) que, de acuerdo a una rápida búsqueda en internet, arrojó unos resultados llamativos – o no tanto, si se tiene en cuenta el sesgo ideológico de la cobertura de este grupo mediático. Sólo se mencionaba la pretendida aplicación de esa “doctrina” en un medio estatal turco y en un artículo firmado por uno de los líderes del movimiento BDS – boicot antisemita según el parlamento alemán; y cuyo fin, manifestado por este propio líder, es el acabar con el Estado de Israel –, además de en algún otro sitio dudoso.

Un poco más del medio turco:

Nada, un “periodismo” probo, imparcial.
Pero más allá de la peregrina aseveración – sin el auxilio de más prueba que la propia afirmación –, si se pretende intervenir sobre las circunstancias, incluso aunque estas sean el producto de una invención, de una suposición, algo habrá que hacer, porque siempre ha de valerse el interventor de elementos de la realidad. Por tanto, y como en este caso, habrá que alterar y silenciar esos hechos tomados de la realidad, de manera que todo “encaje” en el mensaje, en la “circunstancia” que se presentará al público.
Un artículo del Jerusalem Post del 28 de enero de 2010 explicaba que Dahiya es un barrio de Beirut al que puede (o podía entonces) únicamente accederse portando un carné de miembro del grupo terrorista libanés Hizbulá. “Durante la guerra de 2006 – proseguía el medio – las Fuerzas de Defensa de Israel bombardearon grandes edificios de apartamentos en el barrio debido a que eran utilizados también por comando y los centros de control de Hizbulá, y habían sido construidos sobre búnkeres de Hizbulá”.
Esto sin duda cambia sustancialmente lo que la crónica pretendía establecer como realidad para los lectores: “Israel ataca sin misericordia a los civiles”. Pero Hizbulá quien utilizaba un barrio como escudo. Ergo, el crimen es enteramente del grupo terrorista libanés.
Y ahora (en realidad, ya hace un buen tiempo; algo que el medio parece elegir desconocer) es el también grupo terrorista Hamás quien replica en Gaza el más que evidente crimen de Hizbulá: utilizar edificios de viviendas y casas para instalar sus centros de mando y sus fábricas de cohetes, así como como arsenales – también las escuelas han sido utilizadas para tal fin. Amén de oficiar, en muchos casos, de entrada, a la red de túneles (muchos de ellos de ataque) y búnkeres.
Pero esto, también, precisaba ser silenciado para que el activismo se vea “justificado”.
No será una “tormenta” la del grupo Vocento, pero sí un incesante goteo de inexactitudes, de omisiones, de alteraciones que arman un conflicto distinto para el lector. Uno en el que el posicionamiento (previo) del redactor, y el medio, pueda ser aplaudido por su “integridad moral” – cuya esencia, se le dice al lector, radica en estar siempre contra el Estado judío.
En esa la línea iba precisamente una crónica del 16 de mayo – de la que la directora de ReVista de Medio Oriente hacía un certero análisis en Twitter – en la que el medio llegaba al punto de decir, entre otras cosas, que:
“Los seguidores de Ben Gvir y del resto de grupos que forman el partido Sionismo Religioso, que obtuvo seis escaños en las últimas elecciones, se han echado a las calles al grito de «muerte a los árabes» y cada noche visitan ciudades mixtas del país como Lod, Acre, Yafa o Haifa. Desde entonces miembros de las dos comunidades han matado, apaleado, quemado negocios, coches, casas, sinagogas…”.
El ABC afirmaba básicamente que los judíos “seguidores de Ben Gvir” eran quienes iniciaron los enfrentamientos entre árabes y judíos israelíes – es decir, que los árabes sencillamente reaccionaron.
No fue así. Fue más bien lo opuesto, pero para la decisión del grupo mediático de promover una “narrativa” como un elemento arrojadizo contra Israel, es preciso que cualquier acción violenta árabe sea una reacción a una agresión judía (“colona”, dice el medio, en pleno Israel…) previa. Las sinagogas quemadas, por ello mismo, ahí mezcladas – cronológicamente; y los responsables de su incendio, discrecionalmente disueltos en el revoltijo creado muy a propósito.
Así pues, el intento no dejaba de ser eso: una estrategia de la falsedad. El disparador de la violencia interna fueron los ataques de árabes a judíos en ciudades de Israel.
El diario israelí Ha’artetz señalaba el 12 de mayo de 2021 que el miércoles de dicha semana el presidente “Reuven Rivlin condenó duramente el ‘pogromo’ del martes y los disturbios ‘por parte de una turba árabe’, y criticó lo que llamó ‘el silencio de los líderes árabes’ en Israel sobre los acontecimientos”.

En tanto que la agencia de noticias Reuters informaba el mismo día de los judíos que retiraban “los rollos de la Torá de una sinagoga incendiada el miércoles y los coches quemados se alinearon en las calles cercanas en una ciudad israelí étnicamente mixta golpeada por la violencia denunciada por el presidente como actos ‘imperdonables’ por parte de los árabes indignados por los ataques aéreos en Gaza”.

Mas, el grupo Vocento decidía silenciar, diluir; a la vez que pretendía que los judíos son extraños en su tierra: después de todo, son “colonos” en su propio país, de acuerdo al grupo.

Cuando el periodista y el medio pretenden que deben ser una suerte de legislador, policía y juez moral, todo a la vez, contra lo que estima injusticia, o una “desigualdad en el terreno”; o, como comentaba nuestro administrador de redes sociales, cuando se pretende justificar el activismo a través de las pautas de pretendida equidad que impone el propio activismo, inevitablemente las coberturas van a empezar a gotear ese posicionamiento. No, a chorrearlo por los cuatros costados.

Porque ese pronunciamiento inevitablemente conlleva una serie de prácticas que van en detrimento del carácter informativo que debería tener una crónica. Sobre todo, porque dicha postura implica minimizar lo más posible los hechos de violencia, los ataques y las manifestaciones extremas de líderes, miembros y simpatizantes de un grupo terrorista como Hamás y de organizaciones con posiciones extremistas como Fatah. Y, dada la naturaleza déspota con que estos gobiernan sobre los suyos, habrá que omitir la aquiescencia (no siempre obligada) de los ciudadanos.

Todo olvidado. Todo reformulado. Realidad ad hoc para una ideología que poco tiene de equitativa, de honorable.
 
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