Por Israel


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| jueves marzo 28, 2024

¡Gracias Liel!


 

Que una niña de once años haya encontrado una moneda de plata mientras cribaban la tierra en los alrededores de las escalinatas de peregrinaje a Jerusalén, y que en esa pieza aparezca el nombre Israel, es otra prueba más de que los palestinos no pueden negar-y de ninguna manera-el nexo del pueblo judío con el Monte del Templo y su geografía.  La noticia, empero, que a nosotros nos alegra en las proximidades nada menos que de Jánuca, con toda certeza irritará a nuestros enemigos, quienes una y otra vez  libran la inútil batalla contra la legitimidad del país, ´´viejo y nuevo´´, que dijo Herzl, de los judíos. Un lugar, Jerusalén, ir ha-kodesh,  a la que el Islam llama al-kuds, la sagrada, copiándolo de los hebreos, y que no cesa de comportarse como un cuerno de la abundancia del  que surgen toda clase de maravillas. Y no sólo del pasado remoto, sino de todas las épocas.

 

La citada niña, Liel, en un alarde de modestia, atribuyó a su hermana, quien escogió el tamiz o recipiente para el cribado, la fortuna del hallazgo. Un eco, si se quiere, de que hay que ser como niños para ´´entrar en el reino de los cielos.´´  Entendiendo ese reino como vivir en la mismísima ciudad santa. No obstante, y por abrumadoras que sean las pruebas de la existencia de Israel en la tierra que con todo derecho le pertenece ya que está en su sello, en su marca de origen, nuestros enemigos viven cada uno de los descubrimientos como una carrera contra reloj y, hasta cierto punto, un montaje de los judíos para hacerse con lo que no es suyo. Los asuntos humanos nunca son claros ,y las razones de cada pueblo para justificar su existencia mucho menos aún. En cierto modo, todo depende del fervor de las defensas y hasta cierto punto del orgullo colectivo. Israel vive la arqueología con una pasión retrospectiva enorme,  pues mientras mira hacia un futuro prometedor en el que la ciencia y la técnica mejoren la vida de todos en este maltratado planeta, también observa con una mezcla de candor y entusiasmo cada uno de los hallazgos-desde potes de cerámica hasta huesos de aceitunas o restos de una basílica cristiana-, dado que en cada uno de esos encuentros la Historia corrobora una y otra vez hasta qué punto los escritos bíblicos están llenos de referencias reales, datos extensos sobre la comunidad o las comunidades que habitaron esa zona del Oriente Medio.

 

Liel y su familia pasaran unos días más emocionados que los demás, ya que el hallazgo lo vivieron con sus propios ojos y manos. Los japoneses creen que encontrar algo perdido es una bendición, ya que margina, siquiera por un rato, el roer de los óxidos del tiempo, que todo lo devora y oculta. Perder es, a veces, inexorable, pero hallar, hallar lo perdido es ciertamente una clase de milagro que nos habla de la bondad de  algunos  sucesos.

 
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