El término apartheid ya no es, se pretende, sólo una definición (clara, estricta), sino, ante todo, una herramienta para llamar a los países, a la “comunidad internacional”, a reaccionar ante Israel, sujeto al que el término –adulterado, banalizado– buscar confinar y resaltar para el oprobio, el rechazo, la aversión, la exclusión y, eventualmente, su eliminación como Estado judío.
Eso, y no otra cosa, venía a sugerir Amnistía Internacional en su último y peregrino informe sobre Israel, al proponer básicamente que es un Estado ilegítimo viciado desde su mismísima fundación.
Esto, y no otra cosa, decía, alto y claro, Paul O’Brien, director de Amnistía Estados Unidos, cuando afirmaba que Israel “no debería existir como Estado judío” a las asistentes a un almuerzo del Woman’s National Democratic Club el pasado 9 día.
Lo mismo, con otras palabras, que decía Omar Barguti, cofundador la Campaña Palestina para el Boicot Académico y Cultural contra Israel (Pacbi, por sus siglas en inglés), en un video publicado por Electronic Intifada, una web anti-isrelí):
Definitivamente nos oponemos a un Estado judío. Ningún palestino racional (…) aceptará jamás un Estado judío en cualquier parte de Palestina.
Pero volviendo al vocablo (corrompido) en cuestión. La interpretación o, más bien, la aceptación –puesto que no conduce a un entendimiento sino a la instauración de un estado anímico-doctrinal, a una predisposición negativa– que se haga de su inaplicable aplicación dependerá, claro está, de la experiencia previa que se tenga sobre el sujeto (guiada por la conveniencia, por la necesidad ideológica), hecho que, a su vez, favorecerá la admisión de la validez del término como un predicado exacto del sujeto. Un sistema de retroalimentación positiva. Un sistema de prejuicios donde la repetición crea una fe a prueba de toda razón, de toda evidencia.
En breve, mediante la continua vinculación peregrina de Israel a ese término se pretende que la audiencia termine por reconocerla como cabal. Lo que la realidad no puede, que lo haga la falsificación y la insistencia.
Lo mismo que con el término fascista o cualquier otro que se procura vincular a un sujeto o a una entidad con afán de demonización y deslegitimación, tampoco en este caso se persiguen ni enmiendas ni rectificaciones, sino una claudicación absoluta: una ausencia permanente de la expresión de ese sujeto. Y en este proceso, invariablemente se vacía al término apartheid de, como mínimo, gran parte del contenido, de su significado real; aunque, claro está, no de su connotación negativa (esta, acaso, se ve oportunamente incrementada). En definitiva, se borra pasado, se borran hechos y se pretende que esa virutilla que deja la goma no sólo retiene su esencia, sino que abarca más y mejor lo que definía. El término es despojado de su esencialidad para convertirlo en una mera herramienta ideológica (o acaso ideológico-mercantilista): es un fraude que traiciona a quienes padecieron el régimen de segregación racial sudafricano, reduciendo su experiencia a la nada, poque la apropiación de su dolor, del concepto que define el conjunto de su padecimiento, incapacita e insensibiliza al público ante su manifestación real.
El traslado de manera fraudulenta del significado de un concepto bien definido y reconocido a un contexto en el que no es aplicable resultará, a la larga, indefectiblemente, en que, cuando la conveniencia política o ideológica así lo requiera, cualquier cosa podrá ser apartheid o facha o lo que toque; y, por tanto, el verdadero fascismo y verdadera la segregación (que tantas veces se ocultan detrás de los que gritan “¡facha!” a todo el que disiente con ellos) ya no serán identificables. Lo peregrino triunfa así sobre lo cabal; la realidad concreta sucumbe a las adulteraciones imprescindibles; la verdad deviene una forma de la mentira y viceversa (“todo es igual, nada es mejor”). Las cosas son, se afirma, como dicen quienes arrojan los hechos a la hoguera de los escrúpulos. Todo vale, dicen. Y la moral es esa inmoralidad que se jacta de sus perpetraciones.
En 2009, según informó David Bernstein – profesor de Derecho en la George Mason University – en el Wall Street Journal, una delegación de Human Rights Watch viajó a Arabia Saudita. No iba a investigar los abusos a los derechos humanos. No. “La delegación fue a recaudar dinero de ricos saudíes, destacando la demonización de Israel llevada a cabo por HRW (…) Sara Leah Whitson resaltó las batallas con los ‘grupos de presión proisraelíes en los Estados Unidos, la Unión Europea y las Naciones Unidas’”.
“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor…”, decía el tango.
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Nota de Porisrael.org
Omar Barghouti nacio en Catar.NO ES PALESTINO
De Wikipedia
Barghouti nació en Qatar en una familia palestina del clan Barghouti , y a una edad temprana se mudó a Egipto , donde creció. [3] En 1982, se mudó a los Estados Unidos , donde vivió durante 11 años y obtuvo una maestría en ingeniería eléctrica de la Universidad de Columbia . En 1993, se mudó a Israel luego de su matrimonio con una mujer árabe israelí . Tiene estatus de residente permanente israelí y vive en Acre . [3] Tiene una maestría en filosofía (ética) de la Universidad de Tel Aviv (TAU) y está cursando un doctorado.
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