En 1933, un exasperado embajador británico en Irak increpó al rey de dicho país, Faissal. “¿Si tuviera que informar a mi gobierno?”, preguntó retóricamente, “que los hombres públicos de Irak, hombres que habían ocupado los más altos cargos en el Estado, pronunciaron discursos en ocasiones solemnes en los que expresaron opiniones que sabían que eran falsas y sin sentido? ¿Debería decir que el parlamento iraquí era solo una farsa, un lugar donde el tiempo y el dinero fueron desperdiciados por ...
Cuando los gritos y susurros de los políticos árabes se contradicen
Confíe en las declaraciones públicas y no en los murmullos seductores