Las noticias de un desastre inminente llegaron en las alas de las golondrinas desde Jerusalén, negras y cortantes. El aire del verano estaba lleno de malos presagios. Las albercas de los escribas olían a muerte y a sal, azufre y angustia, y eso a pesar de que el agua dulce de las piscinas y estanques procedía de las lluvias y riadas de la primavera y había suficiente hasta el próximo otoño. El incesante ajetreo al que se dedicaban los esenios los llevaba de la sala de ...