Ella no se quebró, aunque era evidente el dolor que sentía. Ella no lloró, aunque las lágrimas, estoy seguro, pugnaban por brotar. Sus palabras fueron serenas, calmas, suaves. No habló de la muerte, sino de la vida. No habló de su hijo muerto, sino del recuerdo de su hijo vivo, de la infancia de éste. Y ahí comprendí, comprendí uno de los elementos que hacen a la supervivencia de nuestro pueblo: LAS MADRES. Templadas en el acero del dolor, pero dispuestas a superarlo. Derrotan a la muerte, ...