Si se divide el mundo en iconoclastas e iconódulos se alcanza a ver que mientras los primeros tienden a destruir lo que les precede, los segundos veneran lo heredado. El carácter de los iconoclastas es impulsivo y su natural impaciencia les obliga a lo inestable, al insomnio y, en ocasiones, a temer a la multitud. En cada iconódulo en cambio, en cada apreciador de imágenes, palpitan el gusto por la compañía, el peregrinaje, el jolgorio de los mercados y el ...