Como seguramente sabe, ha habido, y sigue habiendo, un movimiento internacional de Boicot, Desinversión y Sanciones contra el estado judío. Esta campaña de BDS contra Israel es deshonesta – cuenta menos de la mitad de una historia compleja, tomando prestadas mentiras y fábulas palestinas para hechizar a irreflexivos occidentales, cuya única fórmula para la paz radica en la destrucción del único hogar nacional para los judíos, posiblemente también la destrucción post-nazi de los judíos mismos.
Son muy interesantes las observaciones hechas en 2012 por Norman Finkelstein, un académico estadounidense que se ha propuesto incitar odio hacia Israel. Ha expresado su solidaridad con Hezbollah y Hamas y aprobado su política de atacar a civiles israelíes. En 2012, sin embargo, declaró que el movimiento BDS es un «culto hipócrita, deshonesto como el culto de Munchkin en Oz» que trata de hacerse pasar por activista de derechos humanos, cuando en realidad su objetivo es destruir a Israel. «Me estoy exasperando un poco», dijo, «con lo que creo que es un montón de tonterías. No voy a tolerar tonterías, infantilismo y un montón de posturas izquierdistas. Detesto la falsedad. Nunca oiremos al movimiento de solidaridad apoyar la solución de dos estados». También declaró que el movimiento BDS ha disfrutado de pocos éxitos, y que, como una secta, los líderes pretenden que son enormemente exitosos aunque el público en general rechaza sus puntos de vista extremistas.
Viniendo de alguien como Finkelstein, este odio a la campaña de boicot es sorprendentemente refrescante. Por supuesto, si un boicot real contra Israel tuviera lugar, no seríamos capaces de usar nuestras computadoras o tomar un sinnúmero de medicamentos, y miles de árabes – que, junto con israelíes, construyen puentes reales de paz, como hemos visto recientemente con la empresa Sodastream – se quedarían sin trabajo.
En el frente cultural, por ejemplo, está Jennifer Grout, una estadounidense de Boston, en sus veinte años, alcanzando el tercer lugar en el programa Arabs Got Talent de 2013. Encontrará varios clips en YouTube de su forma de cantar muy diferentes tipos de canciones árabes, incluyendo una en la que interpreta el laúd y canta parte de Ba’id ‘ani, una canción clásica de la gran diva del mundo árabe, Umm Kulthum. Lo hace brillantemente. El público y los jueces, riéndose de ella, para empezar, codeándose. Al parecer, no pueden creer que una joven rubia estadounidense, que ahora vive en Marruecos, pueda hacer esto.
Manifestantes anti-Israel en Melbourne, Australia, en junio de 2010 (Fuente de la imagen: Wikimedia/Takver)
Y aquí hay dos músicos más: Riff Cohen y Ester Rada. Ambos son judíos y ambos son israelíes. Nacidos en algún otro lugar, bien podrían ahora ser estrellas internacionales. Ambos cruzan fronteras y muestran un grado de multiculturalismo que sólo puede ser envidiado. Pero ninguno puede entrar en «Arabs Got Talent».
Para los activistas de BDS, Riff y Ester son personas no gratas, como lo son todos los músicos, escritores, artistas, bailarines y actores israelíes. El delito que cometen es haber nacido donde nacieron. Este es el igualitarismo de la extrema izquierda y de los extremistas musulmanes. Tu raza no importa, tu nacionalidad no importa, tu religión no importa – a menos que, por supuesto, seas judío e israelí, en cuyo caso no eres más que escoria de la tierra.
Cada vez que una compañía de teatro o de danza israelí emprende una gira mundial, es perseguida por intolerantes – no meramente intolerantes, sino intolerantes que se presentan como el epítome de la ilustración, la imparcialidad y el amor entre los hombres. Excepto cuando ese amor se refiere a judíos. Entonces las sonrisas se borran y los ojos quedan sin brillo. Activistas de BDS imponen un boicot cultural a artistas israelíes, sin embargo, su estilo preferido de protesta – interrumpir eventos, gritar y chillar para ahogar la música, abordar a los fans cuando tratan de entrar a una sala o cometer actos de violencia en los campus europeos y estadounidenses, o en la Universidad de Concordia de Canadá, mostrando un rotundo fascismo no visto desde la década de 1930 en Alemania – muestra un profundo desprecio por la equidad y la cultura de la Ilustración en todas sus formas. Queman libros y boicotean artistas, quizá para satisfacer alguna fantasía adolescente de la perfección: la belleza aria contra cerebros judíos, el Paraíso de los Trabajadores contra las economías exitosas, la ley de Dios contra toda clase de herejes e infieles. Y detrás de todo esto se esconde una ignorancia tan profunda que es inalcanzable.
Hoy en día, a veces, parece como si hubiera dos Israel. Uno es un estado judío bajo el imperio de la ley, una democracia que venera los derechos humanos, un país compasivo que les da un nuevo corazón a niños palestinos y envía ayuda a otros países en tiempos de crisis. El otro es lo deliberadamente opuesto, en el que todo es malvado: la gente (entendiéndose al pueblo judío, considerado como malvado innato) y sus acciones. Israel supuestamente practica el apartheid, es un estado nazi, mata y mutila sin reparos, es un estado terrorista, comete genocidio porque esa es la manera judía, es el único país malvado del mundo, incluso comparado con todos los estados canallas. Porque, respecto de la pura maldad, ni siquiera las grandes dictaduras pueden comparársele.
Cualquiera que haya estado en el primer Israel y lo conoce, no creerá en el segundo Israel. Pero la mayoría de los detractores de Israel, incluidos los partidarios de BDS, nunca han puesto un pie en sus desiertos o navegado en sus mares. Sus motivos para creer las mentiras, y citarlas como la justificación de sus crímenes, son, para algunos, el anhelo de un mundo rehecho según alguna imagen romántica. Para otros, es el deseo de imponerle al mundo la fe islámica y sus ideologías políticas. ¿Qué mejor lugar para empezar que con los judíos, con Israel, un país que fue construido para ser un refugio para los más propensos a ser perseguidos?
En 2012, el famoso grupo de danza de Israel, Batsheva, fundado en 1964 por Batsheva de Rothschild en asociación con Martha Graham, fue recibido con fuertes y airadas protestas en Londres y Edimburgo. Aunque su actual director artístico, Ohad Naharin, ha sido descrito por el New York Times (un diario no dado a decir nada agradable acerca de Israel) como «uno de los más fascinantes coreógrafos del planeta», los activistas de BDS no quieren que los amantes de la danza de ningún lugar vean actuar a los bailarines de Batsheva. ¿No es eso vandalismo en el sentido más antiguo de la palabra?
Cuando la Orquesta Filarmónica de Israel fue a Londres, una admirativa audiencia se presentó en el Royal Albert Hall para encontrarse rodeada por masas de manifestantes vociferantes que trataban de ahogar la música. La BBC tuvo que posponer su trasmisión. Nadie fue procesado: los funcionarios del Ayuntamiento se negaron a cooperar con los abogados judíos que trataron de llevar ante la justicia a los gritones perturbadores. El Royal Albert Hall, uno de los centros más importantes de la música clásica, no ayudó para llevar a estos vándalos ante la justicia. ¿No tienen vergüenza?
Una vez más, en 2012, cuando la respetada compañía de teatro de Israel, Habima, llegó a Gran Bretaña para actuar en Londres, los BDS estaban de nuevo con toda su fuerza. Actores famosos, como la dolorosamente mal informada Emma Thomson, apoyaron el boicot, y pintaron a una gran compañía de teatro de la peor manera posible.
Con tantos ataques a la cultura de Israel y a sus diplomáticos, ¿no se nos recuerda a los nazis, que quemaban el arte moderno y alentaban pinturas de mal gusto que celebraban los ideales de kinder, kirche und küche [niños, iglesia y cocina]? hicieron hogueras de libros, destruyendo todo lo que no podían entender, sea los libros de Marx, Freud o de cualquier otro judío – y, finalmente, a cualquiera cuyas ideas encontraban incómodas. El Ulises de James Joyce fue quemado junto con miles de otras. Estos auto designados árbitros de lo «bueno» despreciaban el jazz, que llamaban música negra; y la Reichsmusikkammer prohibió la música atonal, pop, country y, por supuesto, cualquiera de compositores judíos, aparentemente amenazando con derribar todo el edificio de la civilización alemana.
Los nazis no inventaron el boicot – eso fue hecho por mis compatriotas irlandeses allá por 1880, cuando boicoteábamos a los terratenientes por sus severas exacciones, comenzando con el administrador de fincas Capitán Charles Boycott, cuyo nombre quedó pegado desde entonces. Pero los nazis inventaron el boicot judío, y desde allí siguieron hasta el Holocausto.
No contentos con la destrucción de todo lo cultural que su auto-rectitud desaprobaba, los alemanes masacraron a un pueblo que había ayudado a hacer grande a Alemania. Profesores, maestros, músicos, escritores, empresarios y psiquiatras judíos, primero fueron boicoteados y después fusilados, después gaseados – y para el final de la guerra, Alemania, que había sido una nación próspera, estaba en ruinas, completamente desprovista de toda cultura de la que hablar, sus ex líderes muertos o sometidos a juicio por crímenes de guerra, su gente en harapos, su tan cacareada superioridad por los suelos, y sus mayores «enemigos» – los judíos – a punto de crear lo que hoy es una de las naciones más exitosas de la tierra.
Si algunos boicots producen buenos resultados – el más famoso fue el boicot internacional de Sudáfrica, que ayudó a destruir allí el sistema de apartheid – funcionan como soluciones a largo plazo sólo cuando traen una promesa real de cambio para mejor, cuando son justos, cuando sus objetivos son genuinos, y cuando en su corazón hay algún sentido real de decencia. Dadas tantas sociedades enfermas en Medio Oriente, el boicot a Israel sólo puede intensificar esta enfermedad.
La campaña BDS no es sólo deshonesta, es racista: tiene como blanco sólo a los judíos – no a los turcos por ocupar Chipre, a los paquistaníes por invadir Cachemira o a los chinos por anular Tíbet. Es genocida: apoya y premia a quien trabaja – a menudo mediante la violencia – para abolir al estado de Israel y entonces, posiblemente, al resto de los judíos.
En lugar de ver el conflicto como un conjunto de naciones árabes y musulmanas tratando de destruir al único estado no musulmán en medio de ellas – un estado del tamaño de la isla de Vancouver que está tratando de defenderse de ataques destinados a, finalmente, destruirlo – los adversarios de Israel ven la controversia como si hubiera sido elaborada durante más de treinta años por los principales organismos de relaciones públicas, contratados por las naciones musulmanas ricas en petróleo. Ven el conflicto como si una pequeña pero despiadada nación despierta cada día y piensa cómo hacer la vida de los palestinos lo más miserable posible – cuando nada podría estar más lejos de la verdad. La disputa, de acuerdo a los que piensan así, sólo puede terminar, aparentemente, capitulando ante todas las demandas palestinas, árabes y musulmanas. Los palestinos, al parecer, no tienen que hacer nada.
Este punto de vista está mal informado. Si los israelíes les dieran a los palestinos lo que quieren sin que siquiera hagan un mínimo intento de trabajar por la paz, eso implicaría el fin del único país verdaderamente libre de Medio Oriente – porque eso es a lo que se reducen las demandas palestinas.
Tal punto de vista es injusto: ¿cómo es que los líderes y los ciudadanos de los regímenes verdaderamente corrosivos, como China, Rusia, Irán y Corea del Norte no son nunca objeto de ningún boicot, cultural o de otro tipo? En realidad, es también cruel con los palestinos: se les niega un liderazgo responsable, igualdad ante la ley por parte de sus propios gobernantes, ninguna posibilidad de libertad de expresión o de medios de comunicación libres e, incluso, la posibilidad de ganarse la vida dignamente, al mismo tiempo que desdeñan la paz y le hacen demandas suicidas al vecino. Cabe preguntarse si la real preocupación de los boicoteadores es el bienestar de los palestinos o realmente, tal y como aparece claramente, la destrucción de Israel. Es el boicot equivocado en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld
Felicito al Sr. MacEoin por su excelente artículo.
Anti-semitismo, Anti-judaismo y anti-Israel son primitivismos. Propios de sub-desarrollo intelectual y moral.
También en Latino-américa ha habido mucho anti-americanismo (anti-USA) muy llevados de la mano por el
Comunismo y Fidel Castro. Pero casi todo murió con el derrumbe de la URSS y luego con las constancias del fracaso
de las economías y la vida en los países de Europa-Oriental.
De pronto parece que hubiera gente que necesita tener a quien atacar, o sea tener un enemigo real o virtual. Y en esto me refiero a occidentales adhiriendo a campañas contra Israel. (De los musulmanes e islamistas no espero otra cosa, Israel es un obstáculo para imponer la Sharia en todo el Medio-Oriente)
Pero, un occidental: ¿Qué gana con boycotear a Israel? ¿Un par de aplausos de los ayatolas y de los HM? Pero ellos siempre pensando: «Después les tocará a estos» Lo cual me hace recordar la frase «Vinieron por los Judíos, vinieron por los comunistas, vinieron por los sindicalistas…. pero yo no soy de esos…..Ahora vienen por mí, y estoy solo» Así fue con los nazis y así será con los HM y los ayatolas.
Israel es un baluarte contra la barbarie islamista. Las chicas nigerianas en manos de los feroces islamistas no será liberadas por frases solidarias, ni por viajes de representantes a parlamentar, sino por una acción punitiva ejemplarizadora. Como a estos salvajes ya se les olvidó la gesta de Entebe, dicha lección, entonces, habría que repetirla. Pero. ahora, porqué Israel tendría que castigar: ¿Donde está Francia y su declaración de DDHH; Inglaterra que dominó allí, Alemania y su poderío y USA, gendarme del mundo.
Saludos y viva Israel y sus santos lugares por siempre. JEV