Así como un terremoto aterra más de lo que amenaza, precisamente por venir de abajo, de un sitio que nuestros pies sujetan o, al menos, fijan momentáneamente, de igual manera el coronavirus, microscópico y erizado de peligros, asusta más de lo que provoca. De ahí que el rumor de pánico que recorre el mundo sea más tremendo de lo que podíamos imaginarnos y qué miles de mascarillas blancas nos sorprendan cada día en los bares, paseos, metros y hasta en ...