odo hombre joven sueña con un mundo del cual el mal hubiera sido borrado. Todo hombre viejo acaba por saber que en esa ensoñación se cifra la última trampa del diablo. Susurrar, al oído de hombres demasiado ingenuos o demasiado vanidosos: «Yo no existo». El mal. Un milicia armada irrumpe en medio de un festival de música atiborrado de jóvenes. He visto eso. Hace ocho años: cuando Bieito Rubido, entonces director de ABC, me envió a París a rendir cuenta de lo ...